¿Sabéis eso que se suele incluir en las comidas de los restaurantes japoneses? Me refiero a una especie de cortezas, cuyo sabor me recuerda un poco al jabón, que suelen tomarse entre dos platos diferentes. La función de esas cosas es eliminar el sabor del anterior, para que no entremezcle con el del nuevo.
Pues algo así ha sido la función de las sesiones que he dirigido anteriormente. Algo de El Rastro de Cthulhu, pues algunos jugadores venían de hacer una larga campaña de D&D3, y el resto de la fallida Book of Quests. Y ahora, bueno, después de un tiempo, finalmente vuelvo a dirigir una campaña de RuneQuest. Se discutieron varias opciones (parece que tendré que esperar hasta poder dirigir El Reino de la Sombra), y finalmente decidimos volver a jugar una campaña de la Tierra Alternativa. En Inglaterra, a mediados del s. XII. La misma ambientación que Crusaders of the Amber Coast, pero unos setenta años antes.
Ya la semana pasada nos reunimos para hacer los PJ, que se han estrenado ya en su primera sesión de juego. Los participantes de la misma fueron:
-Sir Antoine Gillette, un caballero normando, hijo segundón de un noble menor, que ha decidido buscar fortuna en los caminos. Es un hombre joven poco agraciado, extremadamente falto de modales, hosco y que debe realizar grandes esfuerzos para mostrarse agradable ante los demás (CAR 4).
-Gwenger, un oficial herrero proveniente de Gales. Recién terminado su aprendizaje, ahora debe viajar hasta que pueda regresar al gremio de su ciudad natal con una obra maestra de su creación, algo que le haga merecedor del título de maestro armero, lo que le permitiría abrir su propio negocio en la localidad. Por el momento, Gwenger viaja hasta un pequeño pueblo en la parte central de Lloegyr ("Tierra conquistada", Inglaterra, para los galeses), para establecerse temporalmente allí.
-David ben Sharon, escribano hebreo. En secreto, practicante de la cábala, aunque es muy joven para haber podido aprender tales secretos de la forma tradicional. La familia de David ha sufrido la persecución de un noble normando que, a lo visto, ha decidido que en lugar de pagar el dinero recibido en préstamo resulta más fácil y cómodo denunciar a sus acreedores, azuzando al populacho contra ellos, obligándoles a huir. Él acude a buscar refugio en un pueblo junto al Gran Camino del Norte. Es, si cabe, todavía más hosco, falto de tacto y modales, y más desagradable a la vista que Sir Antoine (CAR 3).
El destino de los tres viajeros es el pueblo de Whitlingthorpe, una pequeña población situada junto al importante camino que conduce desde Londres hasta York, junto a la frontera con Escocia. La población y sus alrededores será el escenario de sus aventuras durante las próximas sesiones. Whitlingthorpe se encuentra bajo el dominio feudal no de un noble, sino de la Iglesia. Concretamente, la población se debe al cercano Convento de Whitling, cuya Madre Superiora, La Priora Eleanor, cumple las funciones de gobernante del señorío.
A partir de aquí, SPOILERS.
Los PJ, que se han unido durante el camino, se aproximan desde el oeste, atravesando el cercano Bosque de Rockingham. Se encuentran ya a pocos kilómetros del linde, donde esperan alcanzar el camino al sur de Whitlingthorpe, cuando un grito agudo resuena algo más adelante. Sir Antoine desmonta de su caballo mientras desenvaina la espada al avanzar hacia el origen del ruido. David hace lo propio, bajando de su borriquillo, aferrando con fuerza un bastón que lleva "para ayudarse en el viaje" (a los judíos no les está permitido portar armas). Mientras sus compañeros se adelantan, Gwenger se retrasa un poco. Suelta la pequeña carreta de la que ha estado tirando por el camino -no tiene ningún animal de carga- y rebusca dentro, entre sus herramientas de herrero, hasta sacar un enorme garrote que sujeta con ambas manos.
