Y es que para esta campaña voy a aplicar un par de reglas sugeridas en Merrie England: The Age of Chivalry, para dar más crudeza al entorno. Para empezar, la medicina medieval es un asco, así que cualquier tirada fallada en Curación o Primeros Auxilios tiene como resultado los efectos que normalmente solo son para las pifias. Y las pifias pueden matar al paciente. Y además, infecciones. Tras cada combate se realiza una tirada con 1d100 por cada localización herida sobre un valor igual al número de Puntos de Golpe perdidos. Una tirada "exitosa" supone una herida infectada, lo que puede conllevar horribles consecuencias si no se trata adecuadamente. Uno de los PJ cuenta con magia sanadora (Curación de Heridas), cuyo valor aumenta mucho. Su Reserva Devocional no es demasiado alta, sin embargo.
En cuanto a los jugadores, dos de ellos ya conocen Mythras tanto en su vertiente Classic Fantasy como en el juego estándar -aunque sin magia- que usamos para las sesiones en Poniente. Los otros dos jugadores solo conocen esta última forma, así que la introducción de los sistemas mágicos del manual ha resultado algo novedoso.
Para introducir a los personajes en el entorno de campaña he optado por emplear una de las aventuras incluidas en Stupor Mundi, que lleva por título The Lord of the Golden Eagle. La aventura se sitúa en el mismo periodo en el que transcurre la campaña de Val-du-Loup, pero en Italia. No ha resultado muy difícil hacer los cambios necesarios para adaptarla a otro ámbito geográfico y hacerla encajar en la región.
Y allá que empezamos.
***
Ciudad de Reims. Comienzos de la primavera de 1235.
Reims es una ciudad próspera y de buen tamaño, un centro comercial en la región próxima a la frontera que el Reino de Francia mantiene con el Sacro Imperio, lo que la convierte en punto de paso para buena parte del comercio de la región. Eso atrae no solo a mercaderes con sus arrieros y algunos escoltas dispuestos a transportar sus mercancías en una u otra dirección, sino también a muchas gentes de malvivir, que buscan alguna forma de ganar algo de sonante para sus bolsas, sea del modo que sea.
Tres de esos individuos se encuentran en una taberna de la ciudad, meditando el problema de obtener algo de dinero alrededor de unas cuantas cervezas calientes, mezcladas con mantequilla y huevo batido, como se hace en la región. Francesc, uno de los tres hombres, no se acostumbra al mejunje. Echa de menos el buen vino, pero esa no es bebida que pueda encontrarse con facilidad tan al norte, y tiene que conformarse con esa cosa de aspecto, olor y sabor horribles que tanto gusta al norte de los Alpes. Al menos, decide, si bebe lo suficiente, los efectos son los mismos.
Sus compañeros, Werner y Friedrich, están habituados desde la infancia, y contemplan divertidos las muecas que hace su reciente compañero cada vez que se echa al cuerpo un trago de la bebida. Francesc se unió a ellos hace un par de meses. Ladrón de profesión, ciertos problemas al sur de los Pirineos de los que no le gusta hablar le han llevado tan lejos de su Barcelona natal. Sus compañeros son de la zona; Werner es un mercenario siempre en busca de una nueva guerra con la que hacer fortuna, o al menos llenar el estómago. Friedrich es un hombre mucho más hecho a la vida del bosque; es hosco y de ademanes bruscos. En ocasiones sus compañeros dudan de su cordura, acaso debido a las setas que Fridrich gusta de comer de vez en cuando.
En esas están cuando se les aproxima el tabernero. Hay un hombre que parece interesado en hablar con vosotros, dice, ese que se sienta solo en aquella mesa. Parece gente de buena cuna, y puedo aseguraros que cuenta con buen dinero, así que si estáis buscando un trabajo...
Sin necesitar más explicaciones, los tres buscavidas se levantan y se aproximan a la mesa del desconocido, que resulta ser un hombre joven, con el aspecto sano de alguien bien alimentado y que no se ha deslomado trabajando de sol a sol desde la infancia. El joven deposita unas monedas en la mano del posadero mientras le encarga algo de comer y beber para todos, mientras con un además invita a los aventureros a tomar asiento en la mesa.
