Otoño de 1241
Resuelta la tregua con la tribu
lituana de los samogitas y su señor el Duque Vykintas, la Orden Teutónica podía
enfrentarse a quien se percibía ahora como la mayor amenaza; el Principado de Novgorod,
supeditado al gobierno tártaro.
Eso era lo que pensaba Dietrich
von Gruningen, Ostmeister de la orden en tierras livonias. Tras el acuerdo
alcanzado con Vytautas, embajador de Vykintas, la frontera con el sur parecía
asegurada por el momento. Ni Dietrich ni el Obispo Nicholas habían perdido el
tiempo después del tratado: Pronto, todas las campanas de Riga sonaban,
señalando la importancia del momento. Pues se había declarado una nueva
Cruzada.
-El primero en partir será
Andreas von Felben –explicó Dietrich al Capítulo Principal reunido en Riga,
haciendo referencia a uno de ellos, un komtur que era también uno de los pocos
Hermanos de la Espada que sobrevivieron a la Batalla del Saule-. El Hermano
Andreas tomará a las fuerzas de su encomienda, así como a la mayoría de las
tropas acuarteladas aquí, en Riga, junto a los cruzados llegados este año y los
auxiliares livonios que pueda llevar consigo.
“Una vez reunida su hueste, tiene
la tarea de dirigirse a la ciudad de Pskov y ponerla bajo asedio. Tomarla al
asalto, si es necesario. Pskov ha de estar en nuestro poder cuando lleguen las
primeras nieves invernales. Ese será el momento en que yo mismo habré de reunir
el grueso de nuestro ejército, junto con las mesnadas de todos los señores
cristianos que se nos unan en esta guerra santa. Me reuniré con el Hermano
Andreas y, juntos, marcharemos sobre Novgorod.”
El propio Andreas, uno de los
mejores caballeros de la orden, diestro con la espada y la lanza, gran jinete y
capaz de obrar poderosos milagros, mantenía sentimientos encontrados. Odiaba la
ciudad de Pskov desde que años atrás sus gentes incumpliesen su promesa de
reforzar al ejército cruzado que atravesó Lituania antes de ser destruido por
la alianza de guerreros que comandaba Vykintas. Pero también odiaba al propio
Vykintas, aún más que a los Pskovitas. No traicionaría sus votos de obediencia,
pero en su corazón abrigaba el deseo de haber podido dirigir el ejército que se
le había confiado al sur, en lugar de al este.
Pocos días después, la vanguardia
teutónica abandonaba Riga. Sus soldados formaban un número tan grande como los
que habían dejado atrás las puertas de la ciudad cinco años atrás, sólo para
que sus cadáveres quedaran tendidos en los pantanos de Lituania. Nadie olvidaba
aquella derrota, pero también eran conscientes de que, en esta ocasión, la
tropa que comandaba Andreas von Felben no era ni la mitad de las fuerzas que
los cristianos planeaban desplegar en esta ocasión contra sus enemigos.
Von Felben y su hueste había
hecho parte del camino remontando el curso del Daugava, siguiendo la rivera, y
durante ese trecho tuvo la compañía del Hermano Adam, a quién el Ostmeister
encargase una misión propia.
-El Hermano Adam habrá de
dirigirse al Obispado de Dorpat, en tierras de los estonios –fue la explicación
ofrecida por Dietrich durante la reunión del Capítulo Principal-. Llevará una
misiva de mi puño y letra hasta el obispo Hermann von Luxhoeven, conminándole a
que reúna sus propias fuerzas para unirse a nosotros en esta causa divina.
Quizá, con la mediación del obispo, incluso los señores daneses que gobiernan
el norte de Estonia unan sus espadas a las nuestras.
Así que Adam y Zemvaldis habían
reclutado mercenarios cristianos en Riga, y se dirigían hacia Ascheradan a fin
de reunir la mayor parte de la guarnición acuartelada allí. Durante las
jornadas de viaje compartidas, Adam había expresado sus dudas sobre toda esta
campaña a Andreas. Sin lugar a dudas, Von Felben las compartía, pero su voto de
obediencia debía ser lo primero.
-Como Hermanos de la Espada,
tenemos la obligación de acatar la orden de nuestro maestre –había respondido
entonces a Adam-. Nada me complacería más que comandar estas tropas contra
Vykintas y esa víbora suya de Vytautas. Pero tengo instrucciones claras, y he
tomado el juramento de cumplirlas. Quizá el Hermano Dietrich tenga razón;
Después de todo, si las fuerzas de Pskov se hubiesen unido a nosotros seis años
atrás, tal vez habríamos podido resistir en Saule.
