Otra de las entregas de la obra
completa (?) de Robert E. Howard, la que nos ocupa hoy es una antología de
relatos emplazados sobre todo en oriente, en la tierra que fue testigo de las
cruzadas, todo ello a lo largo de diferentes momentos de la convulsa historia
de la región.
Cruzados, bizantinos, turcos,
kurdos, persas, árabes y muchos más pueblos dedicados a luchar entre sí, con
unos cuantos héroes abriéndose camino entre tamaña vorágine para cumplir con la
misión encomendada por otros o por sí mismos. El rescate de una dama, la
venganza contra un asesino, la misión de conquistar nuevas tierras para
enriquecer a un señor que no se merece los sufrimientos que sus vasallos toman
por él… Cualquiera que sea el destino a cumplir por el protagonista, lo llevará
a cabo, sin importar el coste, ni hasta que altura ha de alcanzar la montaña de
cadáveres sobre la que se debe ascender antes de terminar. Una altura de
vértigo, en ocasiones, que les hace pensar sobre lo absurdo de sus actos, pero
no les disuade de cometerlos.
Los personajes que protagonizan
estos relatos son atípicos en cuanto al estándar de Howard. Un tanto apartados
de los mercenarios y saqueadores más bien faltos de escrúpulos (pero con buen
fondo, después de todo) al estilo de Conan y otros, los de este volumen suelen
ser personas en origen más idealistas, a menudo caballeros que creían en la
causa a la que se unieron convencidos por otros. Pero el tiempo les ha llevado
a sentirse decepcionados, los ojos abiertos ante la hipocresía y codicia de sus
líderes. A menudo, sólo la amistad les mantiene en el día a día. En alguno de
los relatos, como el que da título al volumen, ni siquiera eso.
En realidad, podríamos decir que la actitud es coherente con la visión de Howard sobre la civilización. Sólo que aquí, la corrupción y decadencia es contemplada desde su interior y no por bárbaros ajenos a las costumbres de pueblos más civilizados.
Seis relatos, más la adaptación
en cómic de otro, El señor de Samarcanda tiene mucho de Howard, de lo bueno
y de lo ocasionalmente malo. Las historias están cargadas de visceralidad en su
estilo, uno que ninguno de sus imitadores ha sido capaz de recrear. La
violencia es tremenda, la lealtad hacia los amigos o a quien uno le debe la
propia vida es más fuerte que a los propios señor o religión. Las historias son realmente vibrantes. Por la parte
negativa, bien, alguno de estas relatos está teñido de las actitudes racistas
de la época de Howard (se pueden comprender dado el ambiente en que vivió el
tejano, aunque no disculpar). En algunas historias, repito, pues en otras el
tratamiento dado a las etnias de la región es mucho mejor, incluso cuando se
trata de los enemigos del héroe rubio de ojos azules de turno.
También podemos encontrar los
ocasionales fallos en el argumento, giros que se resuelven mediante
casualidades más que improbables, verdaderos Deus Ex Machina, como en El
camino de Azrael, cuya última parte presenta una sorpresa que hace pensar
que Howard no tenía muy claro cómo terminar el relato, así que decidió recurrir
a lo que le gustaba. Pero eso no es lo más frecuente, y en cualquier caso,
estamos hablando de género pulp. Lo
mejor es aceptar los acontecimientos tal y como nos son contados y disfrutar de
la parte buena, que es mucho mayor.
La atmósfera pues, está
impregnada de pesimismo y de la resignación a luchar por aquello en lo que no se
cree. Es un fuerte contraste con las historias de Conan, en las que el cimerio
se despreocupa de lo que le rodea, pensando sólo en el próximo tesoro que le
aguarda, en la próxima batalla a la que ha de acudir, no importa gran cosa en
qué bando luche.
Frente a él, gentes como Donald MacDeesa, el
escocés que ha llegado a servir a Tamerlán en El señor de Samarcanda, es un hombre
amargado, que combate tomando ciudad tras ciudad para aumentar los territorios
de su señor porque, sencillamente, no sabe hacer otra cosa, y casi nada le
importa ya.
El libro comienza con un breve
prólogo de Luis Alberto de Cuenca, autor que ha tocado varios géneros y
traductor de numerosas obras clásicas.
Delenda Est es un episodio corto, en el que se cuentan las
circunstancias por las que Genserico, líder de los vándalos, decide dirigirse
hacia Roma con ánimo de saquear la ciudad. Es el único de estos relatos que
contiene elementos sobrenaturales.
Tras las huellas de Bohemundo nos trae las andanzas de un caballero
participante en la cruzada de Pedro el Ermitaño, y como acaba implicado en un
complot para asesinar a uno de los principales líderes de la Primera Cruzada.
El señor de Samarcanda es la tercera historia, de la que ya he
hablado algo más arriba. Creo que es la mejor de las incluidas en el libro.
El camino de las espadas, donde un grupo de cosacos está dispuesto
a ir hasta el fin del mundo si es necesario, con tal de tomar venganza contra
el asesino de su jefe. Es llamativa la descripción de esta gente que hace
Howard, siempre dispuestos, cuando pierden los estribos, a desperdiciar su vida
en luchas sin esperanza. Su líder, Ivan Sablianka es casi prototípico en
Howard, excepto en que es bastante menos inteligente que otros protagonistas.
No le gusta pararse a pensar, casi le da dolor de cabeza meditar un problema,
pues prefiere cargar de frente. Esta historia tiene un final bastante flojo,
con unas revelaciones finales que hacen saltar por los aires la credibilidad de
una historia, hasta ese momento, bastante más que entretenida.
Halcones sobre Egipto tampoco está nada mal, y no lo digo porque el
protagonista, Diego de Guzmán, sea un caballero de Castilla, empujado por sus
ansias de venganza hasta entrar de incógnito en El Cairo, siguiendo las huellas
de un traidor. Es bastante frecuente en los relatos de Howard encontrar
situaciones políticas complejas que son descritas al lector de forma detallada,
pero que sólo sirven para formar un marco en el que los héroes resolverán sus
problemas a tajos. La segunda mejor historia del libro.
El camino de Azrael es el último de los relatos. Si llamaba la
atención que el protagonista de la historia anterior fuese un castellano
(bueno, según Howard, más godo que latino), en esta es directamente un musulmán
dedicado a combatir a los cruzados, pero que, sin embargo, por deber la vida a
uno de éstos, se pone de su lado en contra de los suyos. Es testigo y partícipe
de la locura de los hombres que luchan y arrastran a muchos otros a la batalla
y la muerte, todo ello a causa de una mujer. El final es bastante flojo, por lo
incoherente con el resto de la historia.
Cierra este volumen Rojas espadas de la negra Catay, una
adaptación al cómic de otra de las historias de Howard. Un caballero cruzado se
ha adentrado en el este hasta alcanzar tierras desconocidas. Allí se verá
inmerso en una batalla frente a las fuerzas mongolas de Genghis Khan.
En ocasiones, estas historias han
sido saqueadas para ser convertidas en relatos del Conan de los cómics, como ocurrió con
Halcones sobre Egipto, convertida en Halcones sobre Shem de la mano de Roy
Thomas. Si bien no tengo nada malo que decir a ese respecto, si que era una
lástima el no haber podido disfrutar antes de los relatos según fueron
concebidos originalmente. Algo de lo que me alegro mucho de haber podido hacer
con este libro de La biblioteca del laberinto.
Bueno, tengo el libro en mi estantería y con este comentario me has animado a leerlo de inmediato.
ResponderEliminarEs un buen libro; Su lectura merece la pena.
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