Se presenta como Fulbert de Deyron, sobrino del Barón de Deyron, un pequeño señorío situado en los espesos bosques que hay entre Aquisgrán y Luxemburgo. Hasta hace poco había estado en París, cursando estudios en su afamada universidad, pero recientemente ha tenido noticias del repentino fallecimiento de su tío, y siendo su único heredero, se apresura ahora a tomar posesión de la baronía. Pero hay un problema.
El señorío de Deyron se encuentra en el valle del río Froideau, tierras gobernadas por el conde de Sainsprit, quien a su vez debe vasallaje a la condesa de Rocmort. Están en la frontera con el condado de Hauterre, señor este que ha mostrado ambiciones por las tierras de Sainsprit. Ha llegado a oídos de Fulbert que Hauterre desea apoderarse de Deyron, para lo cual resultaría muy beneficioso que el legítimo heredero sufriese algún "accidente" que le impidiese tomar posesión de título y tierras. Y el viaje es largo hasta Deyron, en lo profundo del antiguo bosque de las Ardenas, donde los asentamientos son pequeños, escasos y distantes entre sí. Evidentemente, requiere una escolta que le lleve sano y salvo hasta su herencia. Y una vez enseñoreado de la misma, pagará generosamente por el trabajo. Además, cuenta ya con otro compañero para el viaje, que los aventureros conocerán cuando se reúnan para partir dentro de dos días. Mientras tanto pueden alojarse y comer en la posada, que el mismo Fulbert pagará los gastos.
Los dos días transcurren sin apenas incidentes, aunque en cierto momento Friedrich y Francesc rozan el desastre; a instancias del montaraz, el ladrón le acompaña al mercado, donde echa mano en un puesto a un manojo de hierbas que Fridrich ha identificado como útiles para el tratamiento de heridas. Solo por un casual no son descubiertos por la guardia que vigila el mercado, hurtando así, en esta ocasión al menos, sus manos al hacha del verdugo.
En el momento convenido se reúnen con Fulbert de Deyron, quien aparece en compañía de un caballero vestido con pesada cota de mallas, por encima de la cual porta los hábitos blancos y la cruz roja de la Orden del Temple. El caballero se presenta como Don Rodrigo de Onís, hermano templario. A las preguntas de Werner responde en una pasable lengua franca que su propio viaje le lleva hasta la fortaleza de Epeedor, perteneciente a su orden, a la que ha sido destinado. Esa fortaleza resulta no estar muy lejos del propio señorío de Deyron, así que ha accedido a viajar junto con el heredero del señorío, ofreciendo la protección de su espada a cambio de guía en estos caminos tan lejanos de su Asturias natal.
Y así el grupo se pone en marcha, Fulbert sobre un caballo de monta, Don Rodrigo sobre un enorme corcel entrenado para la guerra. El resto viaja a pie, aunque Werner cuenta con una mula en la que carga sus pertenencias.
Los primeros días de camino son sencillos. Las vías están transitadas por numerosos mercaderes, que suelen viajar en compañía para conseguir la seguridad que otorga el número frente a bandidos y alimañas. Pero a medida que van abandonando los caminos principales y se internan cada vez más en el bosque el tráfico disminuye. El terreno es enervante, una serie de colinas densamente boscosas, a menudo cubiertas por una espesa niebla. Una tierra de oscuridad y noche, como podría decir el poeta.
En uno de los pueblos en los que paran para pernoctar, el grupo decide finalmente unirse a una caravana de mercaderes para viajar con algo más de tranquilidad, y son aceptados con facilidad por la que encuentran por allí, en buena parte gracias a la presencia de Don Rodrigo -el aspecto de Werner, Fridrich y Francesc no despierta mucha confianza- y a algunas monedas salidas de la bolsa de Fulbert. Una vez acordado, el grupo se dispone a descansar, aunque los tres aventureros plebeyos deciden beber algo primero. Luego algo más. Mucho más, y buscar algo de amor de alquiler, también...
A la mañana siguiente, Werner parece sobrellevar bien los efectos del alcohol y la falta de sueño, pero sus compañeros no parecen compartir su resistencia. Friedrich está sudoroso, con los ojos enrojecidos y bastante dolor de cabeza, pero Francesc es quien se encuentra realmente hecho una pena. No puede realizar ningún esfuerzo sin que le entren arcadas, que solo le sirven para expulsar bilis, pues todo lo que podía vomitar ya ha salido a chorro por su boca. Don Rodrigo y Fulbert les contemplan ceñudos.
