“¡Llamad a Alexander! ¡Pskov os llama, Alexander! ¡Pskov se muere!”
Tales fueron las últimas palabras del gobernador de la ciudad de Pskov, justo
antes de ser ahorcado en la plaza de la ciudad por los invasores teutones, ante
la mirada impasible de Andreas von Felven, que consideraba así vengada la
ausencia de las prometidas tropas de esta ciudad a la fatídica expedición que,
años atrás, acabase con la Batalla del Saule, y la desaparición de la Hermandad
de la Espada como orden militar independiente.
La ejecución también fue
presenciada por los habitantes de la ciudad, que con una mezcla de temor y
odio, contemplaban a los caballeros que habían tomado al asalto su ciudad. Pero
el mayor de los rencores se dirigía hacia quienes habían colaborado con estos
invasores. Estonios que habitaban la ciudad y sus arrabales que no habían
dudado en prestar ayuda a los germanos. Incluso algunos rusos habían capeado el
temporal ofreciendo su colaboración a los nuevos gobernantes de la ciudad.
Las palabras del gobernador no
cayeron en oídos sordos. Pronto, la noticia de la invasión del Principado de
Novgorod por parte de la Orden Teutónica y sus aliados católicos llegaron hasta
la capital. Novgorod, ciudad consagrada al comercio, atesoraba más riquezas que
ninguna otra población en esta parte del mundo, y era mirada con codicia por
sus vecinos. Hasta el momento, cualquier intento de conquista había fracasado,
frenada por el poderoso ejército que podía reunir el principado, pero la
amenaza que representaban los caballeros teutónicos no era pequeña. Si no se
les detenía, cuando el invierno llegase a su fin, cabalgarían hasta Novgorod.
Tiempo atrás, los poderosos
mercaderes de la ciudad habían expulsado a su príncipe, Alexander Ivanovich,
temerosos del poder y la popularidad que le cubrían. Era un hombre capaz y
lleno de ambición, que soñaba con la unificación de los principados en un único
e inigualable reino. Contaba con el respeto y la alianza de los conquistadores
tártaros, quienes, pese a que oficialmente eran sus señores, le trataban más
como a un aliado y un igual.
Cuando se supo de la próxima
llegada del ejército cruzado, los habitantes de la ciudad se reunieron en
asamblea, presionando a los mercaderes para que rogaran por el regreso de su
príncipe y los hombres de armas de éste. Sólo con Alexander Nevski, como le
llamaban, al frente del ejército, podrían oponer resistencia ante el poder
combinado de teutones y daneses.
Aunque los mercaderes deseaban
otorgar el mando de las tropas a Domash Tverdislavich, líder de la milicia de
Novgorod, éste se negó, admitiendo que nadie más que Nevski estaba a la altura
de la tarea. Finalmente, temerosos de la reacción del pueblo si seguían
negándose, el consejo mercantil claudicó y accedió a pedir el regreso y la
ayuda de su príncipe.
Nevski, que había estado
esperando esta oportunidad, no perdió el tiempo. Reclutó todas las tropas que
pudo entre los habitantes de Novgorod, y junto con su propia mesnada de
guerreros profesionales y la ayuda prestada por sus aliados tártaros, decidió
salir al encuentro de los germanos. Poco antes de que terminase el invierno,
pero con la nieve cubriendo aún el paisaje, desalojó a los invasores de Pskov.
No hubo demasiada resistencia. Las defensas de la ciudad habían quedado dañadas
tras el asalto teutón, y Andreas comprendió pronto que no había forma de
resistir durante mucho tiempo a la fuerza enviada contra sus hombres. Tampoco
le importaba demasiado. Pskov había sido castigada por lo ocurrido en el Saule,
y de todos modos, el komtur nunca estuvo de acuerdo con esta campaña. Así que
abandonó la ciudad casi sin lucha.
