jueves, 11 de abril de 2013

Un Mito gloranthano

Desde que comencé el blog, apenas sí he hecho alguna mención a Glorantha, el mundo para el que se desarrolló el sistema de juego de RuneQuest. Es algo deliberado. No se trata de que Glorantha no me guste,  que me parece uno de los mejores entornos de juego para el género de fantasía. Es sólo que, con el actual HeroQuest hay más aficionados al mundo de Greg Stafford que a la mecánica con la que originalmente se desarrollaban las aventuras de dicho mundo.


Incluso entre aquellos que siguen disfrutando de RQ, muchos encuentran indisoluble la relación entre la mecánica y el entorno de campañas. Es decir, RQ es Glorantha, y no se concibe su empleo en otro entorno distinto.

Ambas posturas son de lo más respetable. Yo mismo pienso que sí, que HeroQuest puede reflejar mejor la Alta Fantasía de la Guerra de los Héroes y la magia gloranthana. Todas las partidas que he jugado en Glorantha desde la publicación de HQ por  parte de Edge han sido con ese sistema, o su edición posterior.  Eso sí, siempre como jugador, nunca he dirigido Glorantha con HQ, y no lo hago con RQ desde hace la tira de años. Y tengo que decir que les doy toda la razón a quien opina que esas nuevas reglas son más consecuentes con el mundo descrito por Greg Stafford. 

Eso no quita, empero, que de volver a dirigir en Glorantha, casi seguro emplearía RuneQuest. No será el sistema más eficiente, pero sí mi preferido.

De hecho, me gusta tanto que le encuentro aplicación en contextos diferentes al original. Glorantha me gusta mucho, pero me intrigan otros conceptos, como el de la Tierra Alternativa, y no creo que el sistema de juego esté tan identificado con un mundo concreto como para que se haga extraño jugar fuera del mismo.

Además, ya hay quien escribe mucho y bien sobre Glorantha. Yo quería centrarme en el propio RuneQuest, algo que a estas alturas supongo que habrá quedado más que claro. Pero tampoco es que quiera hacer el blog a espaldas de este entorno de juego. Así que voy a dedicar, de vez en cuando, alguna que otra entrada a Glorantha.

Lo que sigue es un Mito que escribí hace unos años, mientras jugaba la campaña Sartar Rising. Por si acaso hay alguien que no esté muy al tanto de todo esto de Glorantha, los Mitos son una forma muy frecuente de presentar historias allí. Se trata de explicar porque las cosas son como son, con historias de héroes y dioses. 

El original está colgado en la página Glorantha Fronteriza, junto con un montón de buenos aportes de otra mucha gente. Hace poco me acordé de esta historia, la revisé un poco, y aquí está. Es un poco larga, pero bueno, espero que no excesivamente aburrida.

***

PORQUÉ LA MUERTE ES UNA ESPADA


Estas son las palabras que Rainulf, viejo devoto de Humakt, dirigió a Dangmar cuando éste no contaba con más de siete inviernos. Rainulf era el encargado de la educación del niño, el cual había sido consagrado a Humakt desde su mismo nacimiento, e hizo su trabajo lo mejor que pudo.

Cuando el viejo guerrero comenzó con las primeras lecciones en el manejo de la espada, la curiosidad del niño hizo que la pregunta fuera inevitable: ¿Por qué todos los humaktis usaban una espada? En el clan había guerreros que blandían lanzas y hachas, arcos y hondas. ¿Cuál era la razón de que Humakt no concediese sus bendiciones a esas otras armas?

-Bueno, hum, lo cierto es que no todos los humaktis usan únicamente la espada, muchacho –Rainulf parecía ligeramente turbado al mencionar esto- hay quienes dicen que el padre Humakt otorga sus bendiciones sobre cualquier arma que pueda hacer su trabajo. Pero están equivocados, que se le va a hacer, ya que sus intenciones son buenas. Pero la verdad es que el Señor de la Muerte no ha empuñado jamás nada que no sea una buena espada. Lo comprobarás cuando seas mayor, y seas capaz de apreciar la Luz de la Muerte, que sólo brilla ante nuestros ojos, y siempre desde una espada.