La jornada de viaje discurre tranquila mientras la caravana avanza penosamente -sobre todo Francesc- por el camino que atraviesa la espesura del bosque primario. Está cayendo ya la tarde cuendo divisan gente más adelante, una veintena de jinetes armados que se aproxima al paso. No pueden distinguir emblema heráldico alguno. Fulbert, junto con sus tres escoltas contratados permanecen en el extremo final de la caravana, mientras que Rodrigo se adelanta a lomos de su montura.
El hombre al mando del grupo de jinetes está hablando con el jefe de la caravana, y resulta estar preguntando por un grupo cuya descripción coincide ampliamente con la del grupo de aventureros... incluyendo el templario, que menciona mientras se aproxima Don Rodrigo. Algunos de los jinetes intercambian miradas, y un par de ellos adelantan a sus caballos pars situarse tranquilamente en el flanco del templario.
Atrás, uno de los arrieros les cuenta a Fulbert y sus compañeros que los recién llegados están preguntando por ellos, o por alguien que se les parece mucho. Fulbert no tarda apenas en reaccionar. Agarrad vuestras cosas y vámonos al bosque, es nuestra única esperanza. Werner, contrariado por dejar atrás a su mula, y Friedrich le acompañan, junto a un tambaleante Francesc.
Don Rodrigo sigue inquiriendo las razones por las que los hombres de armas están buscando a los individuos que mencionan, sin que se le escape el detalle de ver como algunos de los jinetes están tomando sus armas lenta y más o menos disimuladamente. Cuando su líder está a punto de responderle, o de dar la orden de atacar, se detiene, contemplando a los fugitivos que, desde el final de la caravana, echan a correr hacia la espesura. Sorprendidos, los jinetes no reaccionan a tiempo cuando, aprovechando el momento, Rodrigo hace volver grupas a su caballo y sale al galope tras sus compañeros. Tras él resuenan los gritos de los jinetes.
Werner, Friderich y Fulbert se adentran en la oscuridad del bosque, pero Francesc apenas puede dar unas zancads antes de detenerse, doblarse sobre su cintura y comenzar a sufrir arcadas y calambres en el estómago. Rodrigo pasa a su lado, y el catalán, al ver a los jinetes que están a punto de salir al galope en su dirección, saca fuerzas de donde puede para correr. Tropieza y cae, lastimándose una pierna, pero se levanta y sigue adelante hasta cruzar las primeras líneas de árboles.
Allá en la espesura Don Rodrigo desmonta, tomando a su montura por las riendas. Es de esperar, suponen, que los jinetes tengan problemas para adentrarse con los caballos. Calculan que algunos quedarán en el camino con los animales, y el resto avanzará a pie. El bosque es oscuro y hay algo de niebla, puede que la escasa ventaja que les llevan baste para despistar, siquiera por el momento, a sus perseguidores.
Efectivamente, poco después deja de llegar a sus oídos la serie de gritos de los hombres de armas, mientras se adentran cada vez más en la espesura. El precio, sin embargo, es quedar irremisiblemente perdidos. Apenas hay algo de luz que se filtra por entre la espesa techumbre que forman las copas de los árboles, y un siencio sepulcral parece haberse apoderado del lugar, lo que Friedrich puede confirmar como algo muy extraño en un lugar así.
Vagan sin rumbo durante un par de horas hasta dar con una trocha, posiblemente transitada por la fauna de la zona. Con la esperanza de que les lleve a algún punto que les sirva para recuperar la orientación, como un torrente, el grupo sigue el estrecho camino. Y entonces, como si alguien hubiese soplado sobre una vela, la luz del día desaparece y las tinieblas caen de forma repentina, algo que ninguno de los viajeros alcanza a explicarse.
Con una rama caída y usando yesca y pedernal Friedrich improvisa una antorcha que emplean para alumbrar su camino, y enseguida la zona iluminada por el fuego se llena de polillas y otros insectos nocturnos, lo que parece normal, aunque los murciélagos que van llegando después no parecen ser tan normales, no es un compartamiento propio de estos animales el aproximarse a los fuegos, observa el montaraz germano. Siguen la trocha durante un rato, hasta que llegan a un claro. Allí, a la titilante luz de su pequeño fuego se siluetea una enorme piedra enhiesta, su superficie cubierta de musgo que no termina de ocultar una serie de símbolos grabados sobre su superficie. Rodrigo se acerca con desconfianza a algo tan claramente pagano, pero no consigue extraer ningún significado de las runas grabadas.
