Invierno de 1240 – Otoño de 1241
La vida sigue…invierno de 1240
Aquel año, la vida en Ascheradan
proseguía, no sin problemas, como el duro invierno que hubieron de soportar
aquellas gentes, pero también con soluciones. La encomienda de la Hermandad de
la Espada había pagado por la leña adicional que se necesitaba para mantener a
raya el terrible frío, evitando así las muertes de algunos de los aldeanos más
pobres. Más adelante, cuando un brote de enfermedad surgió entre los livonios,
el komtur y el Hermano Peter se habían encargado de atajarla, rezando por la
milagrosa sanación de los enfermos.
Así que, ahora que Andra se
disponía a emprender su último viaje al
Velu Laiks, la tierra a la que viajan las almas cuyo tiempo en el mundo
de la carne se ha cumplido, lo hacía tranquila, sabiendo que las gentes de las
que había cuidado durante toda su vida seguían bajo la protección de individuos
capaces, que se preocuparían por las vidas que estaban a su cargo.
Tekla se encargaría de evitar que
el pueblo olvidara a los dioses de sus padres, tarea que no sería nada fácil.
Los germanos ponían mucho empeño en la conversión de los livonios, y Andra
temía por que su gente acabase olvidando a los dioses que habían sido
reverenciados por incontables generaciones anteriores. La anciana ragana sentía
a la joven a su lado, tomando su mano. Pobre muchacha. Había intentado
advertirla de lo que la esperaba, pero no podía dar demasiada información, sus
visiones, aunque cada vez más claras debido a la proximidad de la muerte,
seguían veladas para el resto. Así lo había decretado la Diosa del Destino.
Andra lamentaba no estar a su lado para ofrecer consejo durante los
acontecimientos futuros. La carga de ser la ragana de Ascheradan pesaría ahora
sobre los hombros de Tekla.
Pero eso era lo único que
lamentaba. Había vivido demasiado, había soportado demasiado. Ahora estaba
cansada, y sólo deseaba descansar, sumirse en el sueño del que no se regresa.
Las estaciones pasan…verano de 1240
Hans había viajado hasta tierras
de los paganos esperando conseguir tierras en las que construir una granja y establecerse. Para ello, trabajaba como mercenario al servicio de la Orden
Teutónica, en la fortaleza de Ascheradan. Tiempo atrás, por ayudar a su komtur
en el combate contra el demonio lobo que atacó la fortaleza entonces a medio
edificar, había sido ascendido, y contaba ahora con el mando de los infantes
germanos de la encomienda.
Ahora, parecía que un nuevo
peligro se aproximaba hasta aquellas tierras, acaso una amenaza mayor de lo que
había sido el demonio lobo. Quizá todas las tierras conquistadas por los
cruzados podrían estar bajo el riesgo de una invasión, a juzgar por la seriedad
con la que el komtur había juzgado lo ocurrido.
Había comenzado unos pocos días
atrás. Las quejas de algunos granjeros, que vivían aislados al este de
Ascheradan, Daugava arriba, sobre la desaparición de algunos animales. Nada
importante, alguna que otra oveja. Hans ni siquiera molestó al komtur con algo
tan nimio, se limitó a enviar a dos auxiliares livonios para que se encargaran
del asunto. Pensaba que probablemente no se trataría de otra cosa que algún
ladrón proscrito, o quizá una disputa entre vecinos, que se robaban el ganado
los unos a los otros.
Pero cuando los guerreros no
regresaron, comenzó a preocuparse. Dio parte al komtur, que decidió organizar
una patrulla para buscar a los desaparecidos. Adam, Tekla y Zemvaldis, junto
con cuatro livonios más, partieron del castillo.
Regresaron unos seis días más
tarde. Traían malas noticias. Al menos uno de los auxiliares había muerto, pues
encontraron su cadáver en el fondo de un barranco, con una flecha en su
costado. Había señales de caballos, varios jinetes que se habían alejado de
allí.
Seguir el rastro les había
llevado hasta el campamento de los supuestos bandidos. Allí, Zemvaldis se
adelantó, confiando en su talento para pasar desapercibido y moverse sin hacer
ruido. Pero la fortuna no le acompañó, según le contaron a Hans. Un centinela
oculto vio a Zemvaldis antes de que pudiese aproximarse demasiado, alertando a
sus compañeros mediante el empleo de una ingeniosa flecha de señales.
Rápidamente, los desconocidos montaron en sus caballos y abandonaron el lugar.
Excepto Adam, la patrulla de Ascheradan iba a pie, con lo que no había
esperanza alguna de darles alcance.
