Resulta que los jugadores estuvieron conferenciando entre sí a lo largo de la semana transcurrida desde la última sesión, realizando alguna hipótesis sobre lo que habían ido descubriendo en el viaje. Y lo cierto es que clavaron lo que estaba ocurriendo allí. Pero claro, la única forma que yo tenía de confirmar su teoría era seguir con la aventura hasta que todo se fuese revelando.
La que ocupa estas líneas tuvo bastante combate, aunque quizá lo más llamativo fue la reacción de uno de los PJ frente a ciertos problemas. Lejos de convertirse en un motivo de discusión entre jugadores, por suerte, lo ocurrido ha dado pie a una dinámica bastante interesante de las relaciones dentro del grupo de personajes. Y bueno, también hubo un par de situaciones de vida o muerte.
***
Friedrich se levanta antes del amanecer. Se hace con un mortero en la cocina de la posada y en la mesa sobre la que estuvo cenando la noche anterior comienza a machacar los manojos de acónito que les entregara la posadera. Para cuando el resto del grupo sale de la habitación -y Elise hace lo propio de la suya-, el cazador ya ha elaborado un mejunje con el que planea untar algunas armas. La hierba actúa principalmente mediante su ingestión, pero confía en que el efecto sobre los lobisomes, de ser ciertas las leyendas, sea importante incluso de esta forma.
Les explica todo esto a sus compañeros mientras guarda cuidadosamente -casi ha estado a punto de envenenarse por un descuido mientras trabajaba con la matalobos- el resultado de su trabajo. Werner y Francesc se muestran de acuerdo, ellos usarán el veneno. Ser Rodrigo no lo hará, sin embargo; el caballero templario no se rebajará a semejante recurso. Confía en el poder de sus oraciones para que su espada pueda dañar a esas criaturas, caso de encontrarlas.
Werner se levanta de la mesa y se aproxima hasta donde están desayunando Elise y Amien. Le ofrece una porción del veneno a la joven, para que la use con sus flechas. Elise se niega. Aparta eso de mí, le espeta a un sorprendido Werner. No voy a rebajarme a usar venenos ni remedios de campesinos. El mercenario regresa con sus compañeros, con un escalofrío recorriéndole la espalda, lleno de sospecha por Elise de Blanceau.
Tras la comida, se preparan para partir. El muchacho de los establos ha hecho un buen trabajo con los caballos. Los jinetes, entre el crujir del cuero y el rechinar del metal montan para la próxima y, esperan, última etapa de este viaje. Los posaderos les miran con pesar en los ojos, parece que no esperan volver a verles con vida.
A paso tranquilo se adentran en el bosque abandonando los caminos. Las instrucciones para alcanzar la capilla de Santa María de las Colinas son muy claras, no tienen dificultades en seguirlas. Edgar, en su papel de mariscal, se ve cada vez más nervioso, por lo que Rodrigo le dirige unas palabras tranquilizadoras. Mientras, Werner comparte discretamente sus sospechas con Francesc y Friedrich, aprovechando la distancia que se va formando entre los jinetes mientras avanzan por entre los árboles. Francesc recuerda el unicornio grabado en la tumba de Boison, presente también en el escudo de armas de los Blanceau. Se preguntan si habrá alguna relación. Por si acaso, Friedrich reparte el acónito, que van aplicando sobre hachas y lanzas.
Transcurrido el mediodía llegan hasta el punto en el que se les ha citado. La capilla se encuentra sobre la cima de una colina boscosa, a la que se asciende a través de un empinado sendero. Mientras observan el lugar, ven la silueta de un hombre que se asoma desde lo alto. Quietos ahí, les dice a gritos. Que suba Guillaume de Maccard, desarmado y con el dinero del rescate.
El grupo se niega, insistiendo en que han de subir todos y que primero han de ver a Elías, para comprobar si el niño sigue con vida. Pero la respuesta que se les da desde arriba es firme. Podemos mostraros al niño, si queréis, pero a lo mejor no os gusta el modo en que lo hacemos, les dicen de forma amenazadora. Al final, sin embargo, transigen en que una única persona acompañe al mariscal en su ascenso. Sin armas, insisten.
Los aventureros discuten al respecto. Finalmente, Werner se ofrece a acompañar a Edgar. El germano desmonta y deja allí su hacha y su escudo. El escriba se retuerce las manos nervioso, intentando mantener el tipo y mostrar una máscara de valor. Fracasando a todas luces. Pero no se echa atrás.
Dos de los hombres se aproximan a Edgar, sin nada que haga pensar que el engaño ha fracasado. Toman de sus manos cansadas el arcón. Werner les entrega la llave que Rodrigo le había dado antes de subir. El que parece ser el líder del grupo abre y levanta la tapa del arcón, revelando una enorme cantidad de monedas de plata. Diez mil, el rescate exigido por Elías. Una fortuna considerable.
El hombre de armas cierra el arcón y a una señal suya, dos hombres toman la plata y se alejan con ella. Mientras, otros dos se acercan a Edgar y comienzan a maniatarle, informándole que se viene con ellos. Las protestas de Werner son acalladas por las aguzadas puntas de los virotes que pasan a apuntar en su dirección. El mercenario decide mantenerse tranquilo mientras es atado de pies y manos y amordazado. Los hombres de armas se alejan por la ladera este, la que encara las profundidades del bosque, dejando allí tirado a Werner, que es incapaz de moverse.