El lugar parece un buen lugar para descansar. Están cansados por el camino, y la oscuridad no invita a seguir avanzando, lo que podría ser peligroso, sobre todo para la montura de Rodrigo. Despues de discutirlo, y mientras echan nerviosas miradas a la piedra, deciden acampar allí mismo. Encienden un pequeño fuego con madera caída, y tras una sencilla cena se echan a dormir como pueden, pues la mayor parte de su equipo de acampada ha quedado con la mula de Werner y las alforjas del caballo de Fulbert. Arrebujados en sus capas y con el escaso calor que les proporciona el pequeño fuego descansan por turnos.
Combatiendo el sueño, Friedrich y Werner realizan la primera guardia. Refrenan el impulso de dar alguna cabezada, y así es como el montaraz acaba oyendo sonidos de algo que se aproxima. Algo grande, que se mueve apenas fuera del alcance de la luz del fuego, convertido ya en poco más que unas brasas. Alerta a sus compañeros con suavidad, sin movimientos bruscos, mientras aquello que les observa desde la oscuridad se mueve a su alrededor durante unos minutos antes de alejarse de nuevo más allá del borde del claro.
Bastante nerviosos por lo sucedido -Francesc sugiere que podría haberse tratado de un oso- hacen el cambio de guardia. Afortunadamente, nada ocurre durante el resto de la noche, sustituida por el débil -pero aun así muy de agradecer- resplandor de luz solar que llega al claro. La luz parece traer algo de ánimo a sus fatigas, pues Ser Rodrigo cae en la cuenta de que probablemente su deambular les ha puesto entre una montaña y la puesta de sol, lo que explicaría el repentino oscurecimiento. Y cuando Friedrich examina el lugar por el que oyó aquello que estuvo merodeando el campamento, encuetra huellas de eso.
Mientras están recogiendo el campamento, a sus alarmados oídos llega el sonido de hombres avanzando. Suenan las ramas partidas durante el avance y puede distinguirse el resplandor de varias antorchas entre la espesura que hay más allá del claro. Rápidamente echan a correr y ocultarse en el extremo opuesto del claro, lo que consiguen Fulbert y Francesc. Ser Rodrigo, Friedrich y Werner son descubiertos antes, cuando ocho hombres de armas irrumpen en el claro armas en mano. Antes de que nadie pueda decir una palabra, Friedrich suelta la cuerda de su arco, dejando volar una flecha que se hunde profundamente en el escudo de un hombre de armas.
Don Rodrigo y Werner aguantan a pie firme el embate de los soldados que avanzan contra ellos, cubiertos con sus escudos. El caballero templario armado con una espada, el mercenario con un hacha de batalla. Comienzan a intercambiar golpes con los hombres de armas mientras mientras Friedrich deja caer el arco y toma su lanza para unirse a la refriega. Fulbert permanece oculto, armado únicamente con un pequeño estilete, en tanto que Francesc flanquea, sin ser visto, el grupo de gente armada para irrumpir desde el borde del claro por un flanco, atacando por sorpresa a uno de los asaltantes.
La lucha se recrudece. Francesc deja tronchada la pierna de su rival con un fuerte hachazo, un golpe aprendido durante su tiempo en la milicia de frontera. Werner también deja seriamente herido a uno de sus contrincantes. Pero se encuentran muy superados en número, y la situación parece muy desesperada. Friedrich intercambia golpes con sus rivales sin que nadie obtenga la ventaja, y Rodrigo, que también se desempeña de forma admirable, tampoco tiene suerte para atravesar la guardia de sus dos contrincantes, aunque logra herir a uno de ellos en una pierna.
Entonces una forma enorme irrumpe en el claro. Con un rugido, un furioso oso pardo comienza a golpear a los soldados, para sorpresa de los aventureros. Los zarpazos que propina el animal son devastadores, destrozando a sus víctimas, que caen al suelo convertidas en guiñapos sanguinolentos. Lo que es más, cuando uno de los soldados se dispone a arremeter contra Friedrich, el montaraz observa con asombro como un zarcillo de hiedra tendido en el suelo parece moverse solo alrededor del pie del hombre de armas, tirando violentamente del mismo hasta hacerle caer al suelo. Pareciera que el mismo bosque se volcase en atacar a los soldados.
