5 de abril de 1242
La situación parecía desesperada.
Adam, Tekla y Zemvaldis llegaron
hasta las orillas del helado Lago Pelpus, cabalgando al frente de unas cuantas
docenas de hombres cansados y asustados. Se habían cuidado mucho de explicarles
la verdadera naturaleza de los caballeros que les seguían, pero los germanos y
auxiliares livonios y estonios no se perdían el hecho de que estaban huyendo de
ellos. De haber sabido que aquellos jinetes eran en realidad los Hermanos de la
Espada salidos de la tumba para combatir engañados por las mentiras de
Vytautas, habrían salido despavoridos.
Desde que se encontraron con la
columna de jinetes espectrales, la tropa de Ascheradan había apretado el paso
para reunirse con Dietrich von Gruningen y contarle el sacrilegio que su
supuesto aliado había cometido. Antes de ponerse en marcha, Adam envió al
Hermano Otto, junto con los pocos hombres montados con los que contaban, con el
Ostmeister, intentando ponerle sobre aviso antes de la llegada del resto.
Casi consiguieron llegar a
tiempo.
La vista con la que se
encontraron llenó de temor el corazón de los tres compañeros. Ante ellos se
extendía el enorme campamento de la hueste de cruzados, pero quedaban pocos
hombres allí. Más adelante, junto a la orilla del lago, cuya superficie
completamente helada podría sostener fácilmente el peso de ejércitos enteros,
se alineaban las tropas, preparadas a recibir la orden de entrar en combate. En
el flanco más cercano ondeaba la bandera de Dorpat, la insignia de Hermann von
Luxhoeven, en torno a la cual se agrupaban la infantería estonia y algunos
caballeros germanos.
A más de un kilómetro de
distancia aguardaba el otro flanco, formado principalmente por las fuerzas
danesas al mando del Barón Lars Svensson. También allí se podía contemplar la
insignia de los Hermanos de la Espada, junto a la cruz negra de los Teutones,
parte de los cuales estaban al mando de Andreas von Felben. También allí aguardaban
el momento de entrar en combate.
No así el centro del ejército,
que se había puesto ya en marcha. Sobre el lago, a varios centenares de metros ya de la orilla, la caballería avanzaba. Dirigidos por Dietrich von Gruningen,
un centenar de caballeros teutones, cuyos labios musitaban las oraciones que
habrían de conferirles fuerza a ellos y a sus armas en el campo de batalla,
cabalgaban junto a unos seiscientos caballeros laicos, ansiosos por asestar un
golpe mortal, mediante el uso de la carga de caballería, la más eficaz de las
tácticas conocidas en el campo de batalla, a sus enemigos, que les aguardaban
más adelante.
Allá, a un kilómetro de distancia
de la orilla del lago, se alzaba una isla. Y en la orilla de la isla, apenas
distinguibles en la distancia como algo más que una cerrada aglomeración,
aguardaban las tropas de Novgorod, dispuestas a recibir a sus enemigos.
Imposibilitado el contraataque
ruso contra Dorpat debido a la decidida defensa del Mooste, Nevski se había
visto obligado a retroceder hacia sus propias fronteras, para evitar ver
cortada su retirada por algunas de las fuerzas germanas. Justo en el Lago
Pelpus, frontera natural entre Novgorod y Estonia, había decidido plantar
batalla a los cruzados, cuyos tres ejércitos, al mando del Obispo de Dorpat, de
Andreas von Felben y de Dietrich von Gruningen, se habían unido finalmente. Aun
así, las tropas rusas superaban ampliamente en número a sus enemigos. A los
cruzados no les importaba. Confiando en su superior caballería, esperaban que a
la primera carga las filas de los rusos se rompieran, devastadas por el
imparable asalto.
De todo esto fueron informados
los de Ascheradan por el Obispo de Dorpat, quien todavía aguardaba en su
pabellón, mientras sus pajes le vestían con la armadura. Las advertencias de
traición por parte del noble lituano Vytautas cayeron en oídos sordos, máxime
cuando el propio Vytautas cabalgaba a la vera de Dietrich contra los rusos
mientras ellos hablaban. Hermann no quería saber nada de muertos cabalgando, ni
de ningún otro sinsentido. Nada que le distrajese de la batalla que, en esos
mismos momentos, estaba comenzando.