Abajo, el resto del grupo aguarda durante un rato. Desconfiados por el tiempo transcurrido sin tener noticias de sus compañeros, comienzan a llamar a gritos sin obtener respuesta alguna. Al cabo, Rodrigo decide que ya han esperado demasiado y decide que quiere subir, haciendo caso omiso a Elise y Amien, que tratan de disuadirle, temerosos, según dicen, de que los hombres de arriba maten a sus compañeros o a Elías. Francesc y Friedrich deciden subir también, acompañados finalmente por Amien, mientras Elise se queda abajo con las monturas.
En lo alto encuentran a Werner. Tras soltar sus ligaduras y quitarle la mordaza, el germano les explica lo sucedido. Enfurecidos por el engaño, discuten acerca de lo que deben hacer mientras Rodrigo inspecciona la capilla, en la que no encuentra nada importante a excepción de una Virgen tallada en madera.
Al cabo, resuelven perseguir a los secuestradores, a pesar de las objeciones de Francesc, que ve su número como algo demasiado alto para hacerles frente. Los caballos no pueden subir la colina -y si los dejan allí, serán sin duda presa fácil de los lobos que tanto abundan por el lugar-, así que deciden separarse. Francesc, en compañía de Amien, que es buen rastreador, buscarán señales del paso de los soldados, mientras tanto Friedrich, Rodrigo y Werner se reunirán con Elise, tomarán los caballos y rodearán la colina hasta reunirse con sus compañeros al otro lado, esperando que para entonces ya hayan dado con el rastro.
Descienden la loma y, al explicarle el plan, Elise replica que ella podría cabalgar rápida en dirección a Montfort. El castillo está demasiado lejos para encontrar ayuda rápido, pero probablemente encuentre mucho antes a alguna de las patrullas de soldados que vigilan los caminos, soldados a los que podría pedir la necesaria ayuda contra el numeroso grupo que Werner ha visto. Aunque Rodrigo no confía en Elise, no encuentra argumentos para rechazar el plan. En poco tiempo contemplan a la joven mientras se aleja a lomos de su caballo. A su vez, ellos comienzan a rodear la colina.
Mientras, el hombre de armas del Caballero de Ascalón comienza a revisar el terreno, por suerte, explica, el rastro es claro, como era de esperar con un grupo numeroso. Francesc y él avanzan un trecho, hasta que en cierto momento Amien se inclina sobre el suelo, examinando algo. Que extraño, murmura, echa un vistazo a esto.
Francesc desconfía. Aferrando su hacha hasta que sus nudillos se tornan blancos, recordando todas sus sospechas, interpela al hombre de armas, dejando claro que no se va a inclinar a su lado. No piensa ponerse en una posición vulnerable.
Francesc, sabiéndose solo, ataca al lobisome con fuerza. El monstruo no hace ningún intento por desviar o esquivar el ataque, y el catalán descubre horrorizado que su hacha es incapaz de atravesar el pelaje. Es como si el filo del arma se embotara cada vez que golpea.
Por suerte, el acónito con el que había impregnado el filo parece tener algo de efecto sobre la criatura. El lobisome gruñe y se tambalea ligeramente aturdido. En el pecho, ahí donde Francesc descargó su golpe, comienza a ser visible una erupción rojiza. El monstruo golpea entonces, sus garras bloqueadas por el mango del hacha de batalla del antiguo ladrón.
Francesc vuelve a golpear, pero esta vez sus golpes -desprovisto el filo del hacha ya de la suficiente cantidad de hierba matalobos- no causan el menor efecto sobre la criatura. Consigue mantener a raya los zarpazos del monstruo, pero sabe que es cuestión de tiempo que esas afiladas garras se abran paso a través de su carne.
Golpea de nuevo, tratando sin éxito de derribar al lobisome. Cuando este reacciona, sin embargo, lo hace lento de reflejos -probablemente gracias al efecto del acónito-, y un torpe ataque le deja con la guardia abierta. Francesc no duda, aprovecha la ocasión para hacer que el lobisome caiga al suelo mientras se lesiona en una pierna ¿o es una pata?
Sin pensárselo dos veces Francesc sale corriendo con el corazón desbocado. Baja a trompicones, evitando por poco sufrir una caída por la ladera de la colina, mientras grita pidiendo ayuda. Por suerte para él, el lobisome, herido en la pierna, no puede perseguirle.
Alertados por los gritos, los demás acaban encontrando a Francesc, tembloroso todavía por la experiencia. Cuando les explica que Amien es un lobisome, entienden que probablemente Elise también lo sea -Werner ya tenía grandes sospechas al respecto-, así que nada de esperar ayuda de los hombres de armas del castillo de Montfort, según parece. Siguen a Francesc hasta el lugar en el combatieron, donde encuentran señales de la lucha y algunas manchas de sangre, allí donde la bestia se hirió a sí misma gracias a la finta de su contrincante. Friedrich las sigue, pero encuentra que el rastro de sangre es cada vez más leve. En espacio de unos pocos metros ha desaparecido. Como si su herida hubiese dejado de sangrar enseguida.
Este descubrimiento les pone a todos muy nerviosos. Debaten sobre si seguir adelante. Rodrigo, en realidad, no tiene dudas al respecto. Como caballero templario, está decidido a combatir a las criaturas. Solo, si es necesario. Friedrich y Werner deciden que también seguirán adelante. Pero Francesc se niega a seguir avanzando.
