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A la mañana siguiente, mientras desayunan en la posada de Dierkinn el Feo, el grupo de aventureros recibe una visita; un grupo de hombres de arma irrumpe en el lugar, tomando posiciones para recibir al individuo que entra a continuación.
Se trata de un hombre que rondará la cincuentena, su cabello rubio y su barba ya veteados de blanco. Es extraordinariamente alto y no poco corpulento -Francesc queda especialmente sorprendido, no está acostumbrado a hablar con otros alzando la cabeza-, y sus ropas muestran la factura y colores vivos propios de las prendas de alguien de la nobleza, con un escudo de armas partido que muestra una luna creciente y una trompeta. El hombre se aproxima con paso tranquilo hasta la mesa en la que Rodrigo, Francesc, Friedrich y Werner están comiendo. Allí se sienta sobre la silla que uno de los soldados dispone diligentemente y se presenta como Aran de Vaguerre. el conde de Vaguerre.
Junto con el de Sainsprit, el condado de Vaguerre es feudatario de Sibila de Rocmort. Su posición también le convierte en miembro del consejo de nobles de la condesa. Y en calidad de tal ha venido hasta aquí. Ha llegado a sus oídos lo ocurrido con el grupo, los bandidos que trajeron consigo y las graves acusaciones vertidas contra el barón Pieter von Schakel. Atiende cuidadosamente a las explicaciones que le dan los aventureros, realizando algunas preguntas durante el proceso ¿Están completamente seguros de si el barón estaba implicado en los actos de sus hombres, o pudiese ser que el Jabalí y los suyos actuasen por su cuenta? Aunque Rodrigo señala que los bandidos les confesaron actuar bajo las órdenes de su señor, el conde explica que eso no es lo que cuentan ahora que están siendo interrogados en el castillo de Rocmort. Su versión es que los ataques y secuestros se realizaron con desconocimiento del barón. La condesa ha enviado mensajeros al barón y al conde de Sainsprit -señor feudal de Pieter von Schakel- para esclarecer los hechos.
Si persistís en vuestra acusación, les señala seriamente el conde, sin contar con nada que lo pruebe sin duda alguna, será vuestra palabra contra la del barón. Si no podéis demostrarlo podríais acabar pagando muy caro el atrevimiento. Personalmente os creo, pero no soy yo quien ha de decidir.
Cuando Rodrigo le pide consejo, el conde de Vaguerre les sugiere que se atengan a aquello sobre lo que no hay dudas. El mercader al que ayudaron en el camino mientras estaba siendo asaltado llegó hace unos días a Rocmort y contó lo sucedido, dando también la descripción de los hombres que le salvaron del ataque. No hay muchas dudas sobre la culpabilidad del Jabalí y sus hombres, cuyas vidas están prácticamente sentenciadas. Pero si lo llevan más allá, el asunto podría volverse contra ellos. Hasta que todo esto no se esclarezca será mejor que no abandonen la ciudad, responde también el conde cuando Friedrich -que durante la mayor parte de la conversación se ha mostrado ausente, resultado de las setas alucinógenas consumidas la noche anterior- le pregunta al respecto.
Aparentemente satisfecho con las explicaciones ofrecidas, el noble se marcha de la posada, despidiéndose de Dierkinn, a quien parece conocer -los aventureros ya saben a estas alturas que el posadero goza de la reputación de ser el mejor cocinero de la región, varios nobles acuden a él para organizar sus festines- y se aleja en compañía de los soldados.
Los aventureros deliberan pero no llegan a ningún acuerdo. Friedrich y Werner les explican el acuerdo llevado a cabo con Enigmáticus acerca de entregar un necrófago "vivo" al astrólogo a cambio de una recompensa. Francesc se muestra muy interesado por lo que le cuentan del individuo, que probablemente sea un hechicero. Pide a Friedrich que le guíe hasta su casa. Don Rodrigo de Onís, en cambio, se encuentra muy disgustado por la tarea que sus compañeros están planeando, que supondría un grave delito en Rocmort, además de algo bastante parecido a un trato con la brujería. Pero guarda su opinión para sí mismo.