No se le escapó a los recién
llegados que los oídos del obispo estaban ya envenenados. Junto a su
Ilustrísima aguardaba uno de los hombres de Vytautas, Gederts, a quien Tekla
reconoció como uno de sus guerreros de confianza, y por supuesto, un vilkacis.
Gederts pareció sorprendido de encontrar allí a Tekla, a quien creía aún en
Kiauliai, pero se repuso pronto de su sorpresa, ayudando a mantener convencido
al obispo de la lealtad de Vytautas.
-Sin duda, su Ilustrísima no
olvidará la promesa hecha a mi señor. Cuando se alcance la victoria contra los
rusos y Novgorod sea conquistada, mi señor Vytautas tomará posesión de la plaza,
a cambio de todos los favores convenidos previamente.
El obispo asintió ante tales
palabras, para desconcierto de Adam. Hasta el momento, el komtur había pensado
que el plan de Vytautas era la traición y destrucción del ejército cruzado.
Ahora comenzaba a pensar que, realmente, el Señor de los vilkacis deseaba la
victoria de la Orden Teutónica.
Antes de que la discusión pasara
a mayores, Andreas von Felben se presentó en el pabellón, alertado de la
noticia de la llegada de Adam y los suyos. Sacó rápidamente a los tres de allí.
-Si continuáis presionando al
obispo con esa historia, estaréis haciendo lo que quiere la gente de Vytautas.
Podrían susurrar acusaciones de traición al obispo, y haceros ejecutar. Haréis
mejor acompañándome.
Mientras caminaban, el caballero
explicó que los rumores de diferencias entre él y Dietrich eran ciertos. Von
Felben consideraba un desperdicio toda esta campaña, y así se lo había dicho al
Ostmeister en una acalorada discusión. Furioso, Dietrich había apartado las
fuerzas de Andreas de su lado, dejándolo en uno de los flancos.
También les explicó que
ciertamente, el Hermano Otto había llegado unos días atrás. Había tratado de
contar algo muy extraño y, para Andreas, preocupante, pero no había sido creído
y se le ordenó guardar silencio. Ahora cabalgaba junto a Dietrich y los suyos a
la batalla.
Siguiendo las instrucciones del
Obispo de Dorpat, Andreas condujo a los tres, junto a la fuerza que comandaban,
hasta el flanco izquierdo del ejército, el dirigido por el Barón Svensson. Presentados
al noble danés, este pareció fastidiado por la presencia de los nuevos, pero
pronto encontró una tarea que encomendarles.
-Los enemigos que teníamos
enfrente han comenzado a retirarse. Quizá su voluntad de combatir se ha
quebrado al presenciar la carga de vuestro Maestre, pero también podría
tratarse de un ardid. Para asegurarnos de ello hemos de enviar una avanzadilla
que explore el terreno. Encargaos vos y los vuestros, Hermano Adam.
Con tan desalentadora
perspectiva, la fuerza de Ascheradan se puso en marcha, poniendo sus pies sobre
la helada superficie del lago, y comenzando a caminar hacia la otra orilla. Lo
peor de todo, ya podían distinguir en la lejanía, allá por donde ellos mismos
habían llegado hasta el campo de batalla, a la columna de espectros, que
infatigablemente cabalgaban para tomar parte en aquella lucha.
Sobre el hielo había un silencio
casi sepulcral. Con las propias filas un kilómetro atrás, aún sobre la orilla,
y los sonidos de la batalla llegando muy amortiguados desde la isla en la que
la valiente milicia de Novgorod hacía lo imposible para contener el embate de
la más perfecta maquinaria bélica de su época, también a varios centenares de
metros de distancia.