Así que, transcurridos unos días,
Andreas hizo que su ejército se separase del curso del río, dirigiéndose al
noreste, hacia Pskov, donde comenzaría la campaña contra Novgorod.
***
Tras la cosecha, otoño de 1241
Fray Peter no abandonaría
Ascheradan. El fraile franciscano lo había explicado claramente a Adam. Hacía
años que había renunciado al uso de las armas, y su orden prohibía el uso de la
violencia. Rezaría por la seguridad de los hombres de Ascheradan que marchaban
a la batalla, para que éstos pudieran regresar sanos y salvos a sus hogares, pero
no por su victoria.
Adam le había comprendido, y no
había puesto ninguna objeción. Eso hizo removerse algo en el fondo del alma del
franciscano, en la parte que todavía pensaba como el hombre de armas que había
sido en su juventud. Adam no deseaba esta guerra, de eso Peter estaba seguro, y
saldría al encuentro del enemigo presa de las dudas. Siendo como era señor de
hombres, ese era un lujo que no podía permitirse. Una vez comenzada la lucha,
tendría que pensar claramente, saber quién era el enemigo y quién el aliado. De
lo contrario, muchos de aquellos que estaban a su cargo caerían.
El fraile observaba la marcha de
mesnada. A la veintena de infantes germanos con los que Adam y Zemvaldis habían
regresado de Riga, se sumaban una treintena de auxiliares livonios, guerreros
nativos de la zona, y unos cuantos voluntarios que se habían unido acuciados
por la ambición y el ansia de gloria y botín. Muchos no regresarían. Peter
rezaría por ellos.
También tendría que poner a Tekla
en sus oraciones. No había regresado de Riga, y las noticias que el Hermano de
la Espada y su sargento livonio trajeron consigo eran de lo más preocupante. La
muchacha había desaparecido, probablemente por propia voluntad había acompañado
a su padre, quien, según le habían explicado, era poco menos que un demonio
encarnado.
Pobre niña. De no ser por su fe
en los antiguos dioses bálticos, Peter podría pensar que su bondad, su deseo de
ayudar y sanar a los demás, la convertían en buena candidata para la santidad.
Lástima que su fe, en toda su pureza, estuviese dirigida a los Dieva deli. Pero aunque a Peter le
hubiese gustado rezar para que Tekla encontrase la verdadera fe, prefería rezar
para que la muchacha estuviese sana y salva, y que hallase algo de felicidad
entre todas las tristezas con las que le había tocado cargar.
Los últimos guerreros
desaparecieron en la lejanía, las gentes que habían acudido a presenciar su
marcha comenzaban a regresar a sus hogares y tareas. Fray Peter hizo lo mismo.
Con paso cansado, se encaminó a la capilla que había fundado allí.
***
Finales de diciembre de 1241
Otto daba fuertes pisadas en el
suelo, en un intento de entrar en calor. A su alrededor, los soldados germanos
y auxiliares livonios se dedicaban a las labores necesarias para mantener el
campamento en el que habían pasado casi dos meses. El Obispo de Dorpat les
había recibido con hospitalidad, y había atendido sus necesidades durante toda
su estancia, si bien se trataba de una hospitalidad desprovista de grandes
comodidades. Al menos tenían comida y un refugio contra el creciente frío de
aquellas tierras heladas.
A Hermann von Luxhoeven, hermano
del también obispo Albert, el difunto fundador de la Hermandad de la Espada,
nadie tuvo que convencerle de que llegada era la hora de dirigir la mirada, y
las lanzas, hacia el este. Tras leer la carta del Ostmeister de la Militia Christi in Terra Livonica, comúnmente
llamada la Hermandad de la Espada, el obispo envió mensajeros a sus señores
vasallos, con orden de acudir a Dorpat con todos los brazos armados que
pudiesen llevar consigo.
También había hecho entrega al
komtur Adam de una carta en la que conminaba a los señores daneses a unirse al
ejército. Con esa carta, Adam y Zemvaldis habían partido de Dorpat, con la
compañía de cinco sargentos montados, para reunir todas las fuerzas que
lograran reunir durante un viaje de siete semanas recorriendo Estonia. Otto y
el resto de los hombres de armas permanecerían en Dorpat.
Las nieves llegaban pronto tan al
norte, y el Año Nuevo estaba a la vuelta de la esquina. Pronto comenzaría el
invierno. Qué extraña tierra aquella. En casi cualquier parte de la Cristiandad,
la estación fría marcaría el momento para permanecer en el hogar, siendo impensable
el comenzar una campaña militar en tal época. Pero aquí resultaba más fácil
desplazar a un ejército en invierno que en verano. El terreno, con sus
numerosas charcas y estanques disimulados entre la vegetación quedaba helado,
haciendo más rápido y seguro el viaje por tierra que en cualquier otro momento
del año. Así que se convertiría en invierno.