Aterrado por lo sucedido, no desea continuar. Son demasiados, dice, Werner ha visto a diez de ellos ¡Y todos podrían ser lobisomes! Pese a todos los intentos de convencerle de lo contrario, se niega a proseguir la búsqueda. Werner se muestra furioso con él, pero Rodrigo actúa de modo más conciliador, sin intención de obligarle a continuar. Finalmente dejan a Francesc a cargo de los caballos con la tarea de regresar a La cabra colgante. Esperan reunirse con él en la posada, cuando terminen con lo que les ha traído hasta el Corazón Negro del bosque. Francesc les observa internarse en la espesura, apenado pero sin deseo alguno de acompañarles. Da media vuelta llevando a los caballos por las riendas, alejándose de allí.
Friedrich encuentra el rastro de los hombres de armas, que efectivamente es fácil de seguir. El cazador guía a sus dos compañeros a través de algunos kilómetros de foresta, hasta que poco antes del anochecer descubren otra cima sobre la que refulge el brillo de un fuego, probablemente un campamento.
Dos senderos conducen hasta esa cima, pero a los agudos ojos de Friedrich no se le escapan los dos centinelas, subidos a sendos árboles, que vigilan el acceso a ambos senderos. Deciden que se van abrir camino por uno de los senderos. Mientras Werner y el cazador terminan de preparar algunas armas con el acónito que llevan encima, Rodrigo comienza a rezar apoyado en la cruz de su espada. Todos observan como la hoja del arma resplandece, trocando su tono acerado por uno más claro, como si la espada hubiese sido forjada en plata.
Rodrigo explica que el efecto no dudará demasiado, y no se responderá a más plegarias suyas hasta que vuelva a tomar la sagrada comunión en una iglesia. Mientras tanto no pueden contar con más sanaciones milagrosas.
Con su arco, Friedrich suelta una flecha contra el centinela, al que hiere pero no de gravedad. El hombre comienza a dar la alarma a gritos mientras el cazador maldice tomando otra flecha. Este nuevo proyectil también hace blanco. En esta ocasión el centinela cae derribado, golpeándose con fuerza contra el suelo, quedándose allí tendido. Dos hombres de armas surgen de la cima, aproximándose a su compañero caído con los escudos levantados, rechazando otra flecha del arco de Friedrich. Recogen al herido y se retiran de regreso al campamento mientras Rodrigo de Onís y Werner salen a la carrera en su dirección armas en mano, seguidos de cerca por Friedrich, que abandona el arco para tomar su lanza.
El templario corre por el sendero, llegando el primero hasta el campamento que se encuentra en lo alto. Por suerte para los aventureros no hay tantos hombres de armas como esperaban. Cuatro, contando al centinela herido, se encuentran allí. Pero hay más gente. Amien está presente, al igual que Elise. Algo más lejos, un hombre de unos cuarenta años, con una sobreveste que lleva también el escudo de armas con el unicornio rampante sujeta a un niño. Delante suyo hay una estaca clavada hundida en la tierra. Atado fuertemente a la estaca se encuentra Edgar, rodeado por varios haces de leña. Parece que tienen intención de quemarlo vivo.
Amien se arroja contra Rodrigo mientras Werner se encara con Elise. La joven comienza la transformación mientras habla. Ahora sí que te voy a dar lo que te mereces, dice con una voz cada vez más ronca que termina convirtiéndose en un gruñido animal. Las transformaciones de los lobisomes, sin embargo, parecen tomar por sorpresa a los hombres de armas, que comienzan a recular asustados.
El lobisome ataca al templario con el mismo salvaje abandono con el que saltó contra Francesc. Pero Rodrigo de Onís cuenta con un poder mayor que el de la hierba matalobos. Amien descubre con horror que la espada bendecida del caballero atraviesa su piel con facilidad, cortando músculo y tendones. El monstruo cojea, sorprendido por el intenso dolor. Un nuevo tajo de la espada plateada de Rodrigo le abre el abdomen de lado a lado, desparramando sus entrañas por el suelo.
Friedrich llega a la cima y observa como los hombres de arma tratan de retirarse del lugar. Uno de ellos, sin embargo, se aleja llevando consigo el arcón con la plata del rescate. El cazador le arroja un venablo, atravesando la espalda del soldado que cae herido soltando su carga. Werner, por su parte, tiene el escudo lleno ya de marcas de garras. Los golpes de su hacha no fueron más efectivos que los que Francesc propinase unas horas antes, pero el efecto del acónito parece ser mucho más marcado en Elise que en Amien. Para ella el acónito no solo la deja aturdida, sino que realmente resulta venenoso.
Dejando atrás el cadáver de Amien -que ya está comenzando a recuperar su forma humana-, Rodrigo se encamina hacia el hombre que sujeta al muchacho. Probablemente se trata de Louis de Blanceau, deduce, el padre de Elise. El hombre empuña una daga con la que amenaza al cuello del muchacho, que pone directamente frente a Edgar, como si quisiera que el "mariscal" contemplase la muerte de su hijo. Rodrigo evalúa las posibilidades de acertar un golpe, sabiendo que podría herir o matar al niño si no tiene cuidado.