-¿Y eso por qué, Rainulf? –Dangmar permanecía sentado en el suelo de la cabaña, desde donde observaba absorto a su tutor, con toda la atención que sólo pueden poner los muy sabios y los niños de corta edad.

-¿Por qué, por qué, por qué? Haces muchas preguntas, pequeño –Evidentemente, Rainulf no había tenido experiencia previa con los niños, y se mostraba ligeramente incómodo con la incansable curiosidad de su pupilo. Suspiró resignadamente-. Está bien, te lo contaré. Pero el tiempo que pasemos en esto tendrás que recuperarlo más tarde, en tus prácticas. Y no cenarás hasta que yo esté satisfecho con tus progresos ¿entendido? –Esto lo dijo con el ceño ligeramente fruncido, pero sin mostrar verdadero enfado.

-Claro, Rainulf. Lo prometo.

-Más te vale cumplir tu promesa. Puede que nuestro señor Humakt no preste demasiada atención a la promesa rota de un niño, pero yo, como bien sabes, sí lo hago. Y además, supongo que también te acuerdas de la vara de fresno que guardo por ahí… veo por tu cara que sí. Bien… ¿por dónde iba? Ah, ya me acuerdo. Así que quieres conocer la razón por la que nosotros consagramos la espada por encima de cualquier arma. De acuerdo, chico, hay una historia sobre ese asunto…

“Esto no ocurrió hace mucho tiempo, porque el Tiempo todavía no existía. Era la época en la que los dioses vivían junto a nuestros antepasados, andando por el mundo y hablando con sus gentes. Nadie moría, puesto que la muerte era algo desconocido, y pasaban pocas cosas. Algunos tal vez fuesen felices en esas condiciones, pero para la mayoría seguro que todo era muy aburrido, repitiendo las mismas cosas una y otra vez, sin novedades que les hicieran distinguir un día de otro, y sin nada que les enseñara lo valiosa que es la vida.

Por aquel entonces, el Tramposo, el Embaucador, hizo un descubrimiento. Puede que los más importantes seguidores de este dios sepan como lo hizo, porque ellos tienen sus secretos al igual que nosotros tenemos los nuestros. Pero como todos ellos son unos mentirosos, y su dios el primero, a saber si te puedes fiar de lo que cuenten. En fin. Sea como sea, descubrió el secreto de la mortalidad. Y bien, el Embaucador no es alguien de quien fiarse. Para cada cosa que haga, tendrá muchas razones, la mayoría de ellas desconocidas para los demás. Pero lo cierto es que en esta ocasión hizo algo sabio. Puede que se equivocara, o que un plan le saliese mal. No sería la única vez que algo así le ha ocurrido. Incluso puede que hasta fuese una de esas escasas ocasiones en las que trataba de ayudar de verdad. A saber.

El caso es que le entregó el secreto que había descubierto a Humakt, que todavía era un respetado miembro de la Tribu Tormenta por aquel entonces. Hay otras historias que hablan de las circunstancias en las que le hizo entrega de semejante don, pero eso no viene al caso. La cuestión es que se lo dio, y le contó para que servía.”

-Eso lo se yo. –dijo el niño- Servía para matar.

-Sí, pero no vuelvas a interrumpirme. Soy yo quien está contando la historia ¿entendido?

-Perdón.

“Bien. Pues he aquí que Humakt tomó posesión del nuevo poder, la Muerte. Sabía que era un arma poderosa, probablemente la más poderosa que hubiese habido nunca. Porque incluso en aquella época las armas eran conocidas. Lo que pasa es que la gente no podía morir. Nada podía hacerlo. Te podrías dedicar todo el día a intercambiar golpes con algún enemigo, y al final lo único que conseguirías es que los dos necesitarais ayuda para volver a unir el montón de pedazos en que os habríais convertido. Pero no ocurriría lo mismo tras la aparición del nuevo poder. Porque cuando estás muerto, ya no puedes dejar de estarlo.”

