Abril
de 1236
Ilustrísima:
La ciudad de Riga |
Os
envío esta misiva con el objeto de poner en vuestro conocimiento el
desarrollo de la misión encomendada a este, vuestro humilde
servidor, aquí, en las frías tierras bañadas por el Mar Báltico.
Con la ayuda de Dios, la tarea encomendada se verá culminada con el
éxito en un breve espacio de tiempo.
Siguiendo
vuestras instrucciones, dispuse el tiempo necesario para reunir
información acerca de los individuos a quienes se encargaría el
trabajo de escoltar a Dominic de Marsella, el embajador de la
Hermandad de la Espada que, en el momento de escribir estas líneas,
ha zarpado recientemente de Riga siendo el destino final de su viaje
la ciudad de Kulm, cuartel general de la Orden Teutónica en su
cruzada contra los paganos prusianos.
Hallando
esperanzadora la información referida a los dos nativos seguidores
del monje caballero Marcus Adam von Lauterbach, decidí abordarles a
ellos, en la creencia de que el hermano de la espada no sólo no
prestaría atención a mis palabras, sino que se sentiría
horrorizado por ellas. Su escudero Zemvaldis, así como Tekla, la
criada y sanadora que les atiende y de la que corren rumores en
Ascheradan que es una sacerdotisa de los falsos dioses paganos de
esta tierra, resultaban ser un objetivo más accesible. Así que
decidí abordarles a ellos con la propuesta. Tenía puestas mis
esperanzas particularmente en Zemvaldis, que tiene alma de mercader y
como tal, valora las riquezas más de lo que valora sus ideales. En
varias ocasiones a lo largo de este frío invierno livonio, el
escudero acudió a las instalaciones de la Hansa mercantil
local, entrevistándose allí con uno de sus representantes, un
mercader que responde al nombre de Lothar. Puesto que el tal Lothar
es uno de los encargados de hacer acuerdos sobre las mercancías que,
llegadas por el Daugava, abastecen los almacenes de la Hansa, parece
que ambos debían conocerse, debido a que Zemvaldis es el encargado
de negociar las ventas de mercancías reunidas en Ascheradan.
Decidí
hablar primero con Tekla, y la muchacha me guió hasta su compañero.
Juntos, los tres nos dirigimos a una taberna conocida por vuestro
servidor, que sabía libre de oídos indiscretos. Allí les di la
oportunidad de demostrar la sinceridad de su conversión a nuestra fe
mediante un servicio para el Obispado de Riga, que, sin duda alguna,
habría de recompensar con largueza tamaña muestra de lealtad. Tal y
como esperaba, ambos mostraron su interés.
Procedí
a explicarles el objetivo de su misión, hasta entonces desconocido
para ellos. Les puse al tanto del desesperado intento del Herrmeister
Volkwin von Winterstein, cuyo plan no es otro que el de solicitar el
ingreso de la totalidad de la Hermandad de la Espada dentro de la
Orden Teutónica, a fin de sanear las escuálidas arcas de la orden
que gobierna, y obtener apoyos en una situación que sabe complicada.
La Hermandad de la Espada se ha labrado una negra reputación estos
años, y cuenta con numerosos enemigos, como bien sabéis.
Les
expliqué también que el obispado no vería con buenos ojos dicha
inclusión de la Orden Livonia en la Teutónica. No consideré
necesario detallar a estos nativos desconocedores de los grandes
acontecimientos que ocurren en nuestro mundo, que los caballeros
teutones son gibelinos hasta el último de ellos, firmes partidarios
del Emperador Frederick II Hohenstauffen en su continua disputa
contra el Santo Padre, que no desea ver como aquellos que desafían
la voluntad divina son encumbrados con el dominio de nuevas tierras,
poder y riquezas. Que la Orden Teutónica quede donde está, luchando
y desangrándose mutuamente con los paganos prusianos.
Así
que les expliqué claramente que la misión diplomática en la que
tomaban parte resultaba un error y, por lo tanto, debía fracasar por
el bien de la Cristiandad. Los detalles sobre cómo se alcanzaría
tal fracaso eran dejados a su ingenio, pero dejé bien claro que
ningún daño debía ocurrirle al Hermano Dominic de Marsella. Si
algún percance le aconteciera, la Hermandad de la Espada se
limitaría a enviar un nuevo diplomático. No, la misión debía
fracasar por completo a los ojos de la Orden Livonia tanto como a los
de la Orden Teutónica.
Pienso
que podemos confiar en el deseo de estos buenos conversos de
complacer a la voluntad divina, ostentada por la Santa Madre Iglesia.
O al menos, podemos confiar en su apetencia por la recompensa
prometida.