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De repente, parecía que las
tornas habían cambiado, y eran los germanos quienes ahora se mantenían a la
defensiva. La mirada de Nevski se dirigió hacia el oeste, hacia Dorpat, la
ciudad sede episcopal desde la que partían las expediciones germanas contra la
sagrada rodina…
***
Otto sentía la garganta como si
estuviera en carne viva. Casi afónico por las órdenes vociferadas durante la
batalla, su voz sonaba débil. Contemplaba con gesto cansado la orilla del río,
cubierta de cadáveres. Los guerreros rusos habían intentado cruzar por el vado,
pero los ballesteros germanos, junto a la caballería comandada por el komtur
Adam habían frenado el avance. Ahora, las tranquilas aguas del río, con la
frágil capa de hielo que cubría la corriente hecha pedazos, estaban enrojecidas
por la sangre derramada. La avanzada del ejército ruso había quedado destruida,
y el mooste, el puente que separaba la orilla norte, en la que se encontraban
los rusos, de la sur, en la que hallaba Dorpat, estaba asegurado por el
momento.
Todo había sido muy precipitado.
Tras su regreso de su viaje de dos meses por tierras estonias, Adam y Zemvaldis
habían traído consigo más de treinta auxiliares nativos, cedidos por los
señores daneses que gobernaban allá. Unidos a la mesnada que ya traían consigo,
y que a las órdenes de Otto aguardaban en Dorpat, formaban una fuerza
considerable. Y además bien organizada y preparada, que fue por lo que el
Obispo de Dorpat les había encomendado una misión casi de inmediato.
Los rusos se aproximaban, habían
cruzado la frontera y estaban ahora en tierras del obispado. Su objetivo
parecía claro, la propia Dorpat, que aún se estaba preparando para la batalla,
con todos los vasallos del obispo acudiendo a su llamada de forma escalonada y
un tanto confusa. Sólo se podía contar por el momento con la mesnada de
Ascheradan para la defensa. Y esta defensa debía comenzar por el puente que
permitía el acceso a la orilla sur del río, donde estaba la ciudad.
Así que, apenas un día después de
su llegada, Adam cabalgaba al frente de su pequeño ejército mientras salía de
Dorpat en dirección al puente, que se encontraba a un día de viaje. Junto al
puente, una pequeña aldea, próspera por el comercio que cruzaba aquel lugar,
pero temerosos ahora de los rusos que se aproximaban.
Apenas un par de días después de
la llegada de los germanos, los rusos hicieron su aparición. Un pequeño
ejército, algo superior en número a los defensores, trató de abrirse camino a
la vez sobre el puente y por el vado en el que éste había sido construido.
Otto, al mando de los infantes
germanos, había visto como los rusos caían en gran número sobre ellos, sólo
para ser detenidos por las andanadas de virotes de ballesta que disparaban sus
hombres. Los auxiliares livonios y estonios, al mando de Zemvaldis, habían
defendido el propio puente, luchando a brazo partido contra los guerreros de
Novgorod. Adam comandaba la caballería, y había asestado un golpe mortal contra
los enemigos que comenzaban a llegar a la orilla sur.
No habían sufrido muchas bajas.
Algunas muertes ocasionadas por los arqueros tártaros que desde la orilla norte
disparaban contra sus hombres. Pero era un grupo pequeño, y cuando quedaron
dentro del alcance de las ballestas, pronto fueron aniquilados. No ocurrió lo
mismo con la caballería rusa, una docena de hombres con buenas armaduras que
cabalgaron por el puente, buscando trabar combate con la caballería germana.
Allí, Adam y el líder de la
vanguardia rusa, un tal Domash, habían trabado combate. Había que reconocerlo, el ruso era un espadachín excelente. El komtur de Ascheradan habría caído en la
lucha de no haber contado con el auxilio de sus hombres. Finalmente, Domash
murió atravesado por las lanzas de los auxiliares livonios, aunque se llevó a algunos
consigo. Había combatido bien, pensaba Otto. Un hombre valiente.
Pronto, el ejército de Dorpat
llegaría, y la fuerza de Ascheradan sería relevada de su puesto en el puente
para adentrarse en el lado norte, en busca de Andreas von Felben y de Dietrich
von Gruningen, cuyos ejércitos estaban en algún punto de la región, jugando al
gato y el ratón con la hueste de Alexander Nevski.