David y Sir Antoine llegan a un claro cercano, a tiempo apenas de avistar un caballo que se aleja por la espesura, con una visión fugaz del jinete, del que sólo distinguen el rojo del tabardo que viste. Tirada en el suelo hay una joven, con el vestido rasgado y levantado hasta la cintura. Parece evidente que acaba de sufrir una violación.
Tras un rato para intentar tranquilizar a la joven y darle un tiempo para recomponerse -dentro de lo que cabe, habida cuenta la tragedia que acaba de sufrir- consiguen que esta les hable. Su nombre es Marie, y viajaba por el Camino del Norte en dirección a Stamford, pues allí la espera su prometido, para contraer matrimonio. Hace un rato, en un trecho solitario del camino, oyó como un caballo se acercaba tras ella. Le entró pánico y huyó, pero el jinete la alcanzó entre los árboles, la derribó, y allí mismo consumó su felonía. Pero debió de oír a los viajeros que se aproximaban, porque de repente se levantó y apenas con el tiempo justo para subir sus calzas, montó a caballo para alejarse raudo de allí.
¿Podría reconocerle? Le preguntan. No, responde Marie. No llegó a quitarse su yelmo.
Sir Antoine le ofrece su compañía y protección, para hacer de escolta hasta que la joven llegue a un lugar seguro. Gwenger se muestra de acuerdo pero David demuestra tener el corazón de piedra, limitándose a quejarse un poco por el retraso que eso les ocasionará.
A no mucho más tardar, salen del bosque, alcanzando el camino y llegando a Whitlingthorpe cercano ya el anochecer. Es un pueblo pequeño, pero parece próspero. Campos de labranza rodean unas cuantas casas, un molino junto al Río Nene, una buena posada cercana al transitado camino. Al norte se divisa una iglesia, San Miguel.
En la posada, regentada por un tal Stephen el Rojo (por el color de su cabello), los viajeros descubren, sorprendidos, un grupo de hombres de armas sentados a una de las mesas. Los tres portan tabardo rojo sobre su armadura. Un tabardo rojo marcado con tres leones dorados.
La enseña real.
Marie es incapaz quién de ellos fue el ofensor, si es que fue alguno de estos, porque poco después la puerta se abre para dar paso a más hombres de armas. Tantos soldados del rey juntos aquí parece algo raro, pero los PJ no descubren a qué se debe su presencia.
Al amanecer, mientras se preparan para partir, Sir Antoine renueva su oferta de protección a la joven, indicando que, si así lo desea, la acompañarán otra jornada hasta la cercana Stamford. Agradecida, Marie accede.
Pero en ese momento comienza el resonar de una algarabía fuera, por el camino. Curiosos, los PJ salen al exterior, junto a la mayor parte del pueblo, que se amontona al borde del camino para presenciar el espectáculo que se aproxima.
Músicos tocando sus instrumentos. Trovadores cantando canciones de alabanza al monarca que ha puesto fin a la época de los Barones Bandidos, imponiendo paz en el reino. Carros mostrando grandes riquezas y objetos de lujo. Soldados. Nobles cortesanos. Y en el centro de todo, escoltados por varios caballeros, Enrique II y su esposa Leonor de Aquitania, los monarcas de Inglaterra. La corte real, itinerante a lo largo de todo el país, está cruzando el Camino del Norte, y anuncia su paso con espectáculo majestuoso a los súbditos del rey.
El paso de la comitiva lleva unas dos horas, tras las cuales los viajeros se ponen en marcha. Ya suponen que no llegarán en una única jornada a Stamford, pues la corte viaja despacio y no pueden adelantarla. Así que es de suponer que acampen junto al Convento de Whitling, donde los reyes y sus más importantes acompañantes serán alojados, mientras el resto monta campamento en un prado cercano. Por supuesto, su alimentación ha de correr a cargo del convento, por lo que los habitantes de Whitlingthorpe se aprestan a preparar las viandas que habrán de suministrar a la nutrida comitiva, de varios centenares de miembros. Un honor, hospedar al rey, pero también un golpe muy duro para la economía local.