Werner suelta su hacha, inútil ya contra Elise, desenvainando a continuación su daga, que también ha untado con la pasta de acónito. Prueba a apuñalar a su contrincante, pero en esta ocasión la mujer lobo es más rápida y evade el ataque, para después soltar un veloz zarpazo al brazo del mercenario. Werner ni siquiera nota el dolor de la herida, que ha sido poco extensa y no muy profunda, pero sí nota que pronto la extremidad se cubre de sangre que mancha ropa y armadura. Se está desangrando, y muy rápido.
Friedrich salta entonces contra Elise con su lanza, interponiéndose entre el monstruo y Werner, quien ya comienza a moverse con vacilación, mareado por la pérdida de sangre. Aunque el cazador usa el acónito de la punta de su lanza contra Elise, provocando más heridas en su piel, no es suficiente para derribar a la mujer lobo. Habiéndose quedado sin veneno, Friedrich no puede hacer otra cosa que defenderse de las arremetidas de Elise.
Rodrigo golpea. El tajo de su espada es cegador, hiriendo a Louis Blanceau en el pecho y desarmandole con una única y brillante maniobra. El caballero mercenario, medio transformado ahora en lobisome, trata de recuperarse del golpe mientras se prepara para matar al muchacho con sus garras a medio formar. Antes de que tener oportunidad para ello Rodrigo le hunde el filo de la espada en la cráneo, bajando hasta los dientes.
Elise aulla al contemplar a su padre caer muerto. A su alrededor se encuentra sola, y el templario cuenta con una espada capaz de matarla a ella también... Con un salto la mujer lobo se aleja de Friedrich y huye velozmente, más sobre cuatro patas que sobre dos piernas. El cazador se apoya, jadeante, en el esta de la lanza.
Werner, mientras tanto, se había dirigido hasta Edgar, cortando las cuerdas que le sujetan con su daga. Cuando el escriba se ve libre, el mercenario cae sobre él, pálido y débil por la hemorragia. Edgar trata de atajar la pérdida de sangre, pero no sabe cómo. La vida de Werner se filtra a borbotones entre los dedos de Edgar cuando este intenta tapar la herida con sus manos.
Llegan entonces Rodrigo y Friedrich, que hacen a un lado al escriba para ponerse a trabajar en la herida. Tensos, saben que la vida de su compañero pende de un hilo. Afortunadamente, entre los dos consiguen detener la pérdida de sangre. Werner está muy débil, pero vivirá.
Unos minutos después, cuando están todos algo más calmados, Edgar les explica lo que le ocurrió tras su captura. Los mercenarios le trajeron hasta aquí, donde aguardaba Louis de Blanceau. La mayor parte de los hombres de armas se marcharon después, pero los restantes ataron a Edgar a la estaca que ya tenían preparada. Louis, que también había tomado a Edgar por Guillaume de Maccard, le contó que en Boison había vivido Marthe, una hija natural suya, a la que el mariscal había asesinado en el ataque a la aldea. Así que esto no era por dinero, sino por venganza. Primero, el mariscal contemplaría como cortaban la garganta de su hijo ante sus ojos, luego moriría entre las llamas. Un rato antes de la llegada de los aventureros se presentaron Elise y Amien.
Recobrado el aliento, temblorosos todavía tras la adrenalina del combate pero satisfechos de seguir vivos y enteros, incluso con las heridas de Werner, los aventureros se preparan para el regreso, en compañía de Edgar y de Elías, el hijo del mariscal de Rocmort, Guillaume de Maccard.
Poco faltó aquí para el desastre. Primero, cuando Francesc se quedó solo con Amien. Decidí que el lobisome trataría de asesinar al PJ, y después desaparecería, todo para evitar que los aventureros encontrasen el rastro de los mercenarios. El jugador no picó en la trampa -a esas alturas tenían la mosca en la oreja con Elise y Amien- y tuvo la gran suerte de que, tras unos asaltos de combate, Amien pifiara en un ataque, lo que aprovechó para usar los efectos Derribar y Herida Accidental. Más suerte todavía fue que el lobisome se hiriese en una pierna/pata trasera haciéndole caer al suelo.
La decisión del jugador de Francesc de no seguir adelante tomó a todo el mundo por sorpresa, pero en realidad no me pareció algo malo. He estado en muchas partidas en las que había jugadores que actuaban de forma muy cobarde -esos que se quedan siempre atrás pero luego son los primeros en reclamar su parte-, pero este no me pareció el caso. El jugador pensaba que todos los hombres de armas podrían ser lobisomes y aconsejó al grupo no seguir adelante. Y como no le hicieron caso decidió que no seguiría él. La verdad es que encontré que interpretaba a su personaje de una forma bastante razonable y, sobre todo, como un ser humano con sus miedos y límites. Alguno de los otros jugadores ya ha avisado que su personaje desarrollará una pasión negativa para con Francesc, pero en realidad nada de esto ha suscitado malestar en el grupo. Así que lo veo como otra oportunidad para la interpretación y la recreación en las relaciones entre los PJ.
A Werner le fue de un pelo. Desangrar es un efecto muy peligroso, sobre todo si el grupo no cuenta con magia curativa o no tiene buenos sanadores. Cuando el efecto toma lugar, sin conjuros sanadores todo se reduce a una única tirada de primeros auxilios, cuyo fallo supone la muerte. Ni Rodrigo ni Friedrich alcanzan el 40% en esa habilidad. Aunque contaban con algún punto de suerte de la reserva de grupo para poder gastar en caso de fallar la tirada, la cosa no se veía fácil. Pero tuvieron suerte y salvaron la vida de su compañero.
