Finales de los años noventa, en Madrid. Concretamente, en una de las
tiendas Arte 9. Para los que la hayan conocido, la que se encontraba en la calle Hilarión Eslava, cerca de la estación de Moncloa. Esta tienda cerró hace varios años, después de cambiar de manos un
par de veces. Era un local más bien pequeño. Se exponían cómics
y merchandising, pero si alguien estaba más interesado en frikismos
roleros, de juegos de cartas o de Warhammer, debía descender
por unas escaleras metálicas que conducían a un sótano en el que
todo eso estaba disponible.
Y allí abajo estaba yo,
rebuscando en las estanterías en las que se exponían las últimas
novedades publicadas por aquel entonces, en busca de algo que suscitaba mi interés. No
recuerdo exactamente qué, pero dada la época, casi con toda
probabilidad debía de tratarse de un suplemento de alguno de los
juegos de Mundo de Tinieblas, que todavía era lo que se
imponía. No estaba sólo, claro. Un dependiente se ocupaba de sus
cosas en el mostrador, y algunos aficionados más echaban un vistazo
a los artículos que pudieran interesarles, jugaban a Magic, o charlaban sobre esto o
aquello. Vamos, el ambiente normal en cualquier librería
especializada del ramo.
Y en esto que por las
escaleras bajaron dos personas más. Se trataba de una señora y su
hijo. A ella, de tal vez cuarenta y pocos años, se la veía
elegante con la ropa que vestía, y el niño, de unos nueve o diez
años, con su uniforme de colegio privado, terminaba de dar la
imagen de que se trataba de gente de posibles.
La madre se dedicó a
lanzar unas cuantas miradas cautas, con cierta sospecha, a su
alrededor. Mostraba cierta inseguridad, preguntándose, quizá, dónde
se había metido, y qué era todo eso tan raro que había en el
sótano. El chavalillo lo tenía mucho más claro. Daba la impresión de
que ya había estado en alguna ocasión allí, y desde luego era él
quien debía de haber insistido a su madre para que le llevase, seguramente con esperanzas de salir con algún botín.
Recuerdo que me hizo mucha gracia, porque pasó de las miniaturas y
maquetas, y se fue directamente a curiosear por entre los juegos de
rol. No es tan frecuente ver a un niño interesarse por libros,
aunque sean de este tipo, y ver al chavalín allí, hojeando los
manuales con curiosidad, tranquilo y educado, me hizo gracia.
Es mucho más habitual encontrarse con esas pequeñas larvas que
corren, gritan y molestan, sin que sus padres se den por aludidos,
que sólo tienen una vaga idea de lo que es un libro, y que en cuanto
les destetan pasan directamente a enchufarlos a una consola, o al smartphone, como ocurre
ahora. Pero este no parecía de esos.
La madre se acercó al
niño, mirando con cierta desconfianza las portadas de los libros
expuestos.
–Mamá ¿Me compras
uno? –preguntó el chaval.
La mujer seguía mirando
aquello. Haceos una idea, las portadas de la miríada de suplementos
de Mundo de Tinieblas que mensualmente publicaba La Factoría,
con esas ilustraciones que gastaban. Claro, también había cosas de
AD&D, y similares. Pero había más de lo otro.
–¿Y esto, qué es?
–preguntó la señora, antes de querer dar una respuesta a su hijo.
–Son juegos de rol
–dijo el niño, con una sonrisa traviesa–. ¿Me compras uno?
–¿Juegos de...? ¡¿Qué?! ¡¡No!! ¡Vámonos! –la mujer miró a su alrededor, de repente
consciente de encontrarse en un sótano, rodeada de varios tipos
dedicados a saber qué cosas. Lo que le pasaría por la cabeza sólo
me lo puedo imaginar, pero me hago una idea: Hablaban de esto en
la tele, decían que deberían estar prohibidos, quienes los juegan se vuelven locoss, es algo parecido al
satanismo, a quienes juegan les vuelve psicópatas. Asesinos. Lo decían en la tele.
El Asesinato del Rol.
