Mil años han transcurrido desde la historia contada en El ciervo blanco. Incluso el profetizado regreso de un descendiente del legendario Bevan es ya una leyenda del pasado lejano. Isla es ahora un territorio conquistado por los hombres venidos del este, señores crueles que se ensañan con el pueblo sometido y que traen consigo su propia religión, y que gobiernan ya desde hace siete generaciones. Todavía hay conatos de resistencia, pero son pequeños y débiles, y lejanos entre sí.
En estas circunstancias se encuentran Alan y Hal, dos jóvenes cada uno con su propia historia y razones para odiar el gobierno del rey Iscovar y todo lo que eso representa. Ambos son errantes, fugitivos de los hombres del rey, unidos por las circunstancias -más que eso, en realidad- y con un intenso vínculo de amistad y lealtad. Juntos, comienzan sus viajes a lo largo y ancho de Isla, haciendo aliados, desafiando a las autoridades reales y a los grandes señores de la nobleza y desentrañando los misterios que les envuelven a ambos, particularmente a Hal.
En El ciervo blanco la autora nos contaba sobre una tierra en la que la magia y los grandes poderes todavía mantenían una presa fuerte, aunque menguante, sobre el mundo. Con una clara inspiración extraída de los mitos celtas, Bevan y su pueblo serían algo así como los Tuatha de Danann ya en sus últimos tiempos, enfrentados al señor oscuro en un mundo en el que los dragones todavía existen.
Pero en El sol de plata los elementos de fantasía son algo más sutiles. Presentes, desde luego, pero de una forma mucho más limitada y, creo, probablemente mucho mejor presentada. Hay poderes mágicos y espíritus y seres inmortales -me pareció muy buena la concepción que Springer hace de los elfos- y profecías, pero la trama no se apoya aquí en poderosas reliquias ni objetos mágicos. Si hemos de seguir con la analogía céltica-británica, los señores del este son los normandos que gobiernan ahora Isla. De entre los habitantes del lugar, son los welandeses -no hay que darle muchas vueltas para pillar que se trata de algo así como Gales- quienes mejor recuerdan las profecías sobre un rey libertador.
Hay puntos en común entre esta obra y El ciervo blanco. En ambos casos hay un reparto del protagonismo entre el personaje importante para la trama, que en cierto modo es más que humano, en contacto con poderes incomprensibles para el resto, y su más mundano compañero, cuyo punto de vista es el más empleado para explicar al lector lo que está sucediendo.
Y en ambos casos también, aunque existe un conflicto con un enemigo exterior, esto sirve quizá más para crear un contexto para los elementos más importantes de la trama que como fin en sí mismo. Y es que aquí, más aun que en la precuela, los verdaderos problemas en los que se detiene la autora son los surgidos en la relación entre los principales personajes, todos ellos del lado "de los buenos". Los villanos están despersonalizados, más mencionados que descritos. Los héroes luchan contra las costumbres impuestas durante los últimos siglos, no contra un malvado en particular. En cambio, los problemas y dudas de Alan y Hal, las pruebas a las que sus valores y determinación son puestos a prueba, resultan mucho más importante. Eso no significa, sin embargo, que la novela esté desprovista de aventuras, persecuciones y batallas.
El tono quizá resulte algo menos lírico, menos propio de cuento que El ciervo blanco. Sin embargo, no está en absoluto desprovisto de sensibilidad -en ocasiones rayando con la fantasía romántica, pero creo que sin caer en la ñoñería de la que adolecen muchas obras de este subgénero- y con una prosa cuidada. Además, la trama avanza con rapidez. Resulta desconcertante, cuando se la compara con muchas de las actuales novelas del género de fantasía, el modo en que tantos acontecimientos podían sucederse en un libro con un tercio de las páginas de lo que se acostumbra ahora. Y sin parecer atropellado.
Su lectura es completamente independiente de El ciervo blanco, aunque haber leído la precuela dará más sentido a algunas menciones y apariciones ocurridas durante la historia. Lamentablemente, El sol de plata es la última de las novelas de Isla traducidas al castellano -en total son cinco-. Quizá en algún momento futuro una editorial volverá a prestar atención a estas y otras obras de la fantasía de un modo parecido a como lo están haciendo ahora con el pulp. Eso sería algo bueno.
La verdad es que es una lástima todos los libros que se han quedado en el limbo... Porque siempre andas reseñándolos y tienen buena pinta.
ResponderEliminarSi apenas da tiempo a que se asienten las novedades, que no dejan de ser sustituidas por otras al poco de salir, imagina recuperar novelas de entre los cincuenta y los ochenta...
EliminarTodo va bien cronista. Mucho tiempo sin saber de ti
ResponderEliminarSí, gracias. Muy liado, pero espero retomar muy pronto el blog.
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