En fin, la cosa estuvo bastante intensa. Ahora a ver por donde tiran para la próxima sesión.
Les explica todo esto a sus compañeros mientras guarda cuidadosamente -casi ha estado a punto de envenenarse por un descuido mientras trabajaba con la matalobos- el resultado de su trabajo. Werner y Francesc se muestran de acuerdo, ellos usarán el veneno. Ser Rodrigo no lo hará, sin embargo; el caballero templario no se rebajará a semejante recurso. Confía en el poder de sus oraciones para que su espada pueda dañar a esas criaturas, caso de encontrarlas.
Werner se levanta de la mesa y se aproxima hasta donde están desayunando Elise y Amien. Le ofrece una porción del veneno a la joven, para que la use con sus flechas. Elise se niega. Aparta eso de mí, le espeta a un sorprendido Werner. No voy a rebajarme a usar venenos ni remedios de campesinos. El mercenario regresa con sus compañeros, con un escalofrío recorriéndole la espalda, lleno de sospecha por Elise de Blanceau.
Tras la comida, se preparan para partir. El muchacho de los establos ha hecho un buen trabajo con los caballos. Los jinetes, entre el crujir del cuero y el rechinar del metal montan para la próxima y, esperan, última etapa de este viaje. Los posaderos les miran con pesar en los ojos, parece que no esperan volver a verles con vida.
A paso tranquilo se adentran en el bosque abandonando los caminos. Las instrucciones para alcanzar la capilla de Santa María de las Colinas son muy claras, no tienen dificultades en seguirlas. Edgar, en su papel de mariscal, se ve cada vez más nervioso, por lo que Rodrigo le dirige unas palabras tranquilizadoras. Mientras, Werner comparte discretamente sus sospechas con Francesc y Friedrich, aprovechando la distancia que se va formando entre los jinetes mientras avanzan por entre los árboles. Francesc recuerda el unicornio grabado en la tumba de Boison, presente también en el escudo de armas de los Blanceau. Se preguntan si habrá alguna relación. Por si acaso, Friedrich reparte el acónito, que van aplicando sobre hachas y lanzas.
Transcurrido el mediodía llegan hasta el punto en el que se les ha citado. La capilla se encuentra sobre la cima de una colina boscosa, a la que se asciende a través de un empinado sendero. Mientras observan el lugar, ven la silueta de un hombre que se asoma desde lo alto. Quietos ahí, les dice a gritos. Que suba Guillaume de Maccard, desarmado y con el dinero del rescate.
El grupo se niega, insistiendo en que han de subir todos y que primero han de ver a Elías, para comprobar si el niño sigue con vida. Pero la respuesta que se les da desde arriba es firme. Podemos mostraros al niño, si queréis, pero a lo mejor no os gusta el modo en que lo hacemos, les dicen de forma amenazadora. Al final, sin embargo, transigen en que una única persona acompañe al mariscal en su ascenso. Sin armas, insisten.
Los aventureros discuten al respecto. Finalmente, Werner se ofrece a acompañar a Edgar. El germano desmonta y deja allí su hacha y su escudo. El escriba se retuerce las manos nervioso, intentando mantener el tipo y mostrar una máscara de valor. Fracasando a todas luces. Pero no se echa atrás.
Ante la mirada impotente de sus compañeros, los dos hombres comienzan a subir por el sendero. A pie, imposible que un caballo realice la ascensión. En la cima encuentran la capilla en cuestión, en un serio estado de deterioro. Fuera hay montado un campamento. Alrededor de una decena de hombres con el rostro cubierto por paños se encuentran allí, algunos de ellos apostados a cubierto, con ballestas que apuntan al grupo que aguarda abajo. No llevan insignia ninguna en sus sobrevestes, pero sí están bien equipados con armas y armaduras. No son bandidos comunes como los que les asaltaron en las ruinas de Boison, eso seguro. Al ojo experto de Werner no se le escapan las maneras de los hombres de armas. Son mercenarios como yo, decide. Espadas a sueldo, probablemente bien adiestrados. Pero no ve al niño por ninguna parte.
Dos de los hombres se aproximan a Edgar, sin nada que haga pensar que el engaño ha fracasado. Toman de sus manos cansadas el arcón. Werner les entrega la llave que Rodrigo le había dado antes de subir. El que parece ser el líder del grupo abre y levanta la tapa del arcón, revelando una enorme cantidad de monedas de plata. Diez mil, el rescate exigido por Elías. Una fortuna considerable.
El hombre de armas cierra el arcón y a una señal suya, dos hombres toman la plata y se alejan con ella. Mientras, otros dos se acercan a Edgar y comienzan a maniatarle, informándole que se viene con ellos. Las protestas de Werner son acalladas por las aguzadas puntas de los virotes que pasan a apuntar en su dirección. El mercenario decide mantenerse tranquilo mientras es atado de pies y manos y amordazado. Los hombres de armas se alejan por la ladera este, la que encara las profundidades del bosque, dejando allí tirado a Werner, que es incapaz de moverse.
