Roger Zelazny escribió la pentalogía de las Crónicas de Ámbar a lo largo de la década de los setenta -la serie la conforman Los Nueve Príncipes de Ámbar (1970), Las Armas de Avalón (1972), El Signo del Unicornio (1975), La Mano de Oberón (1976) y Las Cortes del Caos (1978)-, que han sido publicadas en castellano en un par de ocasiones. Primero entre 1988 y 1989 por Miraguano dentro de su colección Futurópolis, más adelante, en 2014, por La Factoría de Ideas. Entre ambas se encuentra una edición recopilatoria para Círculo de Lectores en 2008 o por ahí. Actualmente, hasta donde alcanzo, creo que no está dentro del catálogo de ninguna editorial española. Y la secuela de esta serie -que es ya una historia completamente distinta- no ha sido traducida jamás al castellano, que yo sepa.
La historia de las Crónicas de Ámbar es la de todo el multiverso, pero sobre todo, la de la familia gobernante de Ámbar, el lugar que existe en el centro de todo. Una familia disfuncional en extremo, por cierto.
Existe la Sustancia, y existe la Sombra. La Sombra está formada por todos los universos que emanan desde Ámbar -en el centro- hasta el borde, donde se encuentran las Cortes del Caos. Son realidades moldeables, sujetas al poder de la familia real de Ámbar, quienes pueden viajar a voluntad por la Sombra o darle la forma que prefieran... quizá incluso esos universos adoptan la forma que tienen en respuesta a los deseos de estos seres. Por otra parte, sólo Ámbar es sustancia, sólo este lugar, la ciudad y sus alrededores, es absolutamente real. Por lo tanto, es lo único que merece la pena gobernar, en opinión de varios miembros de la familia.
En ciertos momentos de la narración, por cierto, se establece una interesante duda que tienen los príncipes de Ámbar. Y es que, cuando ellos desean viajar por el Multiverso, básicamente piensan en el lugar al que quieren ir mientras se desplazan físicamente, y en cierto momento la traslación habrá tenido lugar. El caso es que ninguno de ellos está realmente seguro de que lo que estén haciendo sea viajar a ese lugar que imaginaban -y que en el infinito Multiverso ha de existir en alguna parte- o si lo están creando a partir de la Sombra. Una suerte de solipsismo cósmico, por así decir.
En ciertos momentos de la narración, por cierto, se establece una interesante duda que tienen los príncipes de Ámbar. Y es que, cuando ellos desean viajar por el Multiverso, básicamente piensan en el lugar al que quieren ir mientras se desplazan físicamente, y en cierto momento la traslación habrá tenido lugar. El caso es que ninguno de ellos está realmente seguro de que lo que estén haciendo sea viajar a ese lugar que imaginaban -y que en el infinito Multiverso ha de existir en alguna parte- o si lo están creando a partir de la Sombra. Una suerte de solipsismo cósmico, por así decir.
A la cabeza de la familia se encuentra Oberón, rey de Ámbar, aparentemente de edad inmortal. Con el transcurrir de los milenios Oberón ha tomado varias esposas de Sombra, con las que ha tenido descendencia. Sus hijos e hijas han heredado parte de sus cualidades -potencial para el dominio sobre la Sombra, cualidades físicas sobrehumanas, extraordinarias capacidades curativas-, pero forman un conjunto poco cohesionado, lleno de rencillas, mezquindades y odios reprimidos bajo la poderosa autoridad de Oberón. Pero cuando éste desaparece de improviso, todo comienza a venirse abajo.
Corwin, protagonista y narrador de las novelas -contadas todas ellas desde la primera persona, como un relato de los hechos que Corwin le hace a un interlocutor cuya identidad solo se desvela al final-, es uno de los hermanos mayores, y de los dos principales contendientes al trono. Pero en el momento en que comienza la serie, Corwin ha perdido la memoria de su verdadera identidad, pasando una larga temporada en uno de los mundos de Sombra -nuestra propia Tierra-. Ciertos acontecimientos le pondrán de nuevo en marcha y dentro de la pugna entre hermanos. Solo más adelante descubrirán que las apuestas son incluso más altas de lo que pensaban todos inicialmente.