-Pero yo he oído que algunos sí que pue…

-No te volveré a decir que calles mientras yo hablo.
-…

“Así que Humakt tenía un poder que era el arma definitiva. Pero ese poder todavía no tenía forma. Las cosas se comprenden y manejan mejor cuando poseen una forma, porque la forma es necesaria para tener significado y propósito. Así que Humakt comenzó a cavilar como debería entender a su nuevo don. Era una cuestión realmente importante, así que comenzó a viajar para buscar algo que le ayudara a la hora de tomar tan importante decisión. De modo que salió de la tula de la Tribu Tormenta, sin avisar a nadie, y se dispuso a errar por el mundo hasta encontrar lo que buscaba.

Sabía que debía ser un arma, pero ¿cuál? Así que pensó que podría ver cómo eran las armas que había en el mundo, y de este modo, quizá encontraría la forma apropiada. Primero se encaminó a los terrenos de la Tribu del Fuego, que por aquel entonces todavía gobernaba a los demás. Allí encontró a uno de sus guerreros, que decía ser hijo del Emperador del Universo. le Humakt preguntó sobre las armas que manejaba, y el orgulloso soldado solar le mostró su lanza de oro, diciéndole así: “Esta es el arma perfecta, pues nada hay más parecido a los rayos que irradia mi padre, y en la guerra permite que los soldados luchen uno junto a otro, muy juntos, fundiendo sus individualidades en pos de una unidad inigualable.”

Humakt meditó sobre las palabras del Hijo del Sol, y decidió que esa no era la forma que el buscaba. Después de todo, había visto a cazadores blandir la lanza en sus acometidas contra sus presas, lo que rebajaba el valor del arma a sus ojos, convirtiéndola en una mera herramienta. Además, como todos los de la Tribu Tormenta, Humakt quería gloria y honor personal, ayudando a los suyos, cierto, pero siendo reconocido por quién era y lo que hacía, no simplemente como parte de un grupo de gente que fueran indistinguibles los unos de los otros. Esa no es nuestra costumbre. Así que tras agradecer sus palabras, se despidió cortésmente del soldado y marchó en busca de más posibilidades.

Su viaje le llevó hasta la Tribu del Bosque, y allí encontró a una de las plantas que caminan. Ante las educadas preguntas del forastero sobre cuál era su modo de luchar, la planta le mostró su arco, diciendo así: “Esta es nuestra arma, que manejamos para llevar el dolor a nuestros enemigos igual que el viento transporta las semillas de nuestros parientes a otros lugares. Es un símbolo de nuestra habilidad, y además, permite tocar a aquel que no puede tocarte a ti.”

De nuevo, Humakt reflexionó, y llegó a la conclusión de que debería seguir buscando. Algo que pudiera derrotar a un adversario sin darle la posibilidad de una lucha justa es propio de cobardes, decidió. Tanto le valdría usar veneno. Por supuesto, nada de esto le contó al elfo, sino que se limitó marcharse educadamente tras ofrecer su agradecimiento por la explicación.

El periplo seguía. En su búsqueda, Humakt encontró una cueva, y allí había una mujer de la Tribu de la Tierra. Estaba vestida con las pieles arrancadas a los hombres, y en sus manos empuñaba un hacha enorme. Humakt inquirió sobre el objeto en cuestión. “Esta” –dijo la mujer- “es mi hacha. Con ella parto en pedazos a mis enemigos, los destrozo y me baño gozosamente en su sangre. Sus golpes son temibles como cólera de mujer escarnecida y su fuerza es tan grande como las raíces de las montañas.”

Humakt escuchó y calló. Después de un rato, dio las gracias y se marchó, dejando atrás a la mujer. Por supuesto, tampoco aquello era lo que buscaba. La brutalidad de la que se jactaba la guerrera ofendía su sentido del honor, y el salvajismo no era algo de lo que gustase. Así que continuó su camino.

Viajó y viajó. Visitó a la Tribu de la Piedra, que le mostraron sus martillos y hachas, vulgares y brutales herramientas a ojos de Humakt. Conoció a gentes que usaban su propio cuerpo como arma –aunque nunca acabó de entender por qué alguien querría hacer eso, y a otros que manejaban pesadas mazas, que no eran mejores que las hachas o los martillos. Estaban también los que hacían girar piedras dentro de una honda de piel para lanzarlas con fuerza, y los que apuñalaban con puntas de piedra afiladas. Nada de eso le convenció, pues encontraba ambos métodos indignos de un noble guerrero. Entonces, después de tan largo viaje, regresó con su propia tribu.