Abajo, el resto del grupo aguarda durante un rato. Desconfiados por el tiempo transcurrido sin tener noticias de sus compañeros, comienzan a llamar a gritos sin obtener respuesta alguna. Al cabo, Rodrigo decide que ya han esperado demasiado y decide que quiere subir, haciendo caso omiso a Elise y Amien, que tratan de disuadirle, temerosos, según dicen, de que los hombres de arriba maten a sus compañeros o a Elías. Francesc y Friedrich deciden subir también, acompañados finalmente por Amien, mientras Elise se queda abajo con las monturas.
En lo alto encuentran a Werner. Tras soltar sus ligaduras y quitarle la mordaza, el germano les explica lo sucedido. Enfurecidos por el engaño, discuten acerca de lo que deben hacer mientras Rodrigo inspecciona la capilla, en la que no encuentra nada importante a excepción de una Virgen tallada en madera.
Al cabo, resuelven perseguir a los secuestradores, a pesar de las objeciones de Francesc, que ve su número como algo demasiado alto para hacerles frente. Los caballos no pueden subir la colina -y si los dejan allí, serán sin duda presa fácil de los lobos que tanto abundan por el lugar-, así que deciden separarse. Francesc, en compañía de Amien, que es buen rastreador, buscarán señales del paso de los soldados, mientras tanto Friedrich, Rodrigo y Werner se reunirán con Elise, tomarán los caballos y rodearán la colina hasta reunirse con sus compañeros al otro lado, esperando que para entonces ya hayan dado con el rastro.
Descienden la loma y, al explicarle el plan, Elise replica que ella podría cabalgar rápida en dirección a Montfort. El castillo está demasiado lejos para encontrar ayuda rápido, pero probablemente encuentre mucho antes a alguna de las patrullas de soldados que vigilan los caminos, soldados a los que podría pedir la necesaria ayuda contra el numeroso grupo que Werner ha visto. Aunque Rodrigo no confía en Elise, no encuentra argumentos para rechazar el plan. En poco tiempo contemplan a la joven mientras se aleja a lomos de su caballo. A su vez, ellos comienzan a rodear la colina.
Mientras, el hombre de armas del Caballero de Ascalón comienza a revisar el terreno, por suerte, explica, el rastro es claro, como era de esperar con un grupo numeroso. Francesc y él avanzan un trecho, hasta que en cierto momento Amien se inclina sobre el suelo, examinando algo. Que extraño, murmura, echa un vistazo a esto.
Francesc desconfía. Aferrando su hacha hasta que sus nudillos se tornan blancos, recordando todas sus sospechas, interpela al hombre de armas, dejando claro que no se va a inclinar a su lado. No piensa ponerse en una posición vulnerable.
Amien se gira incorporándose... y el de Barcelona da un paso atrás, impresionado cuando ve que los ojos del otro se han vuelto amarillos. El hombre de armas gruñe, y al levantar los labios Francesc contempla como sus dientes aumentan de tamaño. El rostro de Amien se deforma, convirtiéndose en un morro animal, las manos se cubren de vello y sus uñas se transforman en enormes garras.
Francesc, sabiéndose solo, ataca al lobisome con fuerza. El monstruo no hace ningún intento por desviar o esquivar el ataque, y el catalán descubre horrorizado que su hacha es incapaz de atravesar el pelaje. Es como si el filo del arma se embotara cada vez que golpea.
Por suerte, el acónito con el que había impregnado el filo parece tener algo de efecto sobre la criatura. El lobisome gruñe y se tambalea ligeramente aturdido. En el pecho, ahí donde Francesc descargó su golpe, comienza a ser visible una erupción rojiza. El monstruo golpea entonces, sus garras bloqueadas por el mango del hacha de batalla del antiguo ladrón.
Francesc vuelve a golpear, pero esta vez sus golpes -desprovisto el filo del hacha ya de la suficiente cantidad de hierba matalobos- no causan el menor efecto sobre la criatura. Consigue mantener a raya los zarpazos del monstruo, pero sabe que es cuestión de tiempo que esas afiladas garras se abran paso a través de su carne.
Golpea de nuevo, tratando sin éxito de derribar al lobisome. Cuando este reacciona, sin embargo, lo hace lento de reflejos -probablemente gracias al efecto del acónito-, y un torpe ataque le deja con la guardia abierta. Francesc no duda, aprovecha la ocasión para hacer que el lobisome caiga al suelo mientras se lesiona en una pierna ¿o es una pata?
Sin pensárselo dos veces Francesc sale corriendo con el corazón desbocado. Baja a trompicones, evitando por poco sufrir una caída por la ladera de la colina, mientras grita pidiendo ayuda. Por suerte para él, el lobisome, herido en la pierna, no puede perseguirle.
Alertados por los gritos, los demás acaban encontrando a Francesc, tembloroso todavía por la experiencia. Cuando les explica que Amien es un lobisome, entienden que probablemente Elise también lo sea -Werner ya tenía grandes sospechas al respecto-, así que nada de esperar ayuda de los hombres de armas del castillo de Montfort, según parece. Siguen a Francesc hasta el lugar en el combatieron, donde encuentran señales de la lucha y algunas manchas de sangre, allí donde la bestia se hirió a sí misma gracias a la finta de su contrincante. Friedrich las sigue, pero encuentra que el rastro de sangre es cada vez más leve. En espacio de unos pocos metros ha desaparecido. Como si su herida hubiese dejado de sangrar enseguida.
