domingo, 6 de abril de 2014

La estación de la calle Perdido, de China Miéville

"Es fantasía, tiene magia, tiene monstruos, pero es urbana en lugar de rural, capitalista en lugar de feudal, nada sentimental (tal vez demasiado), como algo opuesto al sentimentalismo." Así definía el británico China Miéville, autor de esta novela, en una entrevista publicada en la revista Dragon, el mundo de Bas-Lag en el que, hasta la fecha, se ambientan tres de sus novelas. La estación de la calle Perdido es la primera de ellas.

Publicada en 2000, no tardando apenas en llegar la traducción de manos de La Factoría, esta novela es uno de los mejores exponentes de la nueva ola de la que se viene hablando desde hace un tiempo, o de la weird fantasy, término éste que debería darnos que pensar. Si hablamos de una "fantasía extraña", es porque también hay una "fantasía normalizada", que cumple una serie de normas y estándares. Algo un tanto paradójico cuando nos referimos a un género que, por definición, trata con lo imposible.

Consideraciones de ese tipo aparte, la novela en sí me pareció magistral, un verdadero despliegue de imaginación en un entorno muy rico en detalles, y con unos trasfondos y temáticas cuya inclusión resulta una sorpresa en este género.

La historia se desarrolla en la ciudad de Nueva Crobuzon, una enorme ciudad estado de aires victorianos, que se está erigiendo como una de las grandes potencias de la región, y que ha ido desarrollando ambiciones imperialistas sobre sus vecinos más débiles. Nueva Crobuzón se gobierna mediante una supuesta democracia, que en la práctica resulta en que el poder siempre está en las manos de los mismos políticos.

El conocimiento de la magia y la ciencia van de la mano, y no se entienden como algo necesariamente separado. El empleo de artefactos tecnológicos como parte de un ritual o proceso mágico es algo habitual. Los que trastean con estas cosas tienen tanto de técnicos y científicos como de magos. Isaac Dan der Grimnebulin, protagonista de la historia, se encuentra entre estos.

De mediana edad, Isaac es un erudito lo bastante interesado en sus propias investigaciones como para haber salido del sistema académico tradicional, que constreñía en demasía sus avances. Y es precisamente el interés científico el que acaba produciendo el incidente que da pie a la trama principal de la novela, cuando una amenaza se desencadena sobre la ciudad, un peligro mayor del que parecería en una primera impresión. De modo que Isaac tendrá que tirar de amigos, aliados y de sus propios recursos para frenar la situación que, involuntariamente, ha propiciado.

Los personajes secundarios de la novela son muchos y variados. El principal, la pareja de Isaac, con la que mantiene una relación interracial. Y es que ella no es humana, sino una khepri, especie en que las mujeres son idénticas a las humanas de cuello para abajo, pero sus cabezas tienen el aspecto de enormes escarabajos (los machos de la especie son escarabajos gigantes, carentes de inteligencia racional). Vamos, que las diferencias no estriban sólo en que sea mucho más hermosa que una humana, con vida eterna y unas graciosas orejas puntiagudas. El lector es desafiado en varias ocasiones a comprender que, en un entorno en el que varias especies inteligentes pudieran interaccionar, por diferentes que fuesen entre sí, estas situaciones pasarían. Y no es que Issac no se mantenga discreto en su relación, sabiendo que la "sociedad respetable" condenaría algo así.

Las khepri no son sino una de las muchas especies inteligentes que viven en Nueva Crobuzon (aunque todas son minorías, la ciudad es gobernada y poblada principalmente por humanos). El autor tiene verdadero talento para poblar las páginas de sus libros de criaturas muy imaginativas. Ya sea otro de los grupos que habitan la ciudad, o seres que sólo pueden ser calificados como monstruos, cuya existencia es desconocida por el habitante medio, la descripción de la ciudad se ve continuamente enriquecida por nuevos detalles.