La señora tomó al
pequeño de la mano, que obediente y sin protestar ni una vez siguió a su madre, y juntos subieron las escaleras. Salieron de allí
lo más deprisa posible, ante la mirada, a medias divertida, a medias
resignada, del dependiente. Imagino que yo mostraba una expresión
parecida.
Después de que se
marcharan, me acerqué al mostrador. Ya había seleccionado lo que me
llevaba -ahora que lo pienso, posiblemente algo de Vampiro: Edad
Oscura, que me gustaba mucho entonces- y fui a pagar. Mientras me
atendía, no pude evitar hacer un comentario sobre lo sucedido:
–Estamos completamente
demonizados –dije. Él sonrió.
–¿Sabes? –comenzó
a contarme (no nos conocíamos de nada, pero la escena nos había despertado, supongo, de forma temporal cierto sentimiento de camaradería) –Al poco tiempo de aquello de los asesinos del rol, nos
llamaron aquí desde alguna cadena de televisión. Antena 3, creo que era.
Querían saber si podían venir para hacernos algunas preguntas
y grabar en la tienda.
“Claro, respondimos
nosotros, ningún problema. Así que poco después se presentó una
chica joven, la reportera, acompañada de un cámara. Comenzamos a
enseñarles el lugar, pero enseguida la chica nos preguntó: ¿Y los
cuchillos?
Nos quedamos de piedra.
Mire, le respondí, es que esto es una librería, sabe... Aquí no
vendemos cuchillos, ni ningún otro tipo de arma.
¿Ah, no tienen cuchillos
aquí? Entonces, lo siento mucho, pero no haremos la grabación. No
nos interesa. No es lo que buscábamos.
Y se marcharon.
Periodistas.”
–Si, son unos
carroñeros –contesté con cara de circunstancias, sin ganas de
mencionar que justo entonces yo estudiaba una carrera con aspiraciones en convertirme en uno de esos. Y me fui de allí.
Hoy se cumplen veinte
años, ya sabéis. Dos jóvenes asesinaron a un hombre porque sí, porque querían
hacerlo. Le encontraron en una parada de bus y le apuñalaron. La policía cumplió su trabajo con eficacia, y pronto los asesinos
fueron localizados y detenidos. Javier Rosado, el inductor y
principal culpable, y Félix Martínez, cómplice y por aquel
entonces todavía menor de edad, asesinaron a Carlos Moreno. Años más tarde, la sentencia fue clara en sus motivos: Lo hicieron porque eso es lo que querían hacer, no estaban perturbados, no sufrían ninguna enfermedad mental que les arrebatara el control, y desde luego, no estaban sujetos a ninguna influencia exterior causada por ninguna afición.
Pero en el
momento de llevar a cabo las detenciones, los agentes encontraron numerosos
artículos inquietantes en la casa de Rosado, como una colección de
armas blancas (cuchillos), o textos de ideología nazi. Pero por lo
visto, también había por allí unas cosas raras, una especie de
juegos que, probablemente los agentes encargados del registro no
habían encontrado nunca antes. Algo que llamaban juegos de rol.
Cuando la prensa se
enteró del dato, fue como tiburones oliendo sangre fresca. Lo del
ocultismo ya está muy visto, debió de pensar alguien, igual que los fanáticos de Hitler. Pero esto es nuevo. Esto es interesante. Aquí hay filón,
vamos a tener para rato, con lo que va a hablar la gente del asunto. Parad las rotativas, hay que crear una nueva alarma social. ¿Que qué es eso de los juegos de rol? Ni idea, pero no veas cómo suena.
Así que por ahí salió
el asunto. Unos juegos que promueven el fascismo, y que convierten en locos
peligrosos a quienes los juegan. Cualquiera con dos dedos de frente
se daría cuenta de lo absurdo que es afirmar que algo así es
posible, pero claro ¿Qué pintaba la razón en todo esto? Cuando
profesionales del calibre de Nieves Herrero dedicaban alguno de sus programas de
inmundicias sensacionalistas a este tema, entregándose a reflexiones
tales como: ¿Deberían prohibir los juegos de rol?, la razón
no tiene nada que hacer. La estupidez y el ansia despiadada por una mayor cuota de share la superan tanto en número como en potencia de fuego.