Este descubrimiento les pone a todos muy nerviosos. Debaten sobre si seguir adelante. Rodrigo, en realidad, no tiene dudas al respecto. Como caballero templario, está decidido a combatir a las criaturas. Solo, si es necesario. Friedrich y Werner deciden que también seguirán adelante. Pero Francesc se niega a seguir avanzando.
Aterrado por lo sucedido, no desea continuar. Son demasiados, dice, Werner ha visto a diez de ellos ¡Y todos podrían ser lobisomes! Pese a todos los intentos de convencerle de lo contrario, se niega a proseguir la búsqueda. Werner se muestra furioso con él, pero Rodrigo actúa de modo más conciliador, sin intención de obligarle a continuar. Finalmente dejan a Francesc a cargo de los caballos con la tarea de regresar a La cabra colgante. Esperan reunirse con él en la posada, cuando terminen con lo que les ha traído hasta el Corazón Negro del bosque. Francesc les observa internarse en la espesura, apenado pero sin deseo alguno de acompañarles. Da media vuelta llevando a los caballos por las riendas, alejándose de allí.
Friedrich encuentra el rastro de los hombres de armas, que efectivamente es fácil de seguir. El cazador guía a sus dos compañeros a través de algunos kilómetros de foresta, hasta que poco antes del anochecer descubren otra cima sobre la que refulge el brillo de un fuego, probablemente un campamento.
Dos senderos conducen hasta esa cima, pero a los agudos ojos de Friedrich no se le escapan los dos centinelas, subidos a sendos árboles, que vigilan el acceso a ambos senderos. Deciden que se van abrir camino por uno de los senderos. Mientras Werner y el cazador terminan de preparar algunas armas con el acónito que llevan encima, Rodrigo comienza a rezar apoyado en la cruz de su espada. Todos observan como la hoja del arma resplandece, trocando su tono acerado por uno más claro, como si la espada hubiese sido forjada en plata.
Rodrigo explica que el efecto no dudará demasiado, y no se responderá a más plegarias suyas hasta que vuelva a tomar la sagrada comunión en una iglesia. Mientras tanto no pueden contar con más sanaciones milagrosas.
Con su arco, Friedrich suelta una flecha contra el centinela, al que hiere pero no de gravedad. El hombre comienza a dar la alarma a gritos mientras el cazador maldice tomando otra flecha. Este nuevo proyectil también hace blanco. En esta ocasión el centinela cae derribado, golpeándose con fuerza contra el suelo, quedándose allí tendido. Dos hombres de armas surgen de la cima, aproximándose a su compañero caído con los escudos levantados, rechazando otra flecha del arco de Friedrich. Recogen al herido y se retiran de regreso al campamento mientras Rodrigo de Onís y Werner salen a la carrera en su dirección armas en mano, seguidos de cerca por Friedrich, que abandona el arco para tomar su lanza.
El templario corre por el sendero, llegando el primero hasta el campamento que se encuentra en lo alto. Por suerte para los aventureros no hay tantos hombres de armas como esperaban. Cuatro, contando al centinela herido, se encuentran allí. Pero hay más gente. Amien está presente, al igual que Elise. Algo más lejos, un hombre de unos cuarenta años, con una sobreveste que lleva también el escudo de armas con el unicornio rampante sujeta a un niño. Delante suyo hay una estaca clavada hundida en la tierra. Atado fuertemente a la estaca se encuentra Edgar, rodeado por varios haces de leña. Parece que tienen intención de quemarlo vivo.
Amien se arroja contra Rodrigo mientras Werner se encara con Elise. La joven comienza la transformación mientras habla. Ahora sí que te voy a dar lo que te mereces, dice con una voz cada vez más ronca que termina convirtiéndose en un gruñido animal. Las transformaciones de los lobisomes, sin embargo, parecen tomar por sorpresa a los hombres de armas, que comienzan a recular asustados.
El lobisome ataca al templario con el mismo salvaje abandono con el que saltó contra Francesc. Pero Rodrigo de Onís cuenta con un poder mayor que el de la hierba matalobos. Amien descubre con horror que la espada bendecida del caballero atraviesa su piel con facilidad, cortando músculo y tendones. El monstruo cojea, sorprendido por el intenso dolor. Un nuevo tajo de la espada plateada de Rodrigo le abre el abdomen de lado a lado, desparramando sus entrañas por el suelo.
Friedrich llega a la cima y observa como los hombres de arma tratan de retirarse del lugar. Uno de ellos, sin embargo, se aleja llevando consigo el arcón con la plata del rescate. El cazador le arroja un venablo, atravesando la espalda del soldado que cae herido soltando su carga. Werner, por su parte, tiene el escudo lleno ya de marcas de garras. Los golpes de su hacha no fueron más efectivos que los que Francesc propinase unas horas antes, pero el efecto del acónito parece ser mucho más marcado en Elise que en Amien. Para ella el acónito no solo la deja aturdida, sino que realmente resulta venenoso.
Dejando atrás el cadáver de Amien -que ya está comenzando a recuperar su forma humana-, Rodrigo se encamina hacia el hombre que sujeta al muchacho. Probablemente se trata de Louis de Blanceau, deduce, el padre de Elise. El hombre empuña una daga con la que amenaza al cuello del muchacho, que pone directamente frente a Edgar, como si quisiera que el "mariscal" contemplase la muerte de su hijo. Rodrigo evalúa las posibilidades de acertar un golpe, sabiendo que podría herir o matar al niño si no tiene cuidado.