Durante el tiempo que pasaron
esperando, habían llegado noticias a Dorpat. Pskov había caído, el asalto de
Andreas von Felben había sido un éxito y la ciudad quedó en manos de los cruzados.
Pero a pesar de la alegría por la victoria inicial, eso podría no durar
demasiado.
La Asamblea de Novgorod y el
consejo de mercaderes, asustados por la amenaza que suponían los cruzados,
habían pedido el regreso de su príncipe, a quien habían expulsado no mucho
tiempo atrás. Alexander Yaroslavich, tenía por nombre, aunque sus compatriotas
lo llamaban por otro nombre, debido a su anterior victoria contra los suecos
que atacaron Novgorod en el pasado, a los que derrotó en una batalla a orillas
del Lago Neva.
Alexander Nevski, le aclamaban. Héroe del Neva. A decir de todos, un
magnífico comandante, que no había dudado en dirigirse a Pskov, tras unir a sus
propias tropas profesionales la milicia de Novgorod, con el fin de desalojar a
los germanos de allí. Eso, al decir de algunos mercaderes que habían viajado
hasta allí en el pasado, podía significar un enorme número tropas. Se decía que
contaba además con el apoyo de los tártaros, a quienes había rendido pleitesía.
Puede que a estas alturas hubiese expulsado ya a Von Felben de allí, y entonces…
¿Qué? ¿Entraría en tierras de los cruzados? El ejército principal, con Dietrich
von Gruningen se había puesto ya en marcha, había noticias de ello en Dorpat.
Pero ahora ambos ejércitos habrían de maniobrar hasta encontrar un punto en el
que enfrentarse en batalla.
Quisiera Dios que Adam y
Zemvaldis regresaran pronto, y con todos los refuerzos que hubiesen podido
reunir. Parecía que iban a necesitar toda la ayuda posible.
***
Spidala observaba a Tekla desde
la distancia. La joven estaba ocupada en la cura de un campesino herido en un
accidente. El labriego observaba a su benefactora con ojos tan desprovistos de
vida que, de no ser por su respiración, podría decirse que Tekla estaba
atendiendo a un cadáver.
Así era la gente de aquel lugar,
el feudo de Vytautas. Las gentes gobernadas por el Señor de los Vilkacis no
estaban peor cuidadas que en otros lugares, mejor incluso. Las cosechas eran
prósperas, la caza abundante. Vytautas no les exprimía con los tributos. Pero
aun así, se les notaba en la mirada. Esa comprensión. Sabían quién les
gobernaba, aunque sólo fuese en su corazón. No estaban aterrorizados, pues
ahora vivían más allá del terror. Y más allá de la esperanza. Sus espíritus
estaban completamente quebrantados. Realmente eran muertos en vida.
Tekla lo había percibido el
primer día de su llegada. Se había encerrado en sí misma, intentando no tratar
demasiado con los que la rodeaban, desconocedora de cuantos de los sirvientes
de su padre en el fuerte que éste gobernaba serían en realidad vilkacis
vestidos de piel humana, pero segura de que todos ellos le eran devotos y casi
tan malvados y despiadados como el propio Vytautas. Spidala casi habría sentido
lástima por la muchacha, de poseer todavía la capacidad de lamentarse de la
suerte de alguien.
Vytautas no había tratado de
presionarla todavía con demasiada fuerza para que Tekla se sometiese al ritual
que la convertiría en uno de ellos, y había dado libertad a su hija para que
recorriese sus dominios a placer, pero siempre con una discreta escolta detrás,
eso sí.
La muchacha, por su parte,
parecía haberse encariñado con Agris, el pequeño de cinco años, hijo de Spidala
y Zemvaldis. Pasaba mucho tiempo con él, contándole historias sobre su padre.
El niño había quedado completamente embelesado por los relatos, y también
sentía afecto por Tekla. Spidala no aprobaba esto, pero las instrucciones de
Vytautas eran claras: Había que dar libertad a Tekla.
De todas formas, la muchacha
también se había beneficiado de la distracción que para su padre suponía la
marcha de los acontecimientos del momento. Los cristianos se habían puesto en
marcha, atacando a otros cristianos, y Vytautas pronto habría de partir, para
cabalgar junto a Dietrich von Gruningen contra Novgorod. Le seguirían las
tropas prometidas, los ciento cincuenta jinetes que reforzarían la caballería
germana.