***
Frey Peter rezaba fervorosamente,
arrodillado frente a la imagen de la Virgen, la que había aparecido
milagrosamente en el bosque cerca de Ascheradan y sobre la cual habían
edificado una capilla. El franciscano pedía su ayuda, pero no para él.
Tekla había regresado. De forma
inesperada, y acompañada de un niño pequeño, de unos cinco años de edad, que
respondía al nombre de Agris. El niño, según le había contado la joven, era el
hijo de Zemvaldis y de Spidala, la bruja de la que tan horriblemente hablaban todos.
Peter no la había conocido, pues Spidala había abandonado Ascheradan antes de
la llegada del fraile, pero todo lo que había oído sobre ella era terrible.
Tekla había estado en un lugar
llamado Kiauliai, allá en tierras lituanas. Era aquel el feudo de su padre,
Vytautas, el más poderoso de los vilkacis. Allí, Tekla había pasado los últimos
meses, esperando poder hacer algún bien, descubrir que planeaba su padre, quizá
enmendar la traición de los vilkacis a la tierra que antaño habían protegido.
Pero no pudo ser. La maldad
estaba demasiado arraigada allí, contó a Peter. Vytautas era poderoso y
malvado, pero sobre todo era paciente. No había habido amenazas, ni demasiadas
presiones, pero aun así el peso que había oprimido el corazón de la muchacha
durante aquel tiempo casi la había derrotado. Tekla no quiso darle detalles.
Peter sabía que había algo más, pero no quiso incomodar a la muchacha
preguntándoselo. Ya se lo diría ella si lo consideraba oportuno.
Pero Tekla no se había quedado
apenas en Ascheradan. Había huído de Kiauliai, dijo, después de que Vytautas y
sus hombres abandonasen el lugar para unirse a Dietrich von Gruningen. Era el
acuerdo que tenía con los cristianos, según habían acordado en las
negociaciones de Riga. Pero Vytautas, desde luego, no jugaba limpio. Estaba
preparando algo. Un reino para sí, le había dicho a Tekla. Eso era lo que
esperaba conseguir. Un reino propio.
Sin conocer más que unos pocos
detalles, Tekla había huido de aquel maldito lugar, llevándose consigo al hijo
de Zemvaldis, arrebatándoselo a su malvada madre. Era el único bien que había
podido hacer allí, le contó al franciscano casi entre sollozos. Peter pensaba
que no era poca cosa, haber salvado el alma del niño del destino que le hubiese
aguardado de haber continuado en Kiauliai.
Tekla se había marchado a lomos
de un caballo, en dirección a la guerra, buscando a Adam y Zemvaldis, para advertirles
sobre lo que ocurría, dejando a Peter casi más preocupado que antes.
Sospechaba, pero no tenía la certeza, de que Tekla había sucumbido a los deseos
de su padre, que había tomado su herencia como vilkacis. De ser así, sin duda
se había arrepentido profundamente, pero el daño ya estaba hecho. El futuro no
se veía muy esperanzador.
Continuó con sus oraciones.
***
En compañía de Hermann von
Buxvoebden, Obispo de Dorpat, Adam, Zemvaldis y las fuerzas a su cargo se
adentraron en el territorio disputado entre rusos y germanos. Pronto
encontraron a Dietrich von Gruningen, Ostmeister de la Orden Teutónica en el
Báltico. Éste les informó que sus propias tropas de infantería se reunirían
pronto con él, que se había adelantado acompañado de la caballería. Nevski
estaba maniobrando por el flanco del ejército germano, pero también temía
quedar aislado de su propio territorio, pues las tropas de Andreas podrían
cortarle la retirada. Cuando todas las fuerzas de los cruzados se uniesen en un
único ejército, podrían plantar cara a Nevski y destruirle. Entonces, nada se
interpondría en el camino a Novgorod.
Pero había otra tarea para Adam.
Vytautas, que había acompañado parte del trecho a Dietrich, le había explicado
que la ayuda, los ciento cincuenta jinetes pesados que había prometido aportar
al esfuerzo bélico, estaban en camino tras los cruzados. Así que Dietrich
encargó que los guerreros y soldados de Ascheradan retrocedieran para reunirse
con la caballería lituana. Después debían guiarles hasta el ejército cruzado.