Pronto tuvieron la isla sobre la
que se combatía a su derecha, la escena de la batalla quedó oculta a sus ojos
tras la espesura formada por los árboles que la cubrían. Pero siguieron
avanzando, esperando descubrir alguna trampa preparada por los rusos y
temiendo, a su vez, el que esta saltara sobre ellos. Sabían que no eran más que
un cebo, una fuerza sacrificable para evitar un daño mayor a la totalidad del
ejército. Y los Hermanos de la Espada muertos seguían acercándose al campo de
batalla.
De repente, sonó el restallar de
un relámpago, que golpeó la copa de uno de los árboles más próximos a la orilla
del lago. Tras la caída del rayo, sonó un grito de agonía, mientras una figura
se precipitaba desde la copa hasta el suelo, trazando una estela humeante antes
de estrellarse contra el suelo. Se trataba, vieron con asombro, de un velno,
uno de los diablos a los que ya se habían enfrentado en el pasado. La leyenda
decía que cada vez que un relámpago hería un árbol, se trataba del dios Perkons
abatiendo una de estas odiosas criaturas. En este caso, parecía ser cierto.
Mientras Adam, Zemvaldis y Tekla,
que se habían adelantado para inspeccionar el cadáver contemplaban la escena,
de entre los árboles surgió el Viejo Capagrís. Era esta la tercera ocasión en
que lo veían en el tiempo que habían pasado juntos, desde que el extraño anciano
encargase a Adam y Zemvaldis el cuidado de Tekla, ocho años atrás. Lo habían
vuelto a ver junto al Kriwe, el alto druida de la romuva, la religión báltica,
y éste último trataba al viejo con sumo respeto.
El anciano saludó a sus
sorprendidos interlocutores, alabando la puntería de Perkons en su afán de
destruir diablos. Fue Tekla quien relacionó las experiencias pasadas para
establecer la identidad del desconocido. De entre todos los Dieva Deli, los
Hijos de Dios, el nombre con el que se conoce al conjunto de dioses adorados en
los pueblos bálticos, hay uno cuya adoración directa está permitida sólo al
Kriwe. Sólo éste puede iniciarse en el culto al propio Dievs, el padre de los
dioses, creador del mundo, quien se encuentra demasiado alejado de los mortales
como para que estos puedan alcanzarle con sus rezos.
Dievs, cuyo nombre se traduce
simplemente como Dios.
Mientras en la lejanía la batalla
se recrudecía, el Viejo Capagrís demostró estar muy al tanto de todo lo que
estaba ocurriendo, así como de cuál era el plan de Vytautas. Éste había
engañado a los Hermanos de la Espada muertos en el Saule, ofreciéndoles una
falsa oportunidad de recuperar su honor derrotando a Alexander Nevski, a quién
había descrito como un pagano, que compartía la fe de los tártaros. Pero Nevski
era cristiano, aunque los generales de Batu Khan le consideraban un aliado, más
que el vasallo que técnicamente era. Como siempre, las mejores mentiras son
aquellas que contienen una parte de verdad.
Si los caballeros espectrales
entraban en combate, no podrían ser detenidos. El ejército de Novgorod caería
ante semejante enemigo, y la ciudad sería conquistada. Sería un triunfo
absoluto para los cruzados. Excepto que no habría triunfo en absoluto.
Nada bueno puede surgir de lo que
ha logrado recurriendo a las fuerzas del Mal, y esto no sería una excepción. Un
nuevo reino, gobernado por Vytautas, conquistado mediante el recurso de la más
vil de las brujerías, estaría podrido desde su inicio. Se convertiría en un
sumidero de maldad y una fuente de poder para los vilkacis, que crecerían de
forma imparable en toda la región.
Para detener este plan, los
Hermanos de la Espada deberían ser convencidos de haber sido engañados,
dándoles tiempo a contemplar a sus enemigos, para que se diesen cuenta de que
les habían enviado a matar cristianos.
Pero, ay, los tártaros también
estarían presentes en el campo de batalla. Y ya se aproximaban, doscientos
jinetes listos para soltar la muerte emplumada desde sus poderosos arcos. Si
los Hermanos llegasen a verles, ya no sería posible convencerles.