Tekla, evidentemente, debía de
sospechar algo. La muchacha no era estúpida, después de todo. Había visto los
preparativos, que no se le ocultaron. Había visto como Vytautas recibía una
alargada caja, de más de un metro de longitud, no muy alta, traída directamente
a sus aposentos por jinetes recién llegados al fuerte en mitad de la noche. Su
contenido sería importante, habría pensado Tekla… aunque no pudiese saber de
qué se trataba.
Si ella supiese.
Había visto a su padre partir
durante un par de días, junto con varios de sus hombres de confianza y la
propia Spidala, además de veinte prisioneros cristianos capturados durante las
incursiones de unos y otros. Alguien tan poderosa como Tekla (para sus
adentros, Spidala tenía que reconocer, pese a que la enfurecía pensar en ello,
que Tekla era más fuerte incluso que ella, tanto como su padre) habría
percibido algo de lo que ocurrió aquella noche, del poder que se había
desatado. Quizá en forma de sueños, quizá visiones, pero la muchacha sabría que
algo importante había ocurrido.
-Tu padre ha obrado un milagro –fue
la única y sincera respuesta que Spidala le ofreció, cuando le preguntó sobre
lo ocurrido, viendo el evidente agotamiento de Vytautas. De la veintena de
prisioneros no había ni rastro. Ninguno regresó.
Tekla se había distanciado más
todavía de ellos desde entonces, centrándose en intentar ayudar a las gentes de
aquel pueblo como lo había hecho en Ascheradan. Pero el tiempo se le agotaba, y
tenía que ser consciente de ello, de eso Spidala estaba segura. Pronto habría
de tomar una decisión.
***
Tuvimos ocasión de jugar esta sesión pocos días después de la anterior, debido a las vacaciones de verano. Es por eso que las entradas están tan próximas.
“¡Hala, a quemar niños!” Eso fue
lo que comentaron los jugadores cuando oyeron que Andreas von Felben se dirigía
a Pskov, en referencia a una escena de la película Alexander Nevsky. Lo cierto es que esta parte es la que menos se
atendrá a la historia. Los acontecimientos, obligatoriamente simplificados
respecto a los hechos históricos, se atienen más al entorno de fantasía en el
que estamos jugando que a una simulación histórica. He leído sobre el periodo y
sé que nos vamos columpiando mucho. Pero en fin, mientras resulte divertido. La Tierra Alternativa y todo eso.
Esta última sesión ha sido
interesante. La parte mala, que la separación del grupo ha obligado a partir el
tiempo entre los jugadores, lo que provoca ratos de inactividad para algunos
mientras los otros juegan. Pero parecen llevarlo bien. Espero, de todos modos,
que eso no dure mucho. En cualquier caso, la campaña está a punto de concluir.
Adam y Zemvaldis se dedicaron a
reclutar tropas por Estonia, algo que no tenía demasiado interés por tratarse
de una serie de tiradas para saber cuántos hombres irían proporcionando los
diversos nobles daneses. Para amenizar un poco la cosa, hice que alguno les
pusiese alguna condición para su ayuda, la caza de un oso devorador de hombres.
Encontraron a la bestia y la mataron, con cierta dificultad. Aparte de tener
que sobrellevar unas cuantas heridas no hubo mayores consecuencias. Reunieron a
una treintena o así de auxiliares estonios, aparte de algún caballero y un par
de infantes daneses y ahora van de vuelta a Dorpat.
La parte de Tekla confieso
encontrarla mucho más interesante ahora mismo. Resulta un desafío intentar
transmitir la sensación de lugar presa del mal y de la tentación de tomar el
poder que le ofrecen sin por ello caer en los tópicos. Así, el feudo de Vytautas
no está adornado con gente empalada, cráneos en las murallas y, en general,
toda la parafernalia normalmente relacionada con “los malos”. Los jugadores
parecen haberse dado cuenta de ello y están respondiendo muy positivamente al
ambiente opresivo en el que está inmersa Tekla.
Eso sí, cuando terminemos la
campaña, tengo ganas de jugar con temas más ligeros, al menos durante una
temporada. Esto de las guerras religiosas puede ser bastante desagradable de
tratar. No es que nadie en la mesa se ofenda con la forma de presentar a unos u
otros, pero si a alguien le gusta que su PJ sea claramente “de los buenos” aquí
tendría algunos problemas tratando de mantenerse dentro de los límites de lo
que considere correcto.
El jugador de Adam, cuando
comenzamos hace unos meses, parecía pensar que su PJ acabaría uniéndose a los
lituanos después de descubrir la maldad y codicia de los germanos. Bien, pasado
el tiempo ha descubierto esa maldad y codicia, pero ahora se le escapa también
de vez en cuando, alguna invectiva contra lituanos y livonios. A mí me parece
buena señal.