Y es que, a pesar de la trama y de sus personajes, Nueva Crobuzon es la verdadera estrella del espectáculo. Es una de esas poblaciones ficticias que, como Lankhmar o Ankh-Morpork, tienen una existencia casi propia en la mente del lector. La sucesión de detalles sobre la vida allí, su gobierno, sus habitantes, su crimen organizado, y sus edificaciones siempre dejan con ganas de saber más. Un verdadero desfile de ideas pasan capítulo tras capítulo, para, una vez cumplida su función de sorprender al lector, dejándole con ganas de saber más, pasar a un segundo plano. Y no hay mucho tiempo para quejarse por ello, porque enseguida llega algo nuevo que vuelve a captar toda la atención. A otros autores, cada una de estas ideas le daría para una trilogía (o más), pero Miéville las despacha en poco tiempo, como si no temiese que se le agotaran.

 También hay un fuerte componente social en la historia. La fantasía más tradicional es de corte conservador, en el sentido en que las amenazas suelen poner en peligro el orden social, y es cosa de los héroes restablecer dicho orden (eliminando al usurpador del trono, para devolverlo a su legítimo rey, por ejemplo). En Nueva Crobuzon el orden social está claramente plagado de injusticias, y no hay una situación anterior a la que regresar como forma de poner remedio al asunto. La solución, si es que la hay, tendrá que venir de algo nuevo, de una revolución. China Miéville no ha ocultado nunca su ideología política (fue candidato por el Socialist Workers Party), y aunque sus novelas no son panfletarias, ni mucho menos maniqueas -de lo contrario, resultarían aburridas- si  permiten entrever algo de las creencias del autor.

En los últimos diez años, el único autor que me ha sorprendido y gustado tanto como Miéville ha sido Joe Abercrombie, y encuentro digna de mención la principal diferencia entre ambos. Abercrombie es decididamente un autor de personajes, cuyas personalidades cargadas de matices suelen estar muy bien definidas y son creibles, mientras que su mundo está más esbozado, confiando mucho en las convenciones. Miéville, en cambio, perfila mucho menos sus personajes, o quizá no intenta hacerles tan interesantes al lector. No son torpes, pero ninguno de ellos resulta especialmente carismático. A menudo su función es más la de ser testigos de los acontecimientos que la de protagonizarlos. La verdadera grandeza del autor viene justo en el entorno en que se desenvuelven sus personajes. Nueva Crobuzon en esta novela, pero hay más zonas a explorar en las siguientes, siempre llenas de detalles que a menudo son horrible, a veces impresionantes, pero siempre cargados de originalidad.

4 comentarios:

  1. Me parece una gran recomendación. A mi me gustó la novela, especialmente la ambientación y su originalidad. Luego la trama en si me parecío lo más flojo. Algo parecido me pasó con La ciudad y la ciudad. La ambientación es original, pero la manera de desarrollar una historia que tiene, me convence menos.

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    1. Es cierto que la trama en sí no es el punto más brillante de la novela, pero originalidad del entorno que describe Miéville, en mi opinión, compensa con creces cualquier otra deficiencia. Leí este libro hace algunos años, y a día de hoy la historia la recuerdo más o menos bien. Pero algunas escenas -como el ataque al piquete de los vodyanoi, o la reunión con la embajada infernal- y localizaciones de la ciudad se me quedaron grabados.

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  2. Un magnífico libro. Lo leí en su momento y efectivamente Nueva Crobuzon casi se salía de las páginas. Por no comentar que la "amenaza", sin entrar en detalles, me pareció realmente aterradora. Socialismos aparte, el único pero es que me pareció que podría haber estado más redondeado en su parte final, pero bueno, exigente que es uno; curiosamente el posterior La cicatriz, también ambientado en la misma ciudad, no me convenció tanto.

    Yo precisamente tengo ahora sobre la mesa Kraken, el último libro de Miéville, en el que dicen que se lo toma todo un poco más en broma y tiene un tono más ligero. Le han dado algún que otro palo, veremos qué tal...

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    1. De los libros posteriores a los de Bas-Lag, comencé a leer Embassytown hace unos meses, y no lo acabé, porque me estaba aburriendo (pero es que tampoco soy muy de ciencia ficción). Tengo mucha más curiosidad por La ciudad y la ciudad, que parece muy interesante de nuevo en el entorno que se plantea para enmarcar la historia.

      Lo de los finales es curioso, porque creo que La estación de la calle Perdido lo tiene mucho mejor definido que La cicatriz o El consejo de hierro, que son mucho más anticlimáticos. Supongo que en estos libros lo mejor es disfrutar del viaje.

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