Octubre de 1234.
En su pequeña cabaña, Andra,
ragana de la aldea de Askere, cuidaba de un herido. Resultaba sorprendente. La
noche anterior parecía que iba a perecer, víctima de la infección que se había
apoderado del brazo en el que se apreciaba claramente las señales de una fuerte
mordedura de lobo. Pero por la mañana se encontraba mucho mejor, la fiebre
estaba remitiendo y el hombre se encontraba sumido en un sueño profundo y
reparador.
Andra casi se sentía molesta.
Todos sus esfuerzos curativos, aprendidos durante largos años, apenas habían bastado para aliviar el sufrimiento
del hombre. Apenas sí mantenía a raya la infección, sin estar segura de si al
final sería capaz de salvarle la vida. Sin embargo, aparentemente sólo con el
poder de sus oraciones, el joven caballero germano había limpiado la herida de
toda señal de infección. De todos modos, tampoco se sorprendió demasiado. Antes
de verle, sabía que tanto él como sus acompañantes eran personas muy
especiales.
Por lo que contaban, no hacía
mucho tiempo que servían a la Hermandad de la Espada, tan sólo desde la pasada
primavera. Hasta Askere habían llegado los rumores sobre los incursores
lituanos derrotados por los caballeros, y como los prisioneros supervivientes
habían sido ahorcados en Ascharadan, a la orilla del Daugava.
Los extraños habían llegado el
día anterior. Sin duda, alertados por aquellos de entre los habitantes de
Askere que huyeron poco antes de la aldea, aterrorizados por lo que ocurría,
buscando la protección del dios cristiano. Andra no se lo podía reprochar del
todo, pues ella misma estaba muy preocupada con lo que ocurría.
Los problemas comenzaron con el inicio del Velu Laiks, el Tiempo de los Muertos,
las fechas en las que los fallecidos regresaban temporalmente desde el Velu para visitar a sus familiares. Era
una ocasión para recordar a los seres queridos, a veces incluso para sentir su
compañía. Pero este año algo iba mal. Algo perturbaba, no, asustaba a los difuntos. Los espíritus se veían atacados en el
camino hacia sus antiguos hogares por algo que aún no había logrado identificar.
Presas del pánico, algunos
aldeanos huyeron hacia Aizkraukle, que los germanos llamaban Ascheradan,
pidiendo la protección de los Hermanos de la Espada, aunque eso significase
renunciar a los Dieva Deli y aceptar
al dios cristiano. Los monjes caballeros habían respondiendo enviando a uno de
los suyos junto con su pequeño séquito, así como la promesa de que mandarían
traer a alguien experto en tales temas desde Riga, un exorcista.
El caballero, Marcus Adam, era
joven, y había actuado con la impetuosidad esperada de alguien de su edad y
condición. Pero también parecía dispuesto a reconocer errores y cambiar su
actitud, lo que no se podía decir de la mayoría de sus hermanos. Le acompañaba
su escudero Zemvaldis, un mozo espigado que no parecía mostrarse muy seguro de
los comentarios de su señor, y Tekla, una muchacha que, a Andra no le cabía
duda, de recibir la educación adecuada, podría desarrollar las grandes dotes
para la magia que se intuían en ella. Además, la joven parecía ser de natural
bondadoso, demostrándolo al ayudar a la ragana a cuidar del herido.
Preguntando en la aldea, los
enviados de Ascheradan se enteraron de lo que provocaba tanto temor a los
livonios del lugar. Visitaron el claro sagrado del cercano bosque, el claro en
el que se levantaban los túmulos que cubrían a los muertos de Askere. Pero lo
hicieron durante el día, y Andra sabía que sólo a la luz de Meness permitía
Laima que los difuntos se mostraran en la tierra que una vez habitaron.
Luego, los forasteros habían
querido ver al herido. Sobre éste, los aldeanos sólo pudieron contarle lo poco
que sabían. Que, aparentemente presa de una fuerte curiosidad, el hombre había
acudido sólo y de noche al cementerio, y había sido encontrado al amanecer,
delirando por la fiebre provocada por una mordedura infectada. Una mordedura
que sólo podía pertenecer a un lobo.
O a un vilkacis, pensó Andra con
un escalofrío. Tekla, que al parecer había prestado más atención que la mayoría
a los cuentos y leyendas con los que se habría educado, recordaba la historia
de aquellos hombres capaces de vestir con la piel de los lobos, y lo había
mencionado durante una conversación. Andra sabía mucho más sobre el tema, pero
prefería reservar ese conocimiento para sí, al menos hasta que resultase
necesario hablar del asunto.
Y entonces, el caballero, a pesar
de toda su perorata sobre los paganos adoradores del diablo y demás zarandajas,
había rezado a su dios por la recuperación del hombre enfermo, y había obtenido
respuesta. Ahora todos aguardaban el momento en que el herido despertara, y
pudiese contar lo que le ocurrió.
Bueno, al menos Andra aguardaba.
Tras la lluviosa noche pasada, los tres forasteros decidieron regresar al
cementerio, con la esperanza de que la bestia que buscaban hubiese dejado un
rastro en el barro. La ragana estaba casi segura de que no encontrarían nada,
pero no tenía sentido discutir con ellos, y no quería dar demasiadas
explicaciones al guerrero cristiano. Pero se temía que tarde o temprano habría
de darlas.
Además, mientras los extraños
estaban fuera, tenía tiempo para preparar algo de ayuda. El herido ya no
necesitaba atención constante, así que Andra sólo tuvo que echarle un ojo de
vez en cuando para cerciorarse de que su estado seguía igual. La anciana cogió
un pequeño cofre de una de las alacenas, y de allí extrajo una lágrima de
ámbar, una pieza que tendría no poco valor en alguno de los mercados que se
formaban en el Daugava. Pero Andra pensaba darle un mejor uso que el que
podrían depararle los mercaderes de Riga. Si sus sospechas eran correctas, se
necesitaría un poco de ayuda. Y ella podía dársela. Comenzó a canturrear en voz
baja mientras sostenía el ámbar, con una semilla aprisionada en su interior.
El día anterior fue la primera
vez que vio a los tres enviados de Ascheradan, pero Andra les esperaba desde
hacía largo tiempo. Laima le había instruido sobre ello.
¿Estás utilizando el esbozo de campaña que el libro provee?
ResponderEliminarBueno, actualmente ya hemos terminado esta campaña, pero sí, he utilizado la que incluye el libro, complementándola aquí y allá con material propio e improvisaciones, más las adaptaciones a RQ6, de las que pongo unas cuantas en el blog. Los cultos, sobre todo.
Eliminar