La batalla final da comienzo. |
De nuevo, el autor del relato de las andanzas del grupo es OtakuLogan, uno de los jugadores.
***
Sin la vara de Hekateria pero con dos
nuevos caminos que explorar, los héroes dejaron a Dulmodia para
dirigirse por el que parecía más directo: volvieron al patio, que
para su suerte estaba vacío, y se encontraron con el primer dilema,
pues había dos salidas al sur, y la bruja había vuelto a no ser
exhaustivamente precisa en su descripción sobre la ruta que debían
seguir.
Al sudeste una abertura daba a una zona de la fortaleza
inexplorada por los aventureros, pero estos prefirieron coger la
salida más centrada del sur, pensando que ese era el sitio que les
había querido decir Dulmodia. La nueva sala, sin nada especialmente
relevante, daba a unas escaleras que bajaban hacia otra sala con
otras escaleras al final, esta vez para subir. No parecía que fuera
el camino descrito por la bruja (“seguir recto el pasillo”), pero
llegados a ese punto el grupo quiso seguir explorando la zona hasta
encontrarse con alguna dificultad antes de volver al patio. Subidas
las escaleras, unos pasos más adelante llegaron a una gran sala
llena de frescos muy bien conservados para el tiempo que deberían
tener colgados en sus paredes. Serat, Patroklo, Aromvelos y Belisar
siguieron adelante antes de advertir que sus compañeros parecían
confundidos y se habían quedado parados.
Kasadya, Disto, Regulus y Flegias se
habían visto transportados a una de las pinturas, aunque no eran
conscientes de ello. El suelo a sus pies había desaparecido para
dejar espacio a una hierba de color vivaz y cada uno en una esquina,
vislumbraban un prado donde mucha gente parecía bailar y celebrar.
Entre ellos, algunos importantes conocidos… ya muertos.
El padre de
Flegias se acercó a su hijo, separándose del grupo: el marinero
parecía bastante a gusto con la situación e intercambió noticias
con su padre, incluso se permitió bromear sobre su afición a la
bebida; el padre de Regulus miraba a su hijo, que se mostraba
desconfiado, con orgullo, pero también con pesar porque tuviera que
luchar con el legado que le había dejado, el hacha sagrada, y no se
animara a celebrar con él en el prado; el padre de Disto no tuvo
oportunidad de oír la voz de su hijo, pues este retrocedió nada más
entrar en aquel lugar; y la abuela de Kasadya se mostraba complacida
de verla armada, pues decía que ella también desearía haber sido
una guerrera, pero no consiguió imponerse a la rigidez de roles en
cuanto a sexos de la estricta sociedad korantina.
De repente, los cuatro volvieron en sí,
mirando aturdidos a sus compañeros, y decidieron salir cuanto antes
de aquella sala en dirección a la siguiente. Aquella experiencia no
había sido tomada por todos por igual, siendo mejor recibida por
algunos héroes que por otros -aunque el concenso general era que se trataba de algún tipo de trampa-, pero en lo que estaban de acuerdo es
que si se dirigían hacia el lugar donde se juzgaban las almas, puede
que no hubieran tomado el camino errado. Más adelante una puerta a
la izquierda iniciaba un descenso del terreno sin escaleras: aunque
podían seguir andando a través de ella pues el desnivel no era
excesivo, se decidieron por entrar por la puerta.
Y al hacerlo, la nueva habitación, que
desde fuera estaba a oscuras, se iluminó con antorchas. No solo eso:
vislumbraron al fondo unos soldados, con vestimentas y armas
similares a las suyas pero de fabricación muy anterior. Los soldados les
miraron y les preguntaron con un lenguaje arcaico que hacían allí:
los héroes respondieron que habían venido a ver a Belerofonte, el
rey, y la guardia respondió que quiénes eran ellos para pedir
semejante honor.
Entonces empezó una discusión con los aventureros
enseñando el hacha sagrada y pidiendo una audiencia real y los
soldados, que no parecían dispuestos a concederla, en una ambiente
que los primeros sabían alterado: aquellos soldados no pertenecían
a este tiempo, ni sabían del estado actual de la fortaleza, ni
obviamente conocían Tirta, pues probablemente aún no fuera un
pueblo en su época.