Desbordados por la situación, los hombres de armas restantes deciden que ya han tenido suficiente y emprenden la huida, perseguidos por el oso, mientras los aventureros reponen el aliento, sintiendo a la vez alivio y desconfianza por lo ocurrido. Por suerte, ninguno de ellos ha sufrido heridas. Fulbert, con la mano temblorosa aferrando todavía su pequeña arma, sale de su escondite. Tampoco él tiene explicación para lo ocurrido.
Examinando los cuerpos de los hombres de armas que han quedado tendidos en el claro, encuentran que sus armas y armaduras están marcadas con un escudo de armas que muestra un lienzo de muralla, lo que Fulbert confirma como el escudo de los condes de Hauterre. Todavía han de aguardar un rato allí, pues Don Rodrigo insiste en que los hombres de armas, aunque enemigos, han de recibir cristiana sepultura. Así que tras cavar algunas tumbas para los soldados, y escuchar una breve oración por sus almas, el grupo recoge sus cosas y se aleja de aquel lugar.
Cuando desaparecen en la espesura, desde detrás de uno de los árboles más grandes que hay en el borde del claro, un roble centenario cuyo tronco está cubierto por una planta de muérdago, surge una figura menuda, femenina, que contempla en silencio el lugar por el que se han marchado los aventureros. Junto a ella reaparece el oso, que se le aproxima con mansedumbre.
***
Pues no ha estado mal para una primera sesión. Fue divertido ver como el personaje de Francesc bordeó el desastre en dos ocasiones por comportamientos caprichosos, pero que seguían la personalidad que el jugador está imprimiendo en el PJ. Primero cuando trataron de robar en el mercado, donde de poco no les pillan, gracias al gasto de algún Punto de Suerte. Pero cuando decidieron que se iban a emborrachar en un alto del camino, y les dije que a la mañana siguiente habrían de tirar Aguante para ver qué tal lo llevaban, el jugador de este personaje tuvo un resultado de pifia en su tirada. Le impuse el síntoma de náuseas tal y como viene descrito en el manual de Mythras -y que supone una putada bastante grande para el PJ- durante un día, lo que casi le cuesta la vida cuando tuvo que huir de los hombres de armas.
En el claro no terminaron de descubrir lo que había, pero eso se debe a que los jugadores hicieron, por iniciativa propia, justo todo lo correcto para no despertar las iras de los moradores del lugar, lo que habría sido la forma más segura de enterarse del asunto, aunque fuese a las malas. Sin embargo, creo que el aire de misterio que quedó dio buen resultado. En realidad, jugadores más experimentados con los tropos del género habrían caído muy pronto en lo que podría estar ocurriendo y con qué o quién estaban tratando. Este grupo se encuentra todavía en la envidiable situación en la que muchos de estos elementos resultan novedosos, y eso es algo que tengo que aprovechar para intentar que todo resulte lo más sorprendente e intrigante posible. Para mí también es muy de agradecer encontrarme con reacciones así, cuando todavía no está casi todo trillado.
Sí, una primera sesión que creo fue muy divertida para todos. Me ha dejado con ganas de continuar. Es bastante dudoso que la semana próxima sea posible, con fiestas y eso, pero esperaré con ganas la próxima sesión.
Una primera sesión sin duda interesante,además grata de leer, esperaré con regocijo el siguiente reporte.
ResponderEliminarVeremos si no se hace esperar mucho tiempo.
EliminarCómo mola, la verdad. Me da una envidia lo bien que te lo montas, si no estuvieras tan lejos...
ResponderEliminarEn fin, ¡sigue con ello! Mola mil.
Puñetas, a ver si en alguna ocasión coincidimos en algunas jornadas o algo. En cuanto a la campaña, gracias, la verdad es que me gustaría que durase bastante, que el suplemento tiene mucho potencial que exprimir.
EliminarMuy buena parte, ¿te gustaría que los jugadores fuesen más expertos o te gusta que ser tu quien les descubra el mundo del rol? Gracias de antemano
ResponderEliminarNo sé si se puede categorizar de ese modo. La otra campaña que llevo, la de Mythic Britain, está siendo jugada por gente que en su mayoría llevan ya décadas con esta afición.
EliminarLos jugadores de Val-du-Loup muestran mucho entusiasmo, que incluso se me hace contagioso. Los de Mythic Britain saben de qué va la cosa y se desenvuelven con facilidad. En ambos casos tengo la suerte de que los jugadores se implican con la trama y los personajes, que al final creo que es lo que más importa.