Salen todos de la posada. Rodrigo se encamina a la abadía benedictina de Munoit, cercana al castillo de Rocmort, donde solicita ser escuchado en confesión antes de poder celebrar misa y comulgar -lo que, entre otras cosas, es necesario para restablecer su Reserva Devocional-, y es atendido por el mismísimo abad, un hombre más joven de lo que se podría esperar, alrededor de cuarenta años, que responde al nombre de Petronius. El abad escucha en confesión al joven templario, y le encomienda como penitencia el contar toda la verdad cuando las autoridades le interroguen por lo ocurrido.
Werner, por su parte, se dirige al mercado. Allí, el mercenario comienza a hacer requiebros a diversas mujeres pero con escaso éxito. Al final acaba sentado en una taberna trasegando una jarra de cerveza. Friedrich y Francesc, mientras tanto, hablan con Enigmaticus. Francesc desea consultar al erudito acerca de los símbolos de extraño aspecto que vieron adornando las paredes y dinteles de puertas y ventanas en la fortaleza templaria de Epeedor. Friedrich, animado por la oferta de capturar a un necrófago, decide probar suerte y pregunta al mago sobre las monstruosas cabras a las que se han enfrentado hasta la fecha, tanto en la posada de Clève como en el viejo templo romano. Enigmaticus señala que esa nueva consulta supone un nuevo pago. Friedrich ya apenas cuenta con algunas monedas, insuficientes para pagar la elevada cantidad que el mago solicita por la información. En su lugar propone traerle el cuerno amputado al cadáver de uno de esos monstruos -que Werner lleva consigo-, pero el astrólogo duda al respecto. Finalmente le dice al cazador que le traiga el objeto y si realmente resulta de interés quizá le de la información que requiere.
De regreso todos en la posada, Dierkinn les explica que durante su ausencia se han presentado más soldados. Y se han llevado consigo al criado del barón von Schakel que habían traído consigo a modo de testigo. El grupo discute las posibles consecuencias de este asunto, pero determinan que no hay nada extraño en ello, que no hay nada que ellos puedan hacer al respecto y, sobre todo, que no hay nada que el criado pueda contar sobre ellos que les incrimine en algo grave. Se retiran a la habitación que han alquilado.
A la mañana siguiente, de nuevo mientras desayunan, un grupo de hombres armados entra apresuradamente en la posada. En esta ocasión, sus tabardos muestran el grifo coronado de Rocmort, y se encuentran bajo el mando de un caballero de aspecto muy marcial con su loriga de mallas. A un gesto de éste, algunos soldados suben las escaleras que conducen a la segunda planta, donde se encuentran las habitaciones. Mientras tanto, camina en dirección a los aventureros.
Se trata de Ser Roger de Padin, condestable de la condesa -comandante de su ejército-, y sin ningún rodeo comienza a interrogar al grupo. ¿Han pasado la noche aquí? Algo confundidos, los aventureros explican que así es, y que eso puede ser confirmado. Rodrigo repite su historia sobre el ataque al mercader, los bandidos del Jabalí y demás, pero De Padin ya muestra estar al tanto de todo eso. Durante la conversación, los soldados que habían subido las escaleras regresan. Uno de ellos se acerca al caballero y le susurra algo al oído.
Los aventureros, que hasta el momento estaban repitiendo su historia sobre los bandidos quedan sorprendidos cuando repentinamente el caballero les pregunta si tienen algún tipo de tratos con la magia. Niegan esto por completo, pues los poderes de Rodrigo son los de un siervo de Dios, nada que ver con la brujería. De Padin les escucha atentamente.
Al cabo, el condestable decide que el grupo habrá de ser conducido al castillo para proseguir allí el interrogatorio. Escoltados por los soldados, los aventureros son conducidos finalmente -en condiciones algo peores de lo que ellos hubiesen querido- a través de las oscuras puertas que permiten el paso tras los muros de piedra negra de la fortaleza. Allí son conducidos a una de las torres, lejos del enorme alcázar que domina la ciudad y la vista del río Loup.