Estaba fatigado, mientras contemplaba el poder sin forma, tan incapaz de imaginarlo entonces como antes de partir. En ese momento llegó el Embaucador. Al ver a Humakt con aspecto abatido, le preguntó que le ocurría. Ante la explicación del guerrero, el Tramposo se rió. “Bueno” -le dijo-. “Así que no sabes cómo quieres que sea tu poder. Pero ¿sabes ya cómo no quieres que sea?” Y con estas palabras se marchó, dejando a un sorprendido Humakt pensando sobre lo que acababa oír.

Eurmal tenía razón, pensó. Tal vez no tenía que hacer más que extraer del poder aquellas cosas que le disgustaban, lo que había visto en las armas de otras tribus. Y lo que quedase estaría fortalecido, revelando su belleza y su poder igual que una estatua se revela a los ojos del escultor a medida que éste va quitando la piedra sobrante del bloque. De modo que encendió los fuegos de su fragua y se puso a trabajar.

Primero, arrancó cualquier uso que no fuera el de la lucha., De manera que su poder no serviría para cazar, como un arco o una lanza, o para talar árboles, como un hacha, ni como herramienta de trabajo, como los pesados martillos, ni para nada que no fuese el noble combate. Después, despojó al poder informe de la brutalidad sin sentido. Cualquier salvaje enloquecido puede empuñar correctamente un hacha o una maza. De hecho, cuanto más salvajemente enloquecido esté, mejor lo hará. Pero Humakt deseaba algo cuyo manejo precisara de un aprendizaje correcto. La habilidad, la técnica y la precisión gobernarían el uso del poder, no la locura, el salvajismo y la brutalidad. Y por supuesto, el poder sería manejado con honor, lo que implicaría darle al enemigo la oportunidad de defenderse. Nada de cobardes ataques lejanos, ni emboscadas o puñaladas por la espalda. Descartados los cuchillos que se esconden entre las ropas, igual que los arcos y cualquier otra cosa que permita matar a la distancia. Portar el poder sería declarar la propia condición de guerrero.


A medida que el poder se libraba de las impurezas arrancadas por Humakt, su forma comenzó a perfilarse. Poco a poco, su aspecto se iba revelando ante el guerrero, que quedó asombrado y maravillado por su belleza. Finalmente, cuando todo aquello que incluso ahora, nosotros los humaktis rechazamos en un guerrero, fue eliminado del poder, sólo quedaron las virtudes, que fortalecidas entre sí, libres de las impurezas que Humakt había limpiado, multiplicaron su fuerza.

Lamentablemente, un tiempo después de que Orlanth robara el poder a Humakt los desechos fueron recogidos por las otras tribus, que los usaron para forjar sus propias armas.

Pero la primera, la mejor y más pura de todas, es la que apareció ante los ojos del justamente llamado Señor de la Muerte. Y por supuesto, era una Espada.”

-Bueno, ya has oído la historia, chico. Ahora, vete a cumplir tus tareas. Y no se te ocurra pedirme otra historia o soltarme alguna excusa, que te parto la vara de fresno en el espinazo. –Rainulf hablaba con una ferocidad fingida sólo a medias.

-No, Rainulf. Ya me voy.

El viejo guerrero contempló como el muchacho se levantaba y caminaba hacia el claro en el que realizaba los ejercicios necesarios para acostumbrar sus brazos al manejo de las armas. Caminaba tranquilo, con la mirada perdida. Se le había puesto esa expresión en la cara mientras oía las últimas partes de la historia, como si de repente, al oír aquellas palabras, algo hubiese cobrado sentido para él. El chico se perdió entre las curvas del sendero, y Rainulf se dirigió a la entrada de la cabaña en la que ambos vivían, fuera del asentamiento, como correspondía a su condición.