Así que habría que llevar a cabo
dos peligrosas tareas simultáneas. Por una parte, los mongoles debían ser
retenidos el tiempo suficiente como para que se pudiese hablar con los
espectros. Por otro lado, los jinetes muertos debían ser convencidos de su
error, mientras se les mostraba la evidencia de la fe de la gente contra la que
habían sido enviados a luchar.
Después de discutirlo brevemente,
se decidió que Zemvaldis y Tekla, junto con las tropas de Ascheradan, saldrían
al paso de los tártaros para retrasar su avance todo lo posible. Mientras
tanto, Adam se interpondría en el camino de sus antiguos hermanos para intentar
hacerles entrar en razón. El Viejo Capagrís le acompañaría.
Mientras, la batalla continuaba.
Los hombres luchaban y morían inconscientes de cuán importante sería el
desarrollo, y el resultado, de la lucha en la que estaban tomando parte.
***
Infantes germanos, junto con los
auxiliares livonios y estonios sumaban unos ochenta hombres. Los mongoles eran
más del doble, montados a caballo y con sus temibles arcos, que manejaban
expertamente.
Ni Zemvaldis ni Tekla se hacían
ninguna ilusión respecto al resultado de lo que iba a ocurrir. Pero debían
hacer lo posible para dar tiempo a Adam, si querían salvar toda aquella tierra
del dominio de los Poderes Oscuros a los que servía Vytautas. Incluso si eso
significaba sacrificar sus propias vidas. O las de los hombres bajo su mando.
Al principio los tártaros se
detuvieron, sorprendidos de que una fuerza tan inferior les presentase
batalla. Pero su impaciencia, junto a la
urgencia de unirse al combate principal les hizo tomar los arcos y comenzar a
soltar descargas contra los infantes.
Aquello no era digno de ser
llamado una batalla. Los soldados de Ascheradan no tuvieron ninguna
oportunidad. Al principio hicieron lo posible por devolver el fuego, con las
ballestas de la veintena de germanos que estaban allí. Provocaron algunas bajas
entre los tártaros, pero era poco en comparación con la lluvia letal que estos
hacían caer sobre ellos a cada descarga. Pronto, todos los germanos estaban
muertos o demasiado heridos para poder seguir combatiendo.
Los auxiliares estuvieron a punto
de perder el valor, y algunos saliendo corriendo. Pero las palabras de
Zemvaldis y Tekla, junto con la visión de los fugitivos siendo pasados por las
armas por algunos jinetes salidos en su persecución, dio determinación a los
guerreros para mantenerse allí y morir de pie.
Pronto, en torno al grupo
menguante de hombres de armas se extendía un enorme charco de sangre que
enrojecía el hielo sobre el que se alzaban. Con cada descarga de flechas, más y
más hombres caían derribados, muertos o heridos. Zemvaldis hizo lo que pudo
para proteger a Tekla, despreciando su propia seguridad y usando su escudo para
cubrir a la joven ragana. Ninguno de los dos se libró de la mordedura de las
saetas disparadas contra ellos.
Finalmente, sólo unos pocos
hombres quedaban con vida. La mayoría estaban tendidos en el hielo, muertos por
una causa que no comprendían. Otros se arrastraban con una o más flechas
hundidas en su carne. Los mongoles, considerando que habían derrotado a esta
fuerza, pero conscientes de que debían apresurarse para atacar el flanco de la
caballería germana, dejaron atrás a los escasos supervivientes.
Después de que Tekla atendiese
las heridas de Zemvaldis y las suyas propias, ambos se pusieron en marcha,
decididos a reunirse con Adam para el final de este drama.
***
Los monjes caballeros que habían
regresado de la tumba se disponían ya a entrar en combate, abandonando la
formación de columna para crear una línea, listos para cargar.
Pero frente a ellos surgieron dos
figuras, había un anciano, que parecía deslizarse sobre el hielo sin ningún
impulso aparente, sobre dos esquíes que parecían de cristal. A su lado, un
caballero que portaba las mismas enseñas y colores que la hueste que se alzaba
frente a él.