No son conducidos a las mazmorras, como se temían, pero sí a una sala vacía a excepción de una mesa con un banco a un lado y un asiento en el otro, con algo de luz filtrándose a través de los pequeños ventanucos como toda iluminación. Al cabo la puerta se abre de nuevo, entran algunos guardias que se apostan inmóviles en la pared tras los aventureros, seguidos por Roger de Padin y un escriba. El condestable toma asiento en la silla y prosigue la conversación/interrogatorio con los aventureros.
Les explica que esta mañana han encontrado muertos al Jabalí y al otro bandido que el grupo trajo consigo y entregó en la puerta de la ciudad. Ambos tenían la garganta cortada de oreja a oreja. Los carceleros juran haber estado despiertos toda la noche, sin haber desatendido sus puestos, que cubrían la única vía de acceso a los prisioneros. De Padin cree a sus hombres. La conclusión es que se ha empleado la magia negra para alcanzar a los prisioneros y darles muerte.
Rodrigo comienza explicando que ellos han tenido ya algunos percances con la brujería desde que entraron en esta región. Explica de nuevo los combates con los monstruos cabra, y también la sospecha del uso de la hechicería en Dayron para que Guy de Dayron eludiese el juicio divino de la ordalía. Sin embargo, cuando Roger de Padin pregunta cómo descubrieron que se estaba usando la brujería, el templario se ve en la situación de tener que revelar el secreto de Werner, explicando que el mercenario tiene un sexto sentido para notar la brujería. Eso hace que el mercenario se irrite notablemente con Rodrigo a la par que despierta el interés de Roger.
El interrogatorio prosigue hasta que el condestable parece estar satisfecho. Comprueba el testimonio de los aventureros sobre los ataques y el hecho de que estos no tengan más pruebas que la confesión de los ahora asesinados bandidos para demostrar la implicación del barón von Schakel. Además, explica el condestable, el abad Petronius, quien resulta ser el hermano menor del conde de Sainsprit, le ha hecho saber que el templario está demostrando ser un caballero honorable y devoto. Resultaba necesario, sin embargo, descartar cualquier posible implicación por su parte sobre las misteriosas muertas ocurridas en el calabozo.
Una vez más o menos aclarada esta parte, el interés de Ser Roger se centra en Werner. Si es tan buen combatiente como parece -todos ellos, en realidad, pues derrotaron a soldados adiestrados, no a meros bandidos- y realmente posee un olfato para la brujería, podría tener una oferta que hacerle.
Es un secreto a voces la existencia de un grupo informalmente organizado, los Seguidores de Hubertus -nombre tomado por el santo del siglo VIII muy venerado en las Ardenas- cuyo objeto es erradicar las prácticas demoníacas y paganas que plagan la región. Este grupo existe gracias a los auspicios de Sibila de Rocmort, pero es Roger de Padin quien lo supervisa. Y en sus filas se encuentran no solo gente de armas, sino también eruditos, estudiosos de las prácticas del Maligno y de sus seguidores. Alguien con la capacidad de sentir el uso de la brujería resultaría muy útil, así que De Padin desea que los aventureros puedan trabajar para él, y quizá más adelante convertirse en seguidores de pleno derecho.
Rodrigo parece entusiasmado con la idea. El resto no tanto, sobre todo Werner, quien siempre ha temido ser utilizado de esta forma por los poderosos si se descubría su misteriosa capacidad. El condestable no parece desear reclutarles contra su voluntad, pero les deja claro que trabajando para él podrían ganarse la buena voluntad de muchos buenos cristianos de alta posición en el valle. Eso, y la promesa de una buena paga acorde a la dificultad del trabajo, hace que el grupo se decida a aceptar la oferta de trabajar para Roger, al menos por el momento. Por el momento, el condestable les hace entrega de la suma ofrecida en recompensa por la captura del Jabalí y sus hombres. Cuando Francesc le menciona la existencia de Enigmaticus, el noble no se muestra sorprendido; el mago es apenas tolerado en Rocmort, pero cuenta con apoyos suficientemente altos como para que las autoridades miren hacia otro lado.
