Esteban, abandonado a las puertas de un monasterio siendo apenas un recién nacido, es arrastrado de aquí para allá por las circunstancias; en ocasiones, por gentes de más alta cuna, quienes imponen su voluntad sobre tan humilde individuo, en ocasiones por acontecimientos que raramente quedan claros para él pero que le obligan a ponerse en movimiento. En ocasiones, por pura y simple falta de criterio a la hora de tomar decisiones importantes.
De Rafael Marín, veterano autor tanto de novela como de cómic -con una época en Marvel escribiendo guiones- y con una labor de traducción a sus espaldas que le convierten en una personalidad destacada en el panorama de la ficción especulativa en nuestro país, leí con anterioridad alguna de sus novelas. Recuerdo en particular Mundo de dioses -una historia de ciencia ficción poblada por individuos con superpoderes de cómic- y La leyenda del navegante, en la que encontré momentos brillantes pero que en la época en la que la leí me pareció un tanto lenta y aburrida. Quizá debería darle otra oportunidad tras la lectura de Juglar, cuya impresión me ha resultado mucho más positiva.
La historia de Esteban de Sopetrán no es una trama de épica y alta aventura, aunque tiene momentos que parecen propios de ello, sino que se aproxima más a la picaresca. El protagonista, dotado con unas inusuales capacidades para ejecutar actos de magia pero con un casi absoluto desconocimiento de todo lo que rodea a sus poderes y al mundo sobrenatural, se mueve de aquí para allá inmiscuyéndose a menudo contra su voluntad en los asuntos de gente que saben del tema más que él. Tanto quienes están hambrientos de poder sin importar el precio como quienes pretenden detener a los anteriores.
Rodrigo Díaz, el Cid, es presentado en esta novela como una pieza importante en este tablero en el que se enfrentan los grandes poderes. A menudo protector de Esteban, éste le conoce y sigue en varios momentos importantes de su vida a lo largo de los años, desde la época en la que Rodrigo es alferez del rey Sancho hasta la época en Zaragoza, durante el destierro al que le somete el hermano y sucesor de Sancho, Alfonso. Como es de imaginar, muchos de los episodios históricos o legendarios de la historia del Cid se tiñen aquí con los elementos mágicos de la historia que el autor propone.
Hay una trama, pero el lector, como Esteban, solo la contempla desde la periferia, como alguien que intuye pero que no termina de saber. Porque el énfasis se pone en el protagonista, en sus idas y venidas, en sus correrías, a menudo mezquinas e impulsadas por el egoísmo, y en sus intentos de sobrellevar lo mejor posible la carga que pesa sobre sus hombros, incluso aunque no sea capaz de definir con exactitud dicha carga.
La narración, como ocurre en los clásicos del género de la picarasca, se hace en primera persona, centrada en el protagonista y no en el mundo que le rodea, que bastante tiene el pobre con mantenerse a flote.
Durante le lectura de esta novela no pude evitar comparar el texto con otro libro que también cuenta, en clave de fantasía, la historia de Rodrigo Díaz. Me refiero a Mío Sidi, de Ricard Ibáñez, que iba a formar parte de la truncada colección de Devir Fábula Arcana -compartía ambientación con Los dientes del dragón, de Juan Eslava Galán- pero que al final acabó viendo la luz en 2010 con Dolmen. La de Ricard Ibáñez es una historia con mucha más aventura y una fantasía de un corte mucho más cercano al estándar de Dungeons & Dragons -no por nada, aquella debió de ser la línea a seguir dictada por la editorial- y también resulta más vitalista, con el propio Rodrigo como heroico protagonista. En Juglar el Cid tiene ese mismo papel heroico, pero Estaban lo contempla desde cierta distancia, preocupado por cuestiones más personales. Y un empleo de lo sobrenatural que, con contadas excepciones, resulta menos espectacular. Es paradójico; si Mío Sidi es D&D -con ciertos filtros, no me imagino a Wizards publicando un entorno con elementos y juicios como los que contiene esta novela-, Juglar recuerda más a Aquelarre, juego de rol que es obra del propio Ricard Ibáñez..Y en cualquier caso, aunque evidentemente van a tener ciertos puntos en común, estas dos novelas no cuentan la misma historia.
Un personaje principal bien construido, unas tramas entrevistas, sugeridas más que explicadas, y un viaje por la leyenda del Cid. Me ha parecido una buena lectura. Aunque en ocasiones me habría gustado saber un poco más sobre lo que está ocurriendo en ciertos momentos, lo cierto es que adentrarse en esos temas sería entrar en lugares comunes muy transitados -es fácil, a poco bagaje que uno tenga en el género, llenar los huecos-, y esa no debió de ser la intención del autor. Recomendable.
De este escritor tengo en mi pila de pendientes su novela sobre Don Juan.
ResponderEliminarCreo que Rafael Marín es un caso curioso dentro de los autores de fantasía y ciencia-ficción en España: prácticamente todo el mundo reconoce su calidad, pero no es demasiado conocido ni apreciado por el aficionado de a pié.
Un saludo.
Me temo que eso puede decirse de más de un autor autóctono. Pero en cualquier caso, como menciono en la entrada, La leyenda del navegante no me gustó especialmente y Mundo de dioses, aunque me causó mejor impresión, no pasó de resultar entretenido. Juglar me ha gustado más y los otros los leí hace varios años, así que a lo mejor podría darles otra oportunidad a ver si mi impresión mejora.
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