jueves, 24 de abril de 2014

El Consejo de Hierro, de China Miéville

Tercera, y hasta la fecha última, novela de este autor situada en el mundo de Bas-Lag. Publicada originalmente en 2004, al año siguiente ya contábamos con una edición publicada por La Factoría, que contó con Manuel Mata Álvarez-Santullano para la traducción.

El libro tuvo una buena acogida por la crítica, llegando a ganar el Premio Arthur C. Clarke 2004. No ocurrió así con el público, que dispensó una acogida desigual a este libro. Diferentes opiniones sobre la novela que probablemente se traducirían en una menor cantidad de ejemplares vendidos. Miéville manifestó en algunas ocasiones que fue esta disparidad de opiniones la que le impulsó a dejar aparcado durante un tiempo el Bas-Lag, para embarcarse en otras historias. Aunque también afirmaba que eventualmente regresaría a este mundo, presentando nuevas historias situadas allí.

Han pasado diez años, y unas cuantas novelas desde El Consejo de Hierro. Por mí puede retomar la historia de Nueva Crobuzon y el mundo en el que se encuentra esta ciudad cuando quiera.

La historia se sitúa unos veinte años después de los acontecimientos narrados en La Estación de la Calle Perdido. El escenario vuelve a ser la ciudad de Nueva Crobuzon, pero sólo en parte, pues en buena medida la acción se desarrolla en territorios alejados de la poderosa ciudad estado. Pero esta población sigue estando en el centro de la trama.

Hay una guerra en marcha. Las tropas de Nueva Crobuzon combaten contra un lejano estado con el que han llegado a chocar. Los recursos y el poder de la ciudad son grandes, pero sus enemigos cuentan con sus propios medios, en ocasiones de índole desconocida.

En la propia ciudad, las noticias que llegan hablan de victorias militares, triunfos que prometen un rápido final para la guerra, en unas condiciones muy favorables para Nueva Crobuzon. Pero hay quien desconfía de estas afirmaciones propagandísticas. Hay rumores, peligrosos de difundir, pues son rápidamente reprimidos por la policía secreta, que cuentan otra cosa. Que la guerra va mal. Que los combatientes se enfrentan a terribles horrores desatados por sus enemigos. Y que el casus belli esgrimido por el gobierno de la ciudad es una farsa, una excusa para ocultar la simple verdad de que Nueva Crobuzon es el agresor en esta guerra.

Algunos piensan que ha llegado el momento de derrocar al gobierno. Una revolución comienza a gestarse entre las clases más desfavorecidas. Hay rumores de un nuevo líder, uno que se adelanta a todos los movimientos de la milicia, y que golpea duramente. Pero la revolución necesita algo más. Un símbolo, algo respetado por todos que cristalice todos los diferentes opositores al gobierno en algo cohesionado. Se habla de un grupo de individuos que en el pasado desafiaron el gobierno, y se acabaron marchando de la ciudad. Les llaman el Consejo de Hierro.

De modo que uno de los agentes de la revolución parte de la ciudad en busca de esta casi mítica comunidad. 

Más que en las novelas anteriores, la trama de El Consejo de Hierro se reparte en varios personajes importantes. Está el revolucionario encargado de traer de vuelta a Nueva Crobuzon al Consejo de Hierro. Está la de su antiguo amante y mentor, un hombre con el insólito poder de crear gólems (formados de diferentes materias, que más que animadas, parecen dotadas temporalmente de vida). Y finalmente, la de un joven de Nueva Crobuzon, que por una serie de razones, comienza a involucrarse cada vez más y más en la causa revolucionaria.

Consecuentemente, la historia se divide en varias tramas secundarias, que a su vez cuentan con partes muy diferenciadas entre sí. Hay más variedad que en el entorno urbano de La estación de la calle Perdido, o en el naval de La Cicatriz. En algunos capítulos, la historia deviene en un weird western, a medida que se nos cuenta el particular avance de la construcción de una linea ferroviaria, con la resistencia de pueblos nativos, los pequeños pueblos de vida efímera que se crean al paso de las obras, o los extraños cazarecompensas y asesinos atraídos por el dinero que puede ganarse en semejante situación.

En otros momentos la trama pasa a recordar a los movimientos revolucionarios del siglo XIX, en su intento de derrocar al antiguo régimen. Desde extrañas organizaciones clandestinas que por momentos recuerdan a El hombre que fue Jueves, hasta verdaderas batallas urbanas, en plan Comuna de París.

Y no faltan las situaciones exóticas; Tierras deformadas hasta la locura por la magia liberada allí (en forma de armas de destrucción masiva), nuevos ejemplos de las distintas especies inteligentes que habitan Bas-Lag, con sus extrañas costumbres. Y esa mezcla de magia y tecnología con la que quienes ya hayan leído los libros anteriores ya estarán familiarizados.

Hay varias notas que indican que Bas-Lag va evolucionando. Acontecimientos que en La estación de la calle Perdido aparecen como eventos de gran importancia son resueltos en esta novela como algo de lo que sólo se habla entre rumores, sin que nadie esté seguro de qué ocurrió exactamente, pero todos saben que algo pasó. Y de forma similar, un suceso que en la primera novela de esta serie se menciona (durante una tertulia de cafetería) como ejemplo del sadismo de los jueces de Nueva Crobuzon, acaba convirtiéndose en la tercera entrega en el disparador de acontecimientos importantes para la historia de la ciudad.

El Consejo de Hierro quizá resulta menos sorprendente que las dos anteriores -sobre todo si, como me ocurrió a mí, alguien lee las tres seguidas-, pero creo que no desmerece en absoluto en calidad a los otros dos libros. A ver si el señor Miéville se anima y vuelve a ofrecer una historia situada en este mundo.

2 comentarios:

  1. A mí lo que más me gustaron de las tres y de esta en particular es el trasfondo social y político. La fantasía también puede ser un espacio de reivindicación.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Totalmente de acuerdo. Más aún cuando, sin convertir el tema en un maniqueismo simplista, se especifica que los tiránicos gobernantes también son personalidades completas, incluyendo sus partes positivas. Pero así y todo deben ser derrocados.

      Eliminar