Para probar su teoría de que estaban en otra
época, Kasadya pidió a varios héroes salir con ella para que
vieran como desaparecían, de la misma forma que al principio ellos
no les habían visto en la sala. Pero al salir, oscurecerse la sala
(aunque quedaran algunos del grupo dentro, que todavía podían verse, al igual que unas estatuas de bronce armadas en el lugar que antes ocupaban los soldados) y volver a entrar tras
escucharse un extraño retumbe, los soldados no recordaban el
encuentro anterior: estaban anclados temporalmente y no eran capaces
ni de avanzar ni de volver a su tiempo, no pudiendo crear nuevos
recuerdos.
Empezó otra discusión donde Kasadya intentaba
explicarles conceptos que escapaban a su raciocinio, acabándose el
asunto cuando en mitad del cruce de declaraciones, en vez de
solicitar audiencia con el rey, lo hicieron con la reina, algo a lo
que los guardias estaban más dispuestos. Dos soldados salieron por
una abertura al final de la sala mientras el resto pedía las armas
al grupo, solicitando Regulus que le dejaran llevar la suya, pues era
el tema a tratar, y aunque los guardias no estaban dispuestos, la
aparición de la reina dando el visto bueno les privó de autoridad.
Algo titubeantes por si sus armas desaparecían en el tiempo detenido
de aquella sala cuando volvieran, Aromvelos y Belisar decidieron
quedarse guardando el equipo de sus compañeros, mientra el resto
seguía a la reina, que les condujo a lo que parecía ser una sala
destinada a su recreo personal, con mujeres cantando, tejiendo y
realizando otro tipo de tareas.
Aunque sus subordinadas mostraban
curiosidad por los recién llegados, no se acercaron al grupo, y la
reina pudo hablar con ellos en privado: ella sí era consciente de la
situación, tanto de los soldados y sus súbditos encadenados en el
tiempo, como de la situación actual de la fortaleza y la división
de su marido en dos partes. Escuchó el relato de los héroes y dijo
que ella intentaría que el rey les atendiera, aunque debían
presentarse ante él con prudencia, pues el espíritu de Belerofonte
atrapado en la fortaleza no era tan considerado como el que había
sido expulsado de la misma.
Y también les solicitó un favor: su
hija no era inmortal como ella, y ya fallecida estaba perdida en la
fortaleza por culpa de la maldición; la reina quería darle un
collar que le era muy querido en vida antes de que encontrara el
camino para ser juzgada, prometiendo Disto cumplir con la tarea
personalmente. Deseándoles toda la suerte posible, les llevó ante
al megarón que estaban buscando, desde el cual un Belerofonte con el
rostro más pétreo que el que habían conocido juzgaba una larga
fila de almas que esperaban con la impasibilidad propia de un ser ya
muerto su destino.
La llegada de la reina detuvo la ceremonia. Presentó los
héroes a su esposo, que le contaron a Belerofonte que habían venido enviados
por su otro yo. Aquello no pareció agradar al monarca y dijo que no
significaba nada para él, teniendo que ser la reina quién
interviniera en la conversación para reconducirla, y decirle a su
marido que tenían como misión acabar con la maldición que les
tenía tanto tiempo atado. Durante un instante la cara de Belerofonte
mostró un aspecto menos demacrado, pero rápidamente volvió a su
anterior estado y preguntó de nuevo el motivo por el que era
molestado.
Regulus levantó el hacha y dijo que quería su bendición
para liberarla, así como conocer el camino que llevaba al lugar
donde se la veneraba. Con mala gana Belerofonte les concedió ambas
gracias, y despidiéndose de la reina, el grupo avanzó por el camino
que le habían señalado, saliendo de la estancia por la izquierda
hacia un pasillo que doblaba y un par de puertas que ignoraron para
seguir adelante. Una estancia más grande les esperaba, con un velo
que tapaba el final de la misma. Allí también se encontraba el
cadáver de un hombre-cerdo, tal vez un intruso que no había
obtenido la bendición del rey para llegar hasta allí.
Los héroes
atravesaron el velo y finalmente un estrecho pasillo donde colgaban
muchas hachas, similares a la portada por Regulus, acababa en un
altar donde una estatua de mujer ofrecía su mano. El noble no tuvo
ninguna duda: puso el hacha en la mano y la estatua, al reconocerla,
cerró la mano; un pequeño temblor se apoderó de la sala y una luz
escapó del hacha, hasta que finalmente la estatua dejó de apretar
la mano y volvió a dejarla en su estado natural. Regulus recogió el
arma y notó enseguida un nuevo vigor en ella: sin duda era más
ligera y, al mismo tiempo, más afilada que nunca, más allá de lo
que un herrero podría conseguir trabajando toda una vida. El aristócrata tomó conciencia de los poderes renovados del arma, que le protegerían contra la magia y le permitirían dañar de forma efectiva al Minotauro.