Pero Zemvaldis había oído hablar
a los desconocidos, y no hablaban ninguna lengua que conociese o que hubiese
oído hablar. Los días siguientes, juntando las descripciones de algunos
granjeros de la zona que habían visto a los desconocidos en la lejanía,
llegaron a la conclusión de que estos no podían ser sino exploradores de la
llamada Horda Dorada, la fuerza invasora que había puesto de rodillas a los
príncipes rusos. Debían estar explorando las fronteras de Livonia ¿Quizá para
preparar una nueva conquista a la larga lista de las que ya habían logrado?
Se toman decisiones…otoño de 1241
Spidala estaba a la vez furiosa y
excitada. Se encontraba rodeada de sus peores enemigos, todos los cuales la
matarían sin dudarlo si supiesen quien era realmente. Incluso había unos pocos
que lo sabían, pero no podían hacer nada por el momento. La bruja vilkacis se
sabía en peligro, pero disfrutaba de la sensación. Por su parte, hubiese
desgarrado las gargantas de sus enemigos con salvaje abandono, pero debía
controlarse.
Estaba en la sala de audiencias
del castillo del Arzobispo Nicholas, el hombre más poderoso de Livonia. Y allí
estaba también Dietrich von Gruningen, Ostmeister de la Orden Teutónica en las
tierras al norte de Lituania. También se encontraba el capítulo principal del
territorio, el consejo formado por los komtur de las distintas encomiendas.
Entre ellos, por supuesto, estaba Marcus Adam von Lautervach. Y qué sorpresa
había sido para los dos ver aparecer a Tekla y Zemvaldis.
Spidala estaba allí como parte de
la embajada del Duque Vykintas, uno de los más poderosos líderes de las tribus
lituanas. La embajada tenía como objeto negociar una tregua entre Vykintas y la
Orden Teutónica. Mindaugas, tío de Vykintas, era el Duque que estaba unificando
Lituania, en parte mediante el método de dar muerte a algunos de sus parientes
y apoderándose de sus tierras. Su sobrino Vykintas, temía este destino, por lo
que buscaba la ayuda de los caballeros teutónicos para hacer frente así a una
amenaza común. A cambio, ofrecía la posibilidad de paz entre ambos bandos, y se
sugería la posibilidad de cierto interés en la fe cristiana. Tal vez Vykintas
estuviese dispuesto a recibir el bautizo.
Así lo había explicado el embajador
Vitautas, enviado por su duque para negociar en Riga. Los cristianos habían
oído sus palabras con una mezcla de interés y odio. Por una parte, una tregua
con los lituanos sería de lo más deseable para aquellos que deseaban emprender
la conquista de Novgorod. Por otro lado, muchos no podían ignorar la Batalla de
Saule. Vykintas había liderado a los guerreros lituanos que destruyeron casi
por completo a la Hermandad de la Espada cinco años atrás.
Pero Vitautas era convincente en
sus palabras. Y tanto el arzobispo como el ostmeister eran favorables a la
tregua.
Spidala sentía las miradas de
Adam y Zemvaldis sobre ellas. El ahora komtur de Ascheradan incluso había
intercambiado unas palabras con ellas. Amenazas veladas que salieron de los
labios de ambos, mientras Adam la tomaba de la mano. Eso había sido una
sorpresa para ella. Pudo notar claramente el poder de Perkons en la mano de
Adam, como un dolor molesto que podía reprimir a duras penas. Evidentemente, el
caballero había hecho el gesto en un intento de revelar su naturaleza de
vilkacis, pero no había funcionado.
En venganza, Spidala se permitió
revelar un pequeño secreto a los oídos de Zemvaldis. Años atrás, cuando
abandonó Ascheradan, portaba a un hijo suyo en su vientre. Y Tekla lo sabía.
Tekla… Spidala la odiaba más que
a nadie, pero no se atrevía a hablar con ella. No ahora, cuando la edad había
hecho madurar los rasgos de la muchacha en todo su esplendor, dejando patente el parecido con
Vitautas, Señor de Vilkacis. Su padre.
Desde su posición, pudo
contemplar el momento en que las miradas de Tekla y Vitautas se cruzaron. El
Maestro nunca había acabado de creer a Spidala, cuando ésta le contó sus
sospechas. Ni siquiera tras la muerte de Kangars, a manos de Adam un par de
años atrás, así como los demás intentos de Spidala por evitar la construcción
de la fortaleza de piedra. Pero ahora no había duda posible.
Tras más de veinte años de
búsqueda, ahora, al fin, Vitautas había encontrado a su hija perdida.
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