martes, 24 de marzo de 2015

Los leones de Al-Rassan, de Guy Gavriel Kay

Hace poco, pude ver a algunos individuos discutiendo sobre el género de fantasía. Me llamó mucho la atención las cosas que algunos de ellos decían, porque pareciera que todo el tema pudiese reducirse a:


  1. 1º)En el principio fue Tolkien, que está bien pero resulta muy infantil.
  2. 2º)Luego llegó la Dragonlance junto con otras chorradas de esas.
  3. 3º)Finalmente, George R.R. Martin descubrió, y nos descubrió, que es posible escribir fantasía para adultos.


Ni siquiera entraré a discutir los dos primeros puntos. Pero hablar como si Canción de Hielo y Fuego fuese la obra seminal de la literatura de fantasía escrita para lectores adultos es ya algo que no puede afirmarse si no es desde el desconocimiento. Desconocimiento de Ursula K. Leguin, de Jack Vance, Barbara Hambly, Gene Wolfe,  Marion Zimmer Bradley, y de muchos, muchos otros autores que llevan décadas escribiendo novelas llenas de contenido maduro (que no es necesariamente lo mismo que contenido no apto para menores). Y entre ellos está también Guy Gavriel Kay.

Este señor canadiense lleva ya unos treinta años escribiendo y publicando novelas de este género, aunque parece que no muchas han llegado a asomarse en el panorama editorial español. Alguna que otra sí, pero la mayoría siguen sin ser traducidas. Su especialización parece ser la ficción histórica, libros en los que presenta una geografía, personajes y situación inicial trasuntos de algún equivalente histórico. En el caso de Los leones de Al-Rassan, se trata de la Península Ibérica durante el siglo XI.

Tenemos a los jaditas, adoradores del sol, que durante siglos han vivido arrinconados en el norte de la península, llevados hasta allí por los asharitas, que veneran a las estrellas y que conquistaron la mayor parte del territorio tiempo atrás. Viviendo entre ambos, los kindath, que rezan a las dos lunas que iluminan la noche, un pueblo perseguido por todos y que recibe también el nombre de los Errantes.

Al-Rassan, el nombre que los asharitas dan a su territorio, ha sido hasta el pasado reciente un lugar de riqueza y cultura, no desprovista de defectos, pero en el que la civilización ha podido dar lo mejor de sí en un tiempo en el que el fanatismo y la barbarie son la norma. Pero ese tiempo llega a su fin. El califato ha caído, y los pequeños reinos que han tomado su lugar son vulnerables a los jaditas, a los que ya comienzan a pagar las parias. El clero de Jad, por supuesto, exige la reconquista y la destrucción de los infieles, una amenaza que se va volviendo cada vez mayor. Pero frente a los fanáticos que puedan atacar desde el norte, la única ayuda posible es la de los fanáticos que provienen del sur. Gane quien gane, el esplendor y la gloria de este lugar está condenado a desaparecer.

Los protagonistas son individuos muy conscientes de los tiempos que están viviendo, y saben que contemplan el final de una era. Jehane, la doctora kindath que vive en una ciudad asharita, se convierte en el personaje principal, testigo de la historia que se mueve a dos hombres de talla legendaria: Ammar ibn Khaidan, el poeta, diplomático y consejero, pero también el asesino del último califa, y Rodrigo Belmonte, el Capitán, el mejor militar con el que cuentan los reinos jaditas (y evidentemente, trasunto de Rodrigo Díaz). Estos tres personajes, junto con unos cuantos más, son el foco principal de una trama compleja, tanto a nivel de acontecimientos en la gran escena política y militar, como en el plano personal.

Aunque el planteamiento inicial resulta muy familiar, el desarrollo de la historia toma sus propios derroteros, en ocasiones resumiendo en pocos años un proceso de siglos, pero también realizando bruscos e importantes cambios. No se trata de una novela histórica con una pátina de fantasía para disimular un poco.

El foco de la historia son los personajes protagonistas. Soberbiamente caracterizados, llenos de matices y detalles que les hacen creíbles como seres humanos, y no sólo como símbolos icónicos de una causa. La historia narrada es, sobre todo, triste: Hay momentos para el humor y para la acción, pero se trata de una novela llena de melancolía, de gente atrapada en acontecimientos trágicos que les obligan a realizar actos que no querrían haber hecho. No hay villanos en este libro, o lo son todos, quizá. Pero tampoco hay estereotipos fáciles y cómodos, a los que echar la culpa de las tragedias que ocurren. 

No es una novela perfecta. La inclusión de algún elemento sobrenatural (muy escaso, y casi parece más de ciencia ficción que otra cosa) queda un poco forzada, realizada más con la intención de conseguir que determinados personajes se encuentren presentes en ciertas situaciones que otra cosa. También hay alguna mención al "primero de todos los mundos", que es donde se desarrolla una trilogía anterior del autor. Al parecer, hacer esta referencia es algo habitual en Kay, una especie de firma, como las menciones al ficticio poeta William Ashbless que pueden encontrarse en muchas novelas de Tim Powers.

Los leones de Al-Rassan es un libro que confía en el lector para extraer conclusiones, porque no ofrece ninguna respuesta ni moraleja, no hay nada masticado. Es una historia delicada y con algo de tragedia, pero que he encontrado muy agradable de leer. Por cierto, aunque La Factoría la publicó en 2009 (lástima que fuese esta editorial, la traducción no fue muy esmerada que digamos), la edición original data de 1995. Y es una novela que no dudo en calificar de fantasía para adultos.

4 comentarios:

  1. No se. Probablemente esté bien, pero, así de principio, la sinopsis suena como una versión de El puente de Alcántara en fantasía.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Caramba, pues tienes razón. No había caído en la cuenta, pero es verdad que guarda muchas similitudes.

      Eliminar
  2. Creo que escuché la misma "mesa redonda" de literatura que tu, y me quedé igual con los califiocativos dados a Tolkien, si bien con lo de la Dragonlance, no me pronunciare.
    Me apunto el libro que recomiendas, parece bastante interesante.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo de la Dragonlance es un decir (no seré yo quien defienda esas novelas), lo chocante es la simplificación que se hace al respecto, como si todo lo publicado entre 1954 y 1996 fuese de ínfima calidad, tipo Dragonlance.

      Los inicios de cualquier cosa siempre son duros, estoy convencido de que próximas entregas mejorarán sustancialmente en nivel de lo que se comente en esas charlas. Por supuesto, ese tipo de iniciativas me parecen positivas, y las sigo con interés siempre que tengo ocasión.

      Eliminar