Tal y como ya he explicado
anteriormente, la idea de crear un entorno de fantasía –y no meramente un mundo
oculto a los ojos de los mundanos, sino un mundo de fantasía al estilo de, por
ejemplo, D&D- a partir del mundo
real es una idea que siempre me ha atraído. Aunque mis primeros intentos de
lograr esto no han dado buenos resultados, sirvieron para aprender un par de
cosas sobre el asunto
.
Aunque para estas
cosas, creo que es de gran ayuda el encontrar un buen ejemplo de algo similar a
lo que a uno le gustaría conseguir. Y con el tiempo he ido hallando algunos
libros que han sido para mí fuente de inspiración, además de proporcionar muy
buenos ratos de lectura, claro está.
Así que he
pensado en comentar hoy algo acerca de algunos de estos libros. No se trata de
escribir una reseña, lo que conllevaría un análisis mucho más formal del que
estoy dispuesto a hacer aquí. En su lugar, me propongo explicar algunas cosas
sobre estas novelas y por qué me gustan, de forma ligera y bastante subjetiva.
En fin, al asunto.
Los dientes del dragón (Juan Eslava
Galán, 2004) fue el resultado de un concurso literario organizado por Devir,
cuyo objeto era publicar novelas de fantasía estilo D&D escritas por autores nacionales. Lo cierto es que fue un
gran gesto por parte de la editorial, más aún al dotar al ganador del concurso
con un premio de 10.000€, creo recordar. Vamos, que se tomaron el asunto en
serio.
El prólogo del
libro, escrito por Joaquim Dorca (veterano en esto del rol ya desde los días de
Joc Internacional) indicaba su intención de continuar con la publicación de
novelas como parte de su propia colección de literatura fantástica, bajo el
nombre Fábula Arcana:
[…]Este libro es el primero de una colección de fantasía histórica que
no pretende otra cosa que recuperar nuestra historia real. El ejemplar que
tiene usted entre sus manos significa para Devir el fin de una aventura, y
quizás el inicio de otra.[…]
Lamentablemente,
no lo fue. Hasta donde yo sé, no se publicó ningún otro volumen de Fábula
Arcana. Por los motivos que fuesen, Los
dientes del dragón quedaron como la única muestra de esta iniciativa. Tal
vez no vendió lo suficiente, o puede que un cambio de rumbo hiciese descartar
la idea de proseguir con la línea. Sólo se puede especular sobre las razones
pero, en cualquier caso, me parece una lástima.
El ganador del
concurso fue Juan Eslava Galán, escritor ya consagrado con una larga carrera
literaria. La novela histórica es un género que no le resulta desconocido. Uno
de sus mejores libros, En busca del
Unicornio (1987) ganó el Premio Planeta en una época en la que este premio
todavía gozaba de prestigio. También es autor de numerosos libros de
divulgación histórica. Además, bajo el pseudónimo de Nicholas Wilcox, publicó
varias novelas tipo best-seller sobre
los templarios (he leído La lápida
templaria y Los falsos peregrinos,
gustándome mucho ambos), o relacionadas con ellos. Esto empezó años antes de
que el tema se pusiese de moda con la publicación de El código Da Vinci y la miríada de imitaciones surgidas como setas
que siguieron a este pésimo libro. Debo añadir que, aunque se encuentran en la
misma categoría, esto es, best-sellers de lectura fácil, considero los libros
de Nicholas Wilcox muy superiores, de lectura muy entretenida, a cualquier cosa
perpetrada por Dan Brown, cuyas novelas no paran de insultar a la inteligencia
del lector.
Y ahora la novela en sí.
Empezamos con la sinopsis, tal y como aparece en la contraportada:
Siglo XII. San Juan de Acre resiste el asedio de los cruzados. Los
sarracenos llevan años soportando el ataque aunque sus tropas están al borde de
la extenuación. En el campo cristiano, las luchas entre los principales barones
amenazan con romper la frágil coalición.
Lucas de Tarento, un caballero templario, recibe una sagrada misión que
puede cambiar para siempre el destino de Tierra Santa. Los líderes de la cruzada
le encomiendan la búsqueda del Espejo de Salomón. Aquel que lo posea podrá
obtener el favor divino en el combate y ganar, por fin, la guerra.
En compañía de su escudero, una bella dama elfa y un joven noble, el
protagonista atravesará el mundo conocido y se enfrentará a los míticos
dragones que custodian la clave necesaria para usar la antigua reliquia. En su
travesía deberán enfrentarse a oscuros poderes y viajar, en una frenética
carrera contra el tiempo, hasta los más lejanos confines de la tierra.