Werner suelta su hacha, inútil ya contra Elise, desenvainando a continuación su daga, que también ha untado con la pasta de acónito. Prueba a apuñalar a su contrincante, pero en esta ocasión la mujer lobo es más rápida y evade el ataque, para después soltar un veloz zarpazo al brazo del mercenario. Werner ni siquiera nota el dolor de la herida, que ha sido poco extensa y no muy profunda, pero sí nota que pronto la extremidad se cubre de sangre que mancha ropa y armadura. Se está desangrando, y muy rápido.
Friedrich salta entonces contra Elise con su lanza, interponiéndose entre el monstruo y Werner, quien ya comienza a moverse con vacilación, mareado por la pérdida de sangre. Aunque el cazador usa el acónito de la punta de su lanza contra Elise, provocando más heridas en su piel, no es suficiente para derribar a la mujer lobo. Habiéndose quedado sin veneno, Friedrich no puede hacer otra cosa que defenderse de las arremetidas de Elise.
Rodrigo golpea. El tajo de su espada es cegador, hiriendo a Louis Blanceau en el pecho y desarmandole con una única y brillante maniobra. El caballero mercenario, medio transformado ahora en lobisome, trata de recuperarse del golpe mientras se prepara para matar al muchacho con sus garras a medio formar. Antes de que tener oportunidad para ello Rodrigo le hunde el filo de la espada en la cráneo, bajando hasta los dientes.
Elise aulla al contemplar a su padre caer muerto. A su alrededor se encuentra sola, y el templario cuenta con una espada capaz de matarla a ella también... Con un salto la mujer lobo se aleja de Friedrich y huye velozmente, más sobre cuatro patas que sobre dos piernas. El cazador se apoya, jadeante, en el esta de la lanza.
Werner, mientras tanto, se había dirigido hasta Edgar, cortando las cuerdas que le sujetan con su daga. Cuando el escriba se ve libre, el mercenario cae sobre él, pálido y débil por la hemorragia. Edgar trata de atajar la pérdida de sangre, pero no sabe cómo. La vida de Werner se filtra a borbotones entre los dedos de Edgar cuando este intenta tapar la herida con sus manos.
Llegan entonces Rodrigo y Friedrich, que hacen a un lado al escriba para ponerse a trabajar en la herida. Tensos, saben que la vida de su compañero pende de un hilo. Afortunadamente, entre los dos consiguen detener la pérdida de sangre. Werner está muy débil, pero vivirá.
Unos minutos después, cuando están todos algo más calmados, Edgar les explica lo que le ocurrió tras su captura. Los mercenarios le trajeron hasta aquí, donde aguardaba Louis de Blanceau. La mayor parte de los hombres de armas se marcharon después, pero los restantes ataron a Edgar a la estaca que ya tenían preparada. Louis, que también había tomado a Edgar por Guillaume de Maccard, le contó que en Boison había vivido Marthe, una hija natural suya, a la que el mariscal había asesinado en el ataque a la aldea. Así que esto no era por dinero, sino por venganza. Primero, el mariscal contemplaría como cortaban la garganta de su hijo ante sus ojos, luego moriría entre las llamas. Un rato antes de la llegada de los aventureros se presentaron Elise y Amien.
Recobrado el aliento, temblorosos todavía tras la adrenalina del combate pero satisfechos de seguir vivos y enteros, incluso con las heridas de Werner, los aventureros se preparan para el regreso, en compañía de Edgar y de Elías, el hijo del mariscal de Rocmort, Guillaume de Maccard.
***
La decisión del jugador de Francesc de no seguir adelante tomó a todo el mundo por sorpresa, pero en realidad no me pareció algo malo. He estado en muchas partidas en las que había jugadores que actuaban de forma muy cobarde -esos que se quedan siempre atrás pero luego son los primeros en reclamar su parte-, pero este no me pareció el caso. El jugador pensaba que todos los hombres de armas podrían ser lobisomes y aconsejó al grupo no seguir adelante. Y como no le hicieron caso decidió que no seguiría él. La verdad es que encontré que interpretaba a su personaje de una forma bastante razonable y, sobre todo, como un ser humano con sus miedos y límites. Alguno de los otros jugadores ya ha avisado que su personaje desarrollará una pasión negativa para con Francesc, pero en realidad nada de esto ha suscitado malestar en el grupo. Así que lo veo como otra oportunidad para la interpretación y la recreación en las relaciones entre los PJ.
A Werner le fue de un pelo. Desangrar es un efecto muy peligroso, sobre todo si el grupo no cuenta con magia curativa o no tiene buenos sanadores. Cuando el efecto toma lugar, sin conjuros sanadores todo se reduce a una única tirada de primeros auxilios, cuyo fallo supone la muerte. Ni Rodrigo ni Friedrich alcanzan el 40% en esa habilidad. Aunque contaban con algún punto de suerte de la reserva de grupo para poder gastar en caso de fallar la tirada, la cosa no se veía fácil. Pero tuvieron suerte y salvaron la vida de su compañero.
En fin, la cosa estuvo bastante intensa. Ahora a ver por donde tiran para la próxima sesión.