Una vez dentro de la pequeña vivienda, Rainulf se sintió observado. Eso le ocurría a menudo, y sabía el motivo. Colgada en la pared estaba la espada de hierro que habían encontrado junto a Dangmar, cuando éste no era más que un recién nacido. La espada poseía consciencia, de eso Rainulf estaba seguro. Era un espíritu sagrado de su culto, enviado por algún motivo. En ocasiones, el niño se quedaba horas enteras en silencio, sentado frente a la pared en la que descansaba el arma. El viejo guerrero no podía imaginar en qué consistirían sus conversaciones, ni cuáles serían las enseñanzas que el arma impartiría al niño.

***

¿Todavía queda alguien por aquí? ¿No? Bueno, que se le va a hacer. De todos modos, he de terminar la entrada.

Evidentemente, Dangmar era mi personaje en la campaña Sartar Rising. Un ferviente servidor de Humakt, el Dios de la Muerte y el Honor para los bárbaros orlanthis. Fue un PJ que me gustó mucho, y al que le dediqué unas cuantas historias como esta. La historia fantasmea un poco con su destino futuro y eso, y estuve tentado de retirar toda esa parte, dejando sólo el Mito. Pero en fin, tampoco quería cambiar tanto el original.

Hasta la próxima.



10 comentarios:

  1. Oye, qué bueno el mito. Recuerdo haberlo leído hace años y entonces pensé que era una traducción del inglés (!). Creo que merecería estar en esa lista de mitos gloranthanos Mything Links.

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    1. Vaya, muchas gracias. Me alegro de que te gustase.

      Una pregunta, que voy muy desconectado de la comunidad de gloranthanos ¿Qué es Mithing Links?

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    2. Es una web sencilla donde se agrupan enlaces a un montón de mitos gloranthanos creados por los aficionados y clasificados por categorías:
      Mythinglinks.blog.ca

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    3. Pues tendré que echarle un vistazo. Gracias, no lo conocía.

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  2. :D Pues creo que dejé claro que era del ahora escritor del Blog :D... el mito está en el wiki de Glorantha en castellano que lleva ZZabur (o Mario o a saber que me lío con los sobrenombres de GloranthaHispana).

    Por cierto, que yo siempre pensé que se merecía una traducción al inglés.

    Yo era el master, y... iba a escribir el nombre del bloguero... el cronista tiene otros buenos relatos. Supongo que igual no los sube por tiempo o porque son escenas de las partidas, pero la presentación de su personaje podría subirla...

    También participó en el lexicón de Teshnos, en el que participé con vergüenza, ya que el Cronista y Nicolau tienen mucho más nivel que yo, pero como no querían ser 2 me convencieron...

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    1. Gracias, eres muy amable con el comentario.

      Creo que todavía conservo los textos originales de las otras historias que escribí a propósito de la campaña. Tendré que localizarlos y tal vez darles algún pequeño repaso, pero igual sí podría ir dejándolos por aquí de vez en cuando. Cada cierto tiempo, que la cosa no es hacer un blog literario. Pero claro, por qué no. Ya pondré los demás más adelante.

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    2. ¿Qué es el lexicon de Teshnos?
      Y Gilen, ¿Por qué hace tanto tiempo que no apareces por Glorantha Hispana? ;-)

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    3. El lexicón era un juego que llevábamos entre tres. La cosa iba de escoger un tema (nos decidimos por la región de Teshnos en Glorantha) y desarrollarlo con diferentes artículos, presentados en orden alfabético, y creando relaciones entre ellos.

      Así, por ejemplo, la primera semana tocaba la A, cada uno escribía su entrada sobre algo (un personaje, un lugar, un acontecimiento, lo que fuese) que empezara por la A. La siguiente semana la B, luego la C, y así.

      A medida que se avanzaba, los artículos nuevos podían hacer referencia a otros anteriores, escritos por el mismo jugador o por otro. Incluso se podía hacer referencia a futuros artículos que uno estuviese preparando.

      No llegamos a terminarlo, creo que hicimos quizá una tercera parte. De haber acabado la cosa con éxito, el resultado final debería haber sido una historia compartida de la región. Creo que Gilen colgó lo que hicimos en Glorantha Fronteriza.

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    4. No lo encuentro en la web, pero parece interesante.

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    5. Está en Glorantha Fronteriza, en esta dirección:

      http://glorantha.fronteriza.es/index.php?title=Lexic%C3%B3n_de_Teshnos

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