Adam podía distinguir rostros
conocidos. Allí estaba Lucien, el normando de risa fácil. Gottfried von
Eisenburg, quien fuera komtur de la encomienda de Lennewarden, y tío de Otto.
Wilfred von Bremen, antiguo superior de Adam, que siempre se había mostrado
como alguien justo.
Y al frente de ellos, el antiguo
Maestre de la Hermandad de la Espada, Volkwin von Winterstein. Éste avanzó
hacia Adam, hablando con una voz que no tenía nada que ver con los sonidos que
podía proferir cualquier ser viviente.
-¿Quién eres para interponerte
entre los Hermanos de la Espada y su honor perdido? Apártate de nuestro camino
o serás hecho pedazos.
Embargado por la emoción de ver a
sus camaradas muertos en semejante estado, Adam habló. Les habló sobre las
mentiras de Vytautas, sobre la fe de los rusos, sobre cómo, aquello que estaban
haciendo, lejos de devolverles su honor, les haría caer en el mayor de los
pecados, condenando sus almas al Infierno. Les habló como alguien que velaba
por su bien y como su antiguo hermano de armas, que se sentía culpable por no
haber compartido su destino en la Batalla del Saule, años atrás.
A lo lejos, mientras hablaba,
Adam podía ver a Vytautas, que cabalgaba acompañado de algunos de sus hombres
hasta aquel lugar. Extrañado por la escena que se estaba desarrollando, el
Señor de los vilkacis comenzó a proferir ensalmos sobre sus armas, preparándose
para entrar en combate y matar al entrometido.
Pero Vytautas no era el único que
se había percatado de que algo extraño ocurría allí. Hermann, el Obispo de
Dorpat, también se había acercado al lugar. Asombrado, reconoció a Volkwin.
Pero antes de poder reaccionar, cayó derribado de su montura, golpeado a
traición por Vytautas. No estaba herido de gravedad, el vilkacis se había
asegurado de golpear el rostro del obispo con el plano de su hacha de batalla,
pero quedó tendido en el suelo, inconsciente.
El tiempo comprado con las vidas
de la mesnada de Ascheradan, y la visión de los guerreros rusos en la lejanía,
con sus estandartes mostrando iconos religiosos, acabaron por arrancar la venda
de los ojos de los caballeros muertos. Enfurecido por el engaño sufrido,
Volkwin se giró hacia el Señor de los vilkacis.
-¡Vytautas, embustero! ¿Para qué
nos has traído aquí? ¡No hay honor que ganar en este lugar, no si matamos a
otros cristianos! ¿Qué clase de monstruo engendrado en los infiernos eres?
¡Hermanos, preparaos para combatir! ¡Recuperaremos nuestro honor…
Enfrentándonos a este diablo!
Vytautas, consciente de haber
perdido el control, emprendió la fuga, perseguido de cerca por los Hermanos de
la Espada. Mientras galopaba, extrajo de su vaina una espada, la que fuese la
hoja de Volkwin, la espada sagrada cuyo pomo albergaba poderosas reliquias. La
espada era el vínculo que Vytautas había establecido para mantener a los
Hermanos de la Espada caminando por el mundo de los vivos. Ahora, gritando a
los cuatro vientos poderosas y terribles palabras de poder, invocando a sus
oscuros señores, deshacía ese vínculo. Arrojó la espada lejos de sí.
Una niebla surgió de la
superficie helada del lago, allá donde la espada había caído. Los caballeros
espectrales se precipitaron hacia aquel lugar, desapareciendo entre la bruma,
como si las aguas del lago se los estuviesen tragando. Y así debió de parecer a
cualquier que contemplase la escena desde la lejanía…
En la distancia, sonaba el
retumbar de los cascos de caballos contra el suelo. Saliendo de su escondite al
otro lado de la isla, la caballería del Príncipe Alexander Nevski, con éste
cabalgando orgullosamente a la cabeza de sus hombres, entraba en las páginas de
la historia mientras se precipitaba contra el flanco de los caballeros
cruzados, retenidos todavía por el extraordinario esfuerzo de la infantería de
Novgorod. Por el otro lado, los tártaros llegaban, y comenzaban a descargar sus
flechas contra los germanos, que comenzaban a darse cuenta de que estaban
desbordados.