El grupo sale del castillo de Rocmort en mejores condiciones de lo que esperaban, pero no por ello Werner deja de estar furioso por lo que considera una delación. El templario, por su parte, explica que solo estaba llevando a cabo la penitencia impuesta para el perdón de sus pecados por el abad Petronius. La explicación no deja satisfecho a Werner, sin embargo, que sigue muy disgustado.
Francesc recuerda a sus compañeros que tienen que regresar con Enigmaticus para saber las respuestas a su pregunta. Acompañado por Friedrich y Werner se dirigen a la casa del mago. Allí Francesc recibe algunas explicaciones sobre los símbolos.
Los diseños, expone pomposamente Enigmaticus, parecen formar parte de los Sellos de Salomón expuestos en el Clavicula salomonis. Son por lo tanto, símbolos de protección o confinamiento. No puede dar detalles concretos pues no ha visto la disposición concreta de tales signos y las simples descripciones de Francesc no sirven de mucho. Son símbolos de naturaleza mágica, pero no pagana o demoníaca, sentencia.
Cuando Friedrich le muestra el cuerno que Werner cortó como trofeo de la cabeza del monstruo encontrado en el templo romano, Enigmaticus no parece muy impresionado. Parece un cuerno común de cabra, señala, quizá de un ejemplar más grande de lo habitual, pero nada más. Sin embargo, cuando el cazador le insiste, el mago comienza a recitar una letanía mientras mueve sus dedos formando retorcidos signos con la mano. De repente el cuerno comienza a arder con una llama verde y maloliente, apesta a huevos podridos.
Friedrich comienza a acusar a Enigmaticus de haber destruido el cuerno, lo que el mago niega. Su conjuro solo debía proporcionarle información sobre la naturaleza de la criatura a la que pertenecía la cornamienta, explica. Mientras discuten, Francesc repara en algo. La materia del cuerno fundido ha quedado sobre la mesa distribuida como un triángulo. De dos de sus vértices parten unas líneas alargadas. Cuando lo señala, Enigmaticus palidece. El signo de la cabra, musita con una voz que es apenas un susurro. Aunque los preocupados aventureros le preguntan más detalles, el asustado mago parece no querer saber nada, echándoles de su casa de inmediato sin atender a más preguntas ni ofrecer explicación alguna.
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Como decía, una sesión sin nada del combate que ha abundado en las anteriores. Uno de los jugadores ya comenzó a tomar notas de nombres de PNJ y lugares desde el primer día que comenzamos esta campaña, pero aquí ya les he recomendado que lo hagan y a poder ser de forma organizada, pues como se puede comprobar la cantidad de personajes va en aumento y la red de interrelaciones entre los mismos se hace y hará cada vez más compleja.
Ya se va viendo el toma y daca entre jugadores y director de juego. Que el jugador de Rodrigo quisiese confesarse en Munoit fue inesperado, pero le vino bien hacerlo, pues ayudó a convencer al abad de su buena voluntad, y eso tuvo su peso cuando Roger de Padin les interrogó. La penitencia sobre contar la verdad llevó a la revelación de la habilidad de Werner para detectar hechicería, lo que condujo a la oferta del condestable, una vez quedó más o menos claro que ellos no estaban implicados en las muertes de los prisioneros, para trabajar con los Seguidores de Hubertus. Eso, por cierto, ya me da un gancho para alguna aventura futura.
Por supuesto, hay una serie de acontecimientos en marcha bajo todo esto, los cuales no puedo contar por el momento -aunque quien haya leído el suplemento se puede ir haciendo una idea- y espero que se vayan desarrollando a lo largo de muchas sesiones futuras. Por ahora digamos que gente relevante ya está prestando cierta atención a los PJ.