Estaban
por volver cuando Serat sorprendió al grupo: había escondido un
cuchillo a los guardias y deseoso de obtener un arma poderosa, lo
puso también en la mano de la estatua. La estatua cerró la mano…
y notó que aquello no pertenecía a la forma de una de sus hachas:
tomó vida y furiosa, se lanzó contra el profanador, mientras todo
el grupo intentaba huir por el pasillo. Serat esquivó con fortuna un
primer golpe y adquirió los rasgos de un lobo para salir de allí a
mayor velocidad, pero antes de que pudiera hacerlo la estatua no
volvió a fallar por segunda vez, clavándole los restos de su
cuchillo, pues casi lo había triturado al cerrar la mano, en la
cabeza. El hechicero cayó al suelo, medio muerto, y la estatua
volvió a su lugar. El resto del grupo hizo acopio de valor y sacó
el cuerpo de Serat, para que Disto le sanara la peligrosa herida de
la cabeza con magia. Sin querer hablar mucho más del tema, tras las
horas de trabajo del hechicero el equipo desandó el camino, sin saber
que podían decirle al rey Belerofonte y a la reina, pero entonces un
enorme grito, proveniente de algún lugar cercano al patio, les hizo
estremecerse, y Belisar y Aromvelos salieron por una de las puertas
que habían ignorado antes en el pasillo, pues al parecer se
comunicaba directamente con la sala de los soldados. Les advirtieron que, unos minutos antes, había sonado un espantoso rugido por todo el lugar, probablemente por todo el palacio, y ahora las salas y pasillos se llenaban con el ruido de sus monstruosos habitantes poniéndose en marcha.
Aunque estaban a dos salas de ellos, el
rey y la reina parecían lejanos en el tiempo: los soldados de la
habitación habían desaparecido y la fortaleza volvía a tener
aspecto de maldita, con una ebullición de movimiento hacia el patio.
Los héroes se sintieron atraídos hacia el lugar y volvieron por la
sala de los frescos y las escaleras que bajaban y luego subían para
llegar de nuevo hasta el gran espacio abierto de la construcción.
El
lugar se había llenado de monstruos, algunos conocidos como los
hombres-cerdo u hombres-perro, otros nuevos pero no menos siniestros.
Sobrevolaba la estancia un gran número de arpías y otros monstruos
voladores, aunque también vieron sus primeros aliados, cinco grifos.
De la abertura hacia el inframundo brotaban más bestias, entre ellas
un enorme dragón que se posicionó junto a su señor, el rey Toro,
que al parecer había sentido la liberación del hacha y había
llamado a todos sus esclavos para luchar. Se le presentaba una
oportunidad única: si acababa con los portadores del hacha sagrada y
la propia arma, ya nada podría detenerlo.
Desde detrás de su
posición, los héroes vieron como una puerta se abría: los
hombres-lagarto, con su líder aún herido y transportado por sus seguidores a la cabeza, habían
dejado el altar de la diosa de la Tierra y se preparaban para
ayudarles. Y desde otra puerta cercana, los cavernícolas
sorprendieron al grupo mostrándose como aliados, a pesar de que
habían matado a seis de los suyos. Aún con esos dos ejércitos
aliados, el combate era claramente desigual: las fuerzas del rey Toro
eran muy superiores, y solo la ansiedad del minotauro por conseguir
su objetivo les dio una oportunidad de victoria, pues se lanzó a por
los héroes nada más verlos, ignorando el resto de la batalla. Solo
el gran draco pudo seguir su ritmo, quedándose el resto de
monstruos separados de él por las tropas de hombres-lagarto y
cavernícolas.
Sin embargo, aquello no sería una
pelea fácil ni aunque solo tuvieran dos enemigos al principio. El
rey Toro apartó de un empujón a Kasadya en su carga hacia Regulus y la Labris, causándole una grave herida en el brazo en el que empuñaba
su lanza, mientras el gran lagarto impedía que los ataques de
Flegias y Patroklo llegaran hasta su amo. Disto gastó sus últimas
energías dando aún más poder mágico al hacha de Regulus y a la
lanza caída de Kasadya, maldiciendo su debilidad y quedando
inconsciente por sobreesfuerzo.