Si suena
clásico, es porque lo es. La historia en sí es bastante típica, un largo viaje
en busca de unas reliquias. Casi cada personaje del grupo de aventureros cuenta
con su propia subtrama, la cual se irá resolviendo a medida que se desarrolla
la historia principal. Y la historia principal es un viaje a lo largo y ancho
del mundo medieval, desde Oriente medio hasta la Península Ibérica, pasando por
Constantinopla, Escandinavia y el Languedoc, entre otros lugares.
Por supuesto,
no están solos en su búsqueda. Un poderoso mago, que busca la misma reliquia
para sus propios fines, compite con los héroes en la consecución de la trama.
Para ello, se vale de los servicios de un hábil mercenario, antiguo escudero
del caballero templario Lucas de Tarento, líder de la expedición. Vamos, que
están presente casi todos los ingredientes de una receta conocida por todos.
Pero el resultado final es un plato muy bien cocinado, eso sí.
Pero
yo quiero hacer hincapié en el modo en el que tratan los elementos fantásticos
en esta novela. Si tuviese que comparar con un juego de rol la forma en que se
desarrollan los personajes, los diálogos que mantienen, su actitud y forma de
comportarse, lo haría con Aquelarre.
Pero si hablamos del tratamiento dado a la magia, a las razas no humanas y a lo
sobrenatural en su conjunto, D&D
es lo primero que se me pasa por la cabeza. El resultado de esta mezcla provoca
un estilo bastante inusual en el género.
En
la Europa descrita en Los dientes del dragón, la magia es algo que queda en
manos de la Iglesia. Se trata, no obstante, de una magia que en D&D llamaríamos arcana y en RuneQuest hechicería. Son poderes
aprendidos por los clérigos, no concedidos por ninguna deidad. Eso significa
que la moralidad y el poder no siempre van juntos, y que en ocasiones, un
clérigo apostate de su religión para proseguir con sus investigaciones sobre
magias más censurables lejos de los ojos de otros estudiosos de lo arcano.
Sin
embargo, los espectaculares poderes mágicos desplegados por los magos en esta
novela se sustentan sobre creencias más documentadas. La Abominación, por
ejemplo, es la forma en que los cristianos que saben de tales temas denominan
al culto de la Diosa, anterior a la imposición del Dios masculino en las
primitivas sociedades humanas. Y de paso, el autor nos mete también un poco de
leyendas templarias, que de algo sabe el señor Eslava.
Otras
razas inteligentes no interactúan tan abiertamente con los humanos como ocurre
en otros entornos, pero no obstante, sigue habiendo cierta relación. Así, en
Tierra Santa, un grupo de enanos germanos acompaña a las tropas de Federico
Barbarroja como mercenarios, trabajando como zapadores e ingenieros en el
asedio a Acre. Y la dama elfa a la que se hace referencia en la sinopsis en
realidad no es tal, sino lo que llamaríamos una semielfa, descendiente de la
misteriosa Buena Gente. Como ella misma explica, su abuela quedó dormida en un
apacible lugar (la orilla de un lago, o un bonito claro de bosque, no recuerdo
bien) y cuando se despertó de un extraño sueño se había quedado preñada. No
obstante, ser poseedor de sangre élfica, lejos de ser mal visto o merecedor
incluso de la hoguera, es motivo de celebración en el Languedoc, que se
encuentra en pleno desarrollo del amor cortés y la caballería más romántica.
¿Y
los orcos? Pues sí, hay orcos. Viven en tribus perdidos en páramos deshabitados
por los humanos, como suele ocurrir en cualquier mundo de fantasía. Los que
aparecen, lo hacen en Oriente Medio, en el yermo interior. Y allí, pues se
comportan como orcos. También se les puede encontrar en lugares civilizados,
como Constantinopla, pero sólo en calidad de esclavos, pues su fuerza les hace
valiosos en trabajos pesados como la construcción o la minería.
Los
monstruos, sin embargo, son tratados de una forma más próxima a las leyendas
tradicionales que a la “Ecología Gygax”. Cada uno de los dragones aparecidos es
distinto de los demás, y lo mismo ocurre con otras criaturas, como los
gigantes. Cada una de estas criaturas es digna de su propia leyenda, en lugar
de formar parte de una especia integrada en el mundo como cualquier otra.
En
fin, una novela amena y muy divertida (aunque el humor puede ser muy basto),
que también encontré original en la forma de conjugar diferentes elementos
fantásticos con unos personajes que se comportan de forma más creíble de lo
habitual, y a menudo, mundana.
El
autor no ha vuelto a hacer ninguna incursión en este género, pero años después
de la publicación de Los dientes del dragón, me encontré con que otro autor
había recogido el testigo de este tipo de fantasía, publicando una novela que
perfectamente podría enclavarse en el mismo mundo, aunque en una época
anterior. Me refiero a Mío Sidi, de
Ricard Ibañez, de la que hablaré en una próxima entrada.
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