Al anochecer, el grupo se detiene junto al prado en el que acampa la corte. Tras ellos van llegando Stephen el Posadero, Whit el molinero y otros habitantes del pueblo, que traen comida. Poco a poco, a medida que se va preparando la comida, el ambiente se torna en algo parecido a un festejo. Una vez los nobles se retiran a sus propios pabellones, los plebeyos comen y cantan, y se forman algunas parejas que se retiran discretamente, buscando algún rincón entre las arboledas cercanas al prado.
Cuando los viajeros buscan algún lugar apartado para pernoctar, Marie da un respingo. Frente a ellos, hay un caballero, aliviándose sin pudor alguno a la vista de todos junto al camino. Pero no es su falta de decoro lo que ha puesto pálida a la joven, sino la cicatriz que marca uno de los muslos del caballero, por la que reconoce a su agresor. Se trata de un hombre joven, con la cara estropeada por la viruela y una cicatriz.
Marie está decidida a exigir justicia, y esta es la corte real, en la que deberían oír la demanda de una joven ofendida de modo tan grave. Aunque David trata de disuadirla, pues no tiene mucha confianza en la justicia de los gentiles, la joven no cambiará de idea. Finalmente, Sir Antoine accede a acompañarla cuando presente su acusación.
Juntos llegan hasta un Sargento de Armas, con el que Sir Antoine comienza a hablar en su lengua vernácula, el francés. Le explican la situación, y aunque son advertidos contra las consecuencias de una falsa acusación, se reafirman en sus palabras. Algo en la expresión del caballero parece convencer al veterano Sargento de Armas, que ordena a un grupo de sus hombres que traigan a su presencia al acusado, que, debido a la descripción -de su rostro, no de la cicatriz- ha reconocido como Sir Reynauld de Troyes.
Los hombres, daga en mano, cumplen la orden sin tardanza. Pronto, un sorprendido y furioso Sir Reynauld es sacado de su tienda, completamente desnudo, quedando a la vista de todos los curiosos que se han acercado a contemplar el espectáculo. Allí le explican la acusación, que el interpelado niega, hablando en su francés natal. Niega los hechos y haber visto jamás a esa mujer. Y exige una compensación por haber sido falsamente acusado. Está dispuesto a probar su inocencia por la fuerza de las armas en un Juicio de Dios, si fuera preciso.
Así que el Sargento explica a los acusadores que ese es el derecho de Sir Reynauld. A menos que Marie consiga un campeón que luche por ella a mediodía de mañana, se demostrará la falsedad de su acusación, y deberá pagar seis libras de plata -una fortuna inimaginable para un plebeyo, una suma importante para un noble menor- a Sir Reynauld. Por supuesto, Sir Antoine se ofrece de inmediato a ocupar el puesto de campeón de Marie. Tras arreglar el duelo, todos se retiran, pues el día siguiente promete estar lleno de emociones.
En las horas que transcurren entre el amanecer y el mediodía, mientras Sir Antoine se prepara para afrontar la prueba, David y Gwenger buscan sacar tajada del asunto. Quieren apostar, pero no unas pocas monedas. Convencen a Sir Antoine para que les preste hasta el último penique ("Si os matan, estas monedas de plata no os servirán de nada, después de todo"), y buscan algún noble que esté dispuesto a apostar fuerte con ellos. Encuentran a uno con el que esperan ganar una libra completa, si Sir Antoine resulta victorioso.
Llegado el momento del combate, incluso los monarcas han acudido a presenciarlo. Sentados en asientos traidos expresamente para ellos, Enrique y Leonor se mantienen a la expectativa. De pie junto al rey, un caballero vigila a su alrededor, la mano sobre el pomo de su espada. Se trata de William Marshall, Guillermo el Mariscal. Una leyenda viva entre los caballeros de la Cristiandad, campeón personal del rey.