Llenos de desconfianza por esta
nueva misión, pero respondiendo a su voto de obediencia, Adam y Zemvaldis se
pusieron en camino. Tuvieron una gran sorpresa por el camino, cuando, tras una
repentina ventisca, que desapareció tan rápidamente como había surgido, se
encontraron de frente a un jinete solitario, que resultó ser Tekla.
Las siguientes fueron unas horas
alegres, que les permitieron hablar de lo que había sucedido durante el tiempo
que habían pasado separados. Pero algo ensombrecía el rostro de Tekla, que de
común se mostraba alegre. No quiso dar todos los detalles, pero pronto estuvo
claro que se había sometido al ritual de los vilkacis, y ahora era uno de
ellos.
Pero noticias aún peores les
aguardaban, como comprobaron cuando, al día siguiente, se reunieron con las
tropas de Vytautas…
***
Cabalgamos hacia la batalla. Hacia la recuperación de nuestro honor
perdido…
Vytautas es un hombre misericordioso. En la Batalla del Saule, sólo
deseaba tomar nuestras vidas, no arrebatarnos nuestro honor. Ahora, nos ofrece
la oportunidad de redimirnos…
Nos ha llamado de vuelta, para que podamos caminar de nuevo por la
tierra, en lugar de pudrirnos bajo ella. Para que podamos empuñar de nuevo la
espada por la Cristiandad contra los Paganos…
El Príncipe de Novgorod es uno de esos paganos, que rinde pleitesía a
los falsos ídolos de los tártaros, que se ha sometido en juramento a sus
señores…
Pero nosotros le detendremos. Nuestro brazo es incansable, nuestro
cuerpo, sustentado por la pureza de nuestra fe y la bondad de Vytautas, existe
sumido en la Muerte Indolora…
Y pronto compartiremos nuestros dones, como habríamos hecho con el
Hermano Adam y el Hermano Otto cuando nos encontraron. Ellos se mostraron
temerosos cuando hablaron con nosotros, con Lucien y Wilfred, con Volkwin von
Winter. Pues todos sus antiguos hermanos estamos aquí, y deseamos recuperar
nuestro honor…
Huyeron. No importa, nuestro destino es el mismo, y nuestro paso no se
detiene. Pronto, destruiremos la horda pagana y lograremos recuperar nuestro
honor…
Y entonces, podremos descansar.
***
Sobrecogidos por el
descubrimiento, las tropas de Ascheradan huyeron con toda la velocidad de la
que fueron capaces. Tras discutir un curso de acción, decidieron reunirse de
nuevo con Dietrich y advertir a los líderes de la cruzada sobre la inenarrable
maldad de Vytautas, que había perturbado el descanso eterno de los Hermanos de
la Espada caídos en el Saule, y les hacía dirigirse hacia la gran batalla que
iba a tener lugar. Sentían horror y aborrecimiento y una gran tristeza por la
blasfemia y el sacrilegio de Vytautas. Aquellos que cabalgaban sobre monturas
tan muertas como ellos mismos habían sido sus amigos, sus hermanos.
***
Pues esto está a punto de
terminar. Una sesión más, y –si todo sale bien- la campaña habrá terminado. Han
sido unos siete meses los que le hemos dedicado, y aun así, a algún jugador se
le ha hecho corta.
Lo de la batalla del puente no
fue demasiado bien, la verdad. Utilizamos el sistema de combate de masas de Legendary Heroes, de MRQI, y la verdad, es que es un colador
de errores. Maldita sea, lo había leído unas cuantas veces, y me había parecido
que estaba bien. En realidad, sigo pensando que tiene una buena base, pero en
la puesta en práctica quedaron claros los fallos, algunos de ellos garrafales,
que tiene el sistema. Bueno, por lo menos creo que con un buen repaso se puede
remediar algo del asunto. Pero ha sido una lástima, la verdad. La batalla quedó
un tanto deslavazada, ojalá hubiese dispuesto otra forma de resolverla.