La serie se lee con rapidez. En esto y en la temática, las Crónicas de Ámbar me recuerdan mucho a Moorcock y su ciclo del Campeón Eterno, aunque todo es mucho más maquiavélico aquí; nadie confía en nadie, y los diálogos están llenos de dobles sentidos para confundir a los interlocutores, tratando de hacerles pensar que se les ha dicho lo que no. Otro punto en común es que se trata de novelas breves, al menos para el estándar actual. Probablemente la serie entera sume menos palabras que alguna de las novelas de Brandon Sanderson.
Es un mecanismo de relojería bien diseñado el que tenemos aquí. Las piezas van acabando cada una en su sitio sin provocar chirridos ni quedar todo muy forzado. La acción es vertiginosa cuando tiene lugar -de nuevo, me recordó mucho a Moorcock, y si aquí la mayoría de las luchas son a espada, no es porque las armas más sofisticadas les sean desconocidas a los príncipes de Ámbar, sino que se debe a una serie de circunstancias dispuestas por el autor para restringir mucho su aparición, evitando dar un aire demasiado moderno a una serie que es principalmente fantasía-, pero la trama está muy bien hilvanada. No hay grandes alardes en la prosa, en ocasiones la historia se cuenta de una forma algo fría, incluso. Quizá para destacar la naturaleza de los príncipes de Ámbar, que están ya de vuelta de todo. Con todo, hay pasajes muy buenos.
Es más lamentable tener que señalar, eso sí, el escaso papel de los personajes femeninos. Las princesas de Ámbar, al contrario que sus hermanos, parecen pintar bastante poco en lo importante. Incluso cuando eso cambia algo más adelante, al tomar mayor relevancia uno de estos personajes, es de una forma que queda más bien escasa y muy secundaria.
La serie es muy buena. Sus personajes están bien perfilados, la trama sorprende con sus numerosos giros -aunque hay uno en particular que se ve desde lejos, no quedando demasiado bien que Corwin no se diese cuenta antes, o al menos que sospechase algo-, y todo acaba encajando en su lugar dentro de un conjunto muy bien pensado. Es una pena que nunca se haya traducido al castellano la segunda serie de Ámbar.
En su momento me gustaron mucho estas novelas, aunque he de reconocer que en momentos me daba la impresión de que Zelazny iba improvisando sobre la marcha.
ResponderEliminarNo sé si estoy pensando en el mismo giro que comentas y no pretendo hacer espoilers por aquí, pero si te refieres a la identidad de quien creo, ese fue un detalla que, no sólo no esperaba, sino que incluso me resultó un poco inverosímil. Es curioso lo que vemos cada uno en una misma lectura.
Me pasó algo parecido con la interpretación que hizo Erick Wujcik en el juego de rol. El tener tan interiorizado algo y no coincidir con la interpretación que aparecía en el manual hizo que su lectura me resultase bastante frustrante.
Es una saga a la que le tengo especial cariño, pues me imprimí todo el primer ciclo de un txt en ingles, cuatro páginas por folio y tamaño fuente 6. Todo para economizar y que no fuesen muchas hojas XD
ResponderEliminarLuego me conseguí el ómnibus con los dos ciclos, el cual afortunadamente para el que le golpee, es de tapa blanda.
Recuerdo que me gustó mucho el primer ciclo, mientras que el segundo no tanto ya que el protagonista no me caía demasiado bien que digamos.
Lo de quien es quien no me pilló con mucha sorpresa, ya que se veía venir debido a que era un misterio que te dejan caer y a la vez no inciden mucho sobre el debido a que el Corwin estaba a otras cosas. Lógica señora Fletcher.
Por cierto, aquí ha habido una resonancia o algo, ya que he empezado a dirigir Dungeon world online y me puse a releer precisamente el primer ciclo.
Y siempre apuesta por Benedict.