Pero esto ocurría lejos, y otras
cosas reclamaban la atención inmediata de Adam, así como de Tekla y Zemvaldis,
que acababan de llegar. Vytautas, furioso por el fracaso de su plan, estaba
decidido a matar al caballero, tal y como diese muerte a su hermano años atrás.
Con él cabalgaban Gederts y Spidala, tan ansiosos de venganza como su señor,
los tres adoptando las monstruosas formas, mitad hombre, mitad lobo, que
revelaban su verdadera naturaleza. Se arrojaron contra Adam y Zemvaldis, pues
no era deseo del Señor de los vilkacis el que nadie dañase a su hija Tekla.
Fue una lucha desesperada y
cruel. Gederts cayó bajo el hacha de Zemvaldis, quién le derribó al suelo y la
emprendió a golpes con el vilkacis, ayudado por la magia de Tekla.
Mientras, Adam derribaba a
Vytautas de su caballo con su lanza. Pero el vilkacis se puso pronto en pie,
arrojando un venablo contra Adam, que quedó herido en la cabeza. El caballero
se abalanzó contra su enemigo, pero quedó derribado cuando el dolor de su
herida le impidió reaccionar con la suficiente rapidez como para impedir un
golpe del hacha de Vytautas, que le acabó derribando de su montura.
Zemvaldis y Tekla se
enfrentaban a Spidala con hacha y conjuro. La que hubiese podido ser señora de
Aizkrauklis usó sus conjuros y tretas contra su antiguo amante, pero éste, en
un despliegue de determinación que dejó asombrados a todos los presentes, se
sobrepuso a todos los ataques de la bruja, hasta que logró derribarla con un
certero golpe de su hacha, dejando el cuerpo de la mujer, que era también la
madre de su hijo, tendido sobre el hielo.
Fue entonces cuando Zemvaldis se
dio cuenta del apuro que estaba pasando Adam, quien, tirado en el suelo, aguantaba
como podía los asaltos de Vytautas, cuya sobrehumana fuerza confería una
potencia terrible a los golpes de su hacha.
El livonio no se lo pensó dos
veces. Arremetió contra el Señor de los vilkacis, distrayéndole el tiempo
suficiente como para que Adam lograra ponerse en pie. Tekla, mientras tanto,
usaba todas sus artes contra su padre, pero las defensas que este mantenía
contra maldiciones y ataques que se valiesen de cualquier magia era más de lo
que la joven podía superar.
Enfrentado a Zemvaldis, Vytautas
lanzó un contundente golpe que el livonio no acertó a evitar, cayendo al suelo
con una pierna gravemente herida. Pero Adam ya estaba en pie, y aprovechó el
momento para lanzar un golpe mortal contra el cuello de su odiado enemigo,
atravesándolo de una precisa estocada.
Vytautas cayó al suelo, ante la
mirada impasible de Tekla, a quién contemplaba con orgullo, como si le hubiera
confirmado con su propia muerte la confianza que había depositado en su hija
como heredera. Después, el Señor de los vilkacis murió.
***
La batalla, ya claramente
perdida, se había convertido en una retirada general de las fuerzas cruzadas.
Habían sufrido una derrota contundente, que acabaría para siempre con las
aspiraciones de la Orden Teutona de expandir su territorio en aquella
dirección. El ejército no fue aniquilado, pero si sufrió suficientes daños como
para que en el futuro, tan sólo pudiese mantenerse a la defensiva.
Adam no quiso dejar abandonados a
los pocos hombres que habían sobrevivido tras seguirle durante tanto tiempo, y
dejó a Tekla y Zemvaldis, así como al Obispo de Dorpat, ya despierto aunque
dolorido tras el golpe de Vytautas, para que huyesen. Él se dirigió a reunirse
con los pocos auxiliares que quedaban con vida, y compartir su suerte.