Y por fin el grupo se ha reunido
de nuevo. Las últimas sesiones, la parte de Tekla iba de forma por completo
independiente de la de Adam y Zemvaldis, lo que obligaba a dividir el tiempo y
la atención entre los jugadores. Lo jugado con Tekla ha sido una muy buena
experiencia, y ha dado lugar a algunas situaciones dramáticas que quedaban muy
apartadas de la violencia bélica que vivían los otros PJ. Ha estado muy bien,
pero me alegro de que no haya durado más tiempo.
Desde hace ya algunas semanas,
estamos dedicando el tiempo de post-partida a comentar la campaña que sustituirá
a la presente. Fantasía Heroica, es lo que pretendo hacer. Hay algunas dudas de
los jugadores sobre si RuneQuest
resultará un sistema apropiado, pero bueno, ya se despejarán en cuanto llevemos
unas cuantas sesiones. Yo diría que sí, pero no es algo que hayamos confirmado
y, como ya se ha visto, puedo cometer errores al juzgar un sistema de reglas
como el de combate de masas.
En cualquier caso, a Crusaders of the Amber Coast le
sustituirá Book of Quests. Y ya
veremos que pasa.
Pues a mí la batalla me gustó. Todo salió de una manera muy vistosa, para cada una de nuestras unidades, a la par que coherente, y sin que resultara en una absoluta debacle del bando de los PJs; en definitiva, que cumplió con cuanto le pido ante todo a la resolución de una batalla en una partida de rol. Y eso que debo reconocerte que al comienzo intuí que sería una experiencia frustrante: me dieron mala espina algunas de las mecánicas y me pareció algó "sensible" de más al azar. Pero bueno, quédate con que el sistema quizá deba retocarse, pero que en la partida, aunque fuera por fortuna, resultó bien
ResponderEliminarMe alegro de saber eso. La impresión que yo tenía era que la cosa no había funcionado nada bien, pero que por educación y no liarla, preferisteis dejarlo pasar. Aunque en algún momento sí me pareció oír "Vaya mierda de sistema", por parte de otro de los jugadores. En fin.
EliminarHubiese preferido que la cosa resultara algo más desafiante, parece que superasteis la batalla con mucha facilidad. Pero también puede que se deba a la suerte en los dados. En cualquier caso, es seguro que, de volver a usar esas reglas, habrá que darles un buen repaso antes.
Empezamos con serias dudas de que de aquello fuera a salir algo en condiciones, es verdad. A mí es que la estadística me resulta muy desalentadora: si yo veo que de antemano, voy peor que el rival, y tácticamente no veo oportunidades que equilibren la cosa, no me vale eso de "confía en la suerte". Claro que si me sonríe me alegraré, no soy inmune a ello, pero de antemano, me resulta muy desmotivante estar en manos del azar. Por eso digo que gracias a que la fortuna se puso de nuestra parte y poco a poco fue dejando buenas sensaciones, y escenas muy vistosas. También es que yo me flipo mucho cuando hay batallas, y van saliendo bien. De ahí que mi honesta conclusión sea que me divirtió.
EliminarEn mi experiencia con sistemas de batallas en partidas de rol, se da con mucha frecuencia lo de que un bando arrase. Supongo que es porque al ser sistemas auxiliares, que se usan muy poco, cuesta saber de antemano cómo van a resultar... ciertamente, que un bando arrase le quita emoción, pero puestos a elegir, que arrasen los PJs, a no ser que para que la partida avanze sea deseable su derrota...
Bueno, es cierto que has dirigido más campañas con componente bélico que yo, en las que se daba este tipo de situaciones (las batallas), así que confiaré en tu opinión.
EliminarLo del resultado de la misma es como lo de los combates. Ya sabes, creo que debe haber posibilidad para la derrota. No porque me divierta matar PJ, sino porque si no hay algo de emoción no me resulta interesante. Pero si se dejan demasiadas cosas al azar, de modo que sólo sea la suerte lo que decante la balanza en una dirección u otra, entonces, sí. Hay un problema.
Lo dicho, si volvemos a dar uso a esas reglas será sólo después de haber hecho un repaso a fondo.
Image #2: © Osprey Publishing, from "Lake Peipus 1242" by David Nicolle, illustrated by Angus McBride
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