Ahora
los hielos invernales han desaparecido de la costa, y la ciudad está
despertando del sueño en el que se había sumido los últimos meses.
La coca que transporta a la embajada de la Orden Livonia hasta Kulm
ha sido uno de las primeras naves en zarpar desde el puerto de Riga.
Tan sólo resta esperar a que se cumpla la que, sin duda, es la
voluntad de Dios.
Beso
vuestro anillo,
Werther,
hermano de la Orden de San Benedicto.
***
Gunther
miraba agradecido a la joven livonia mientras se dejaba limpiar y
vendar el corte del brazo que, aunque no parecía grave, sangraba
profusamente. Después paseó la mirada por la cubierta de su barco.
La
madera del suelo estaba roja de la sangre derramada. La lucha contra
los piratas sambianos, aunque breve, había sido brutal. En los años
que llevaba navegando aquellas aguas, y ya eran unos cuantos, Gunther
había sufrido algunos percances, en ocasiones de gran violencia.
Pero nunca estuvo más seguro de que su destino era caer a manos de
las hachas de los paganos o terminar sus días como esclavo en algún
oscuro asentamiento del interior de Prusia como aquel día, cuando
avistaron la embarcación que, claramente, se dirigía contra la coca
que capitaneaba. Con los remos sumados a las velas, sabía que no
habría forma de dejarles atrás. Y los marinos de Gunther, aunque
era gente ruda, hecha a las inclemencias y dureza de la vida en el
mar, no eran guerreros.
Los
únicos verdaderos hombres de armas que había a bordo eran el
Hermano de la Espada Adam y su auxiliar livonio Zemvaldis. Al
parecer, ambos estaban al mando de otro monje de la Orden Livonia, de
los llamados capas grises, aquellos entre cuyos cometidos no estaba
el combatir. Dominic de Marsella, se llamaba. Un franco que, al ver
como se acercaban los piratas, fue presa del pánico y comenzó a
aullar órdenes de rendir la nave, prohibiendo cualquier intento de
defensa, que consideraba condenado al fracaso.
Los marinos,
desmoralizados por las palabras del monje, vieron sorprendidos como,
a una orden de Adam, Zemvaldis sujetó con fuerza a Dominic,
llevándolo bajo cubierta y dejándole allí, atado y amordazado.
Mientras, la joven que acompañaba a los miembros de la Hermandad de
la Espada entonó unas palabras… Gunther juraría que lo que había
hecho era brujería pagana, pero no pensaba acusarla. El terror que
se estaba apoderando de los marinos debido a las palabras de Dominic
se desvaneció como por ensalmo (y puede que así fuese), y todos
prestaron oídos al Hermano Adam cuando les ordenó armarse y
prepararse para defenderse.
Con
sus superiores armas, armaduras y adiestramiento, Adam y Zemvaldis
soportaron lo más reñido del combate, con los marinos cubriendo sus
flancos, tratando de no verse desbordados por los piratas cuando
estos finalmente alcanzaron la embarcación y, tras golpear proa con
proa, lanzaron arpeos para pegar las bordas de ambas embarcaciones.
Los
dos se desempeñaron espléndidamente en la lucha. Con su espada
rebosante del favor divino que Adam había pedido en sus oraciones,
el hermano de la espada dio cuenta de casi media docena de
asaltantes, que caían a su alrededor con sus entrañas derramadas
por la cubierta, compartiendo espacio con los miembros cercenados y
la sangre vertida.
A
no mucho tardar, los piratas se dieron cuenta del error que habían
cometido y trataron de regresar a su embarcación para huir. Pero ya
era tarde. Adam y Zemvaldis saltaron al barco de los paganos y allí
siguieron la lucha hasta que los pocos supervivientes de la
tripulación pirata depusieron las armas y se sometieron a la merced
de quienes iban a ser sus víctimas.
Ahora,
Tekla atendía a los heridos. Tenía buena mano para las artes
curativas, eso saltaba a la vista. Los marinos que, al verla
embarcar, mostraron su descontento por la presencia de una mujer a
bordo, ahora le daban torpemente las gracias. Por suerte, sólo un
miembro de la tripulación estaba más allá de sus cuidados, un
sueco cuyo cuello había sido atravesado de una lanzada. Podía haber
sido mucho peor, se recordó Gunther.
Ahora,
cercano ya el puerto de Gdansk, en el que los pasajeros
desembarcarían para proseguir su viaje remontando el Vístula hasta
Kulm, el barco dejaba atrás a su perseguidor, abandonado tras
prenderle fuego. En la bodega, los piratas supervivientes aguardaban
a ser entregados a las autoridades de la ciudad.
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