Tras la última oportunidad de reconciliarse pacíficamente -rechazada por ambas partes-, y una explicación de las normas del Juicio de Dios, los dos caballeros se traban en singular combate. Pronto queda claro que Reynauld es superior con las armas a su contrincante. Sin embargo, la razón está de parte de Sir Antoine, y este se siente embargado por fuerzas renovadas que compensan la desventaja que sufre.
Las espadas entrechocan velozmente, con furia. El combate se encona, prolongándose durante largos segundos. Pronto, ambos caballeros comienzan a jadear por el esfuerzo de sus acometidas y contragolpes.
Entonces, Sir Antoine ve una oportunidad, cuando su oponente resbala ligeramente, perdiendo el equilibrio y descomponiendo su guardia. Atacando a fondo, el campeón de Marie hace que Reynauld tropiece y caiga... sobre la punta de su propia espada.
Sir Reynauld aulla cuando su propia hoja se hunde en su ingle. Queda tendido en el suelo, incapaz de continuar el combate, con la espada sobresaliendo de su entrepierna, la malla de metal de su armadura teñida de escarlata. La victoria es para Sir Antoine.
Ante el gesto del rey, algunos hombres se adelantan para atender a Reynauld, descubriendo que ha sido castrado por su propia espada. No podía haber señal más clara, piensan todos, del veredicto en el Juicio de Dios. Así que el rey decreta que Reynauld sea castigado por su crimen. Allí mismo le vacían las cuencas de los ojos con un hierro al rojo. Lo normal sería que también le castraran, pero eso ya no será necesario. Y su caballo, armadura y armas serán para el vencedor. Sir Antoine no sale de su sorpresa ante la buena fortuna que ha tenido. Durante un momento sintió como si una voluntad superior guiara su brazo.
Más tarde, al explicar esto a sus compañeros, David pensará inmediatamente en brujería, lanzando miradas cargadas de sospecha a Marie... Eso mientras Gwenger acude satisfecho a cobrar la deuda, una libra de plata, que reparte entre sus compañeros de viaje.
Tras el juicio, los viajeros regresan al camino, apresurándose en partir antes de que lo haga la corte. Al anochecer llegan a Stamford, donde deciden no entrar, dejando a Marie junto a la puerta de las murallas de la población. Satisfechos con la conclusión de estos acontecimientos, deciden regresar a Whitlingthorpe para, ahora sí, establecerse en el pueblo, al menos durante una temporada.
***
Los dos jugadores nuevos, aunque no conocían esta edición de RQ, sí tenían mucha experiencia con los manuales de Joc, así que no tardaron apenas en adaptarse al sistema. Los cambios desde aquella edición hasta la presente son grandes, pero de fácil comprensión. Explicar los nuevos sistemas, como el funcionamiento de la magia, los Efectos Especiales, los Puntos de Suerte y demás, fue también parte de lo que hicimos la sesión anterior, mientras se creaban los PJ. Hay un cuarto jugador con un PJ completado, pero no pudo acudir a esta primera sesión. Es de esperar que se incorpore a la próxima.
Lo cierto es que reímos bastante durante la partida. Aunque el escenario versaba sobre un tema desagradable -una violación-, no dejaba de tener cierta dosis de humor negro. El reconocimiento del villano por la cicatriz, o el atroz resultado del duelo. Una tirada con éxito de alguna Pasión apropiada proporcionaba al campeón de Marie Puntos de Suerte adicionales para emplear durante aquella lucha (la razón estaba de su parte, después de todo). Además, una herida de tres o más puntos de daño infligidos (una vez superada armadura) en el abdomen de Sir Reynauld se convertiría automáticamente en una castración, tal y como llegó a ocurrir, y por su propia espada, gracias al aprovechamiento de una pifia obtenida por el villano cuando atacaba.
Este primer escenario, como se puede comprobar, era corto y muy sencillo, una puesta en escena y una oportunidad para ir conociendo a algunos de los PNJ recurrentes de la campaña. Es bastante más breve que la de Crusaders, pero la encuentro también muy interesante. Quizá algo más del estilo de Aquelarre. Ahora, a ver cómo se desarrolla todo.