Eso resultó ser capturado por los
rusos, aunque fue liberado unos meses después, tras el pago de un rescate. Se
reunió con sus compañeros en Dorpat,. Allí aguardaba también el obispo, quién
le comunicó lo avergonzados que se sentían los señores que habían sido
embaucados por Vytautas. Y era necesario, añadió, que tal engaño quedara en
secreto, por temor a lo que podría ocurrir si la noticia de lo ocurrido se
acabara filtrando entre la población. Todos se mostraron de acuerdo.
Así que, un tiempo más tarde,
Adam regresó a Ascheradan para volver a ocuparse de aquellas tierras. Zemvaldis
iba con él, a la vez temeroso y ansioso por encontrarse con su pequeño hijo.
Pero Tekla no regresó allí, y en
su lugar, marchó a Lituania, esperando poder curar la tierra de Kiauliai, que
tan dañada había quedado por la influencia de los vilkacis gobernados por su
padre. Ella misma era también uno de tales seres ahora. Su corazón, fuerte y
bueno, albergaba un lobo que, paciente, roía y mordía las paredes de su
prisión, esperando el momento de poder hacerse con el control…
Aunque las luchas no habían
acabado para ninguno de los tres, lo cierto es que a lo largo de sus vidas no volverían a encontrarse con los vilkacis, y no volverían a contemplar una
batalla tan importante como la que habían vivido sobre el Lago Pelpus, la mayor
de su generación en aquella tierra.
FIN
***
Uff, ha quedado muy largo. Pero
bueno, de todos modos, poca gente iba a leer esto del Diario de Campaña, que
normalmente sólo interesa a los implicados en el asunto. Y bueno, era la última
sesión de esta historia, la ocasión lo merecía, me parece.
Bueno, la campaña ha terminado.
El malo ha muerto, la tierra está a salvo. Los héroes pueden regresar a sus
hogares y retomar sus vidas. El final no ha estado mal. Y se podría retomar el
asunto, de forma hipotética, en algún momento del futuro. Aunque probablemente
con un salto de unos cuantos años de por medio…
Lo cierto es que, si tuviese
intención de continuar la campaña justo después del Lago Pelpus, lo mejor
habría sido permitir la victoria de Vytautas. Que los germanos venciesen en
esta batalla habría creado una línea temporal completamente nueva, con un
montón de interesantes alternativas. Con los líderes cruzados en el bolsillo,
al vilkacis sólo le quedaría eliminar a sus principales rivales en el dominio
de las tierras con las que comenzará su imperio; Alexander Nevski en Novgorod y
Mindaugas en Lituania. Lo que pudiese ocurrir a partir de ese momento, podría
ser tan interesante que casi me sentí tentado de llevar las cosas hasta ese
extremo, y seguir la campaña a partir de ahí, en Terra Incognita.
Pero sólo casi. Hay otros
escenarios que jugar, y otros entornos que explorar. Y ahora empezaremos uno nuevo,
de fantasía. Comenzaremos con
Book of
Quests, pero es mi intención el poder revisitar ese entorno –que, como ya
he dicho alguna vez, se sustenta sobre una versión de las
Tierras del Sueño de Lovecraft, rellenada con regiones tipo Portal
de los Mundos- una y otra vez, pausando las etapas jugadas allí con otras
cosas, como si fuesen temporadas de una serie de televisión, vamos.
Lo que no creo que vaya a hacer
es seguir con un Diario de Campaña, al menos no en la misma forma en que he
llevado este. Puede que algo más tipo “Actual Play”, para comentar aspectos del
sistema de juego que hayan destacado en la sesión, y los comentarios que
susciten durante la misma.
Lo cierto es que, ahora que ha
terminado, puedo decir que Crusaders of
the Amber Coast es una de las mejores campañas que he tenido ocasión de
dirigir en mucho tiempo. Y aún con la campaña oficial concluida, la guía
contiene suficientes elementos –muchos de los cuales no hacen aparición en la
campaña- como para dar juego durante mucho, mucho tiempo. Un suplemento
excelente, ya os digo.
Pues creo que nada más, esto ya
ha salido mucho más largo de lo que esperaba, y si alguien ha llegado hasta
aquí debe de estar bastante harto. En fin, ya se acabó.