Con semejantes líderes
de opinión diciendo estupideces a troche y moche, y ina audiencia
falta de criterio propio, que se limitaba a aceptar sin más lo que se les contaba, la cosa estaba
clara. A mí el asunto me pilló todavía en el instituto, y recuerdo
a un par de estudiantes más jóvenes, que sabiendo que yo jugaba a
rol, se habían interesado por el tema unos meses antes de esto. Ya les había hecho algunas partidas
para enseñarles de qué iba la cosa, les llevé al club del que
formaba parte, y estaban interesados. Pero en cuanto los medios pusieron la maquinaria en marcha, a
los dos les ocurrió lo mismo. Sus padres habían visto en la tele
como algún cantamañanas decía que eso de los juegos de rol era
peligroso, y claro, si lo dicen
en la tele, es que es verdad. Así que les prohibieron
nada que tuviese que ver con el tema. Con el tiempo, volvería a
encontrarme con situaciones incómodas, en las que alguien me miraba
raro cuando le comentaba mi afición “¿Pero eso no es peligroso?”
Antes de abril de 1994,
tratar de popularizar los juegos de rol significaba luchar contra el
desconocimiento. Difícil, pero no imposible, e incluso algunas
cadenas de televisión habían tratado de aprovechar el asunto, con
programas y concursos relacionados con esto. Quién sabe, quizá con
el tiempo se hubiese llegado a algo. Probablemente no, aunque por lo menos no empeoraría la situación.
Pero después del crimen, después del circo mediático organizado en torno a esta tragedia, los obstáculos se volvieron mucho mayores. Ya no era que la gente no
supiese nada sobre los juegos de rol, es que creían saberlo todo. Y todo lo que sabían era que
se trataba de algo peligroso, y todo lo que sabían no era más que un montón de absurdos, alentados por voceros sin escrúpulos. Juegas y te vuelves loco. Una
explicación sencilla, simple, que funciona. Se había convertido en
una de esas cosas que “todo el mundo sabe”, y como tantas de esas
afirmaciones, era una absoluta chorrada. Es fácil darse cuenta de eso, sólo hay que pensar por uno mismo.
Bueno, visto lo visto, quizá no tan fácil.
Bueno, visto lo visto, quizá no tan fácil.
La sentencia, cuando
llegó, puso algo de sentido común a todo esto. Los asesinos no
cometieron su crimen influenciados por ningún juego, sino por su
propia arrogancia, bajos instintos y desprecio por la vida ajena. La muerte del Señor
Moreno fue tan trágica como absurda, pero en ello nada tuvo que ver
nuestra afición. Daba igual, en la mente de la población la
identificación ya estaba clara, como la madre que huyó de una
librería cuando descubrió que allí vendían juegos de rol.
Y eso sin mencionar algunas películas perpetradas al amparo de esta historia...
La
idea que la sociedad tenía de los juegos de rol se ha
suavizado en los últimos tiempos, quizá porque los adolescentes que jugábamos entonces
somos ahora adultos con vidas normales, y en algunos casos incluso
seguimos jugando. Institucionalmente, no hay queja alguna, cuando hasta un ministerio ha publicado documentos en los que deja claro que la supuesta influencia perniciosa de los juegos de rol es algo tan absurdo como falso. Incluso, con la cierta popularización de lo nerd, hay más gente que comprende en qué consiste realmente esto de un juego de rol. Y que quizá incluso sienta curiosidad.
(Me gustaría dejar claro que con esta entrada sólo pretendo hablar de los efectos que la voracidad de la prensa sensacionalista tuvo sobre nuestra afición mientras de revolcaba en el lodazal de este crimen. No trata sobre el crimen en sí. Afirmar, aunque sólo para dejarlo claro, que las molestias que ha supuesto todo esto a los jugadores de rol no puede compararse con el dolor por la pérdida de un familiar es de una obviedad tal que considero insultante siquiera mencionarlo.)