El noble levantó el arma y con gran
valentía, usó la carga del monstruo en su propia contra, clavándole
el hacha en el pecho y abriéndole una gran herida. Tocado por el
hacha, el minotauro pasaba a ser mortal y el grupo podía hacerle
frente, pero Flegias no pudo alcanzarle y Patroklo se vio enredado
con el gran lagarto, a quién también atacó Serat, logrando hacerle
un corte en la cola por la que empezó a chorrear sangre. La
criatura, molesta con el chaman, se revolvió y le endosó semejante
coletazo que envió a Serat contra la pared a varios metros, quedando el chamán tirado en el suelo, con la caja torácica hendida, muerto sin remedio.
Pero aquel momento de despiste del
gran lagarto dejó indefenso al rey Toro, que aunque había herido a
Flegias, tuvo que aguantar dos nuevos hachazos de Regulus en su
herida abierta, haciéndole tambalear y finalmente muerto ante el arma que llevaba más de dos mil años esperando.
El gran
lagarto, viendo el destino de su amo, decidió huir después de haber
herido también a Patroklo, pero antes de hacerlo recibió otro nuevo
tajo de Regulus en la cola y un lanzazo de Flegias. La huida del
monstruo, que regresó al grieta infernal, dejo el panorama abierto para que el resto de los
combatientes, tanto los aliados de los héroes como sobre todo los
otros monstruos, vieran a Kasadya sentada sobre el cadáver del rey
Toro, con sus enormes astas a modo de respaldo.
Al mismo tiempo, la fortaleza empezó de nuevo a retumbar y la
grieta hacia el inframundo empezó a cerrarse; la moral de los
monstruos se vino a bajo y aunque seguían teniendo superioridad,
ningún líder los mantenía ya unidos, aunque fuera por el temor:
empezaron a huir entendiendo que en aquella batalla no tenían nada
que ganar, la mayoría entrando en la grieta antes de que se cerrara
del todo (como el gran lagarto), pero otros huyendo a otras estancias
de la fortaleza.
Contra todo pronóstico, los héroes habían
vencido, y lo habían hecho lo suficientemente rápido como para que
su inferioridad numérica no fuera una dificultad insalvable. Los hombres salvajes se fueron en silencio, mientras que los
hombres-lagarto acudieron a contemplar el cadáver del rey Toro y su
líder cortó uno de sus cuernos para poder curar su herida, cogiendo
el otro Regulus para llevárselo al Belerofonte de fuera de la
fortaleza. Aún en la hazaña, un lobo de la parte victoriosa aullaba
de dolor y los compañeros de Serat recogieron su cuerpo antes de
salir de la fortaleza e ir al pabellón de los hombres-lagarto para
recuperarse durante varios días de descanso.
Todo parecía haber acabado, pero no
era así. Los hombres-lagarto se fueron a los tres días, tras
homenajear a los héroes, a los que aún les esperaba terminar su
gesta con su regreso a Tirta.
***
Me tomó por sorpresa que la batalla final tuviese lugar en esta sesión, yo pensaba que sería en la siguiente. Pero la cosa fue bastante rápida -y la sesión se alargó más de lo habitual- así que la cosa terminó con la victoria de los PJ sobre el Rey Toro.
El enfrentamiento final no encontró a los aventureros en su mejor momento; contaban con la Labris, sin la cual la victoria definitiva sería imposible, pero sus reservas de magia andaban muy escasas. Apenas dio lo suficiente para poder sanar alguna herida y mejorar algún arma antes de agotarse del todo.
Uno de los personajes, Serat el chamán tenio, encontró aquí la muerte, nada menos que luchando contra un dragón. No de los que vuelan con sus alas y eso, sino lo que creo que Tolkien llamaba "dragones fríos" y en RQ3 se denominaba "gusano dragón"; el bicho sin alas, con cuatro patas y cuerpo alargado, como Glaurung, la némesis de Turin Turámbar. Lo que, para Mythras, sigue siendo un desafío de narices. Los PJ lo superaron relativamente bien, con sólo una baja y algún herido más. Patroklo, creo que fue.
Después de esto, ya sólo restaba unas pocas cosas más que jugar antes de poner un punto y aparte en la campaña.
Como curiosidad; Cuanto tiempo tardasteis en terminar esta sesión? Por que pese a decir que los jugadores fueron acertados hacia el final da la sensación que fue muy larga.
ResponderEliminarSí, una vez comenzada la batalla final la cosa se alargó más de lo habitual por no dejar el asunto a medias. No recuerdo exactamente cuánto duró, puede que cuatro horas y media, o tal vez cinco. Lo normal es que las sesiones sean de unas tres horas y media, así que la cosa se estiró notablemente.
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