jueves, 17 de enero de 2019

Historias del vulgar unicornio (por Robert Asprin y otros)

En las notas que incluye al final de El mundo de los ladrones, Robert Asprin explica que algunos de los escritores comprometidos con el proyecto, en particular Philip José Farmer, se estaban retrasando en la entrega de sus historias. Mientras tanto, la editorial insistía en estar listo para la fecha prevista -la campaña publicitaria ya estaba en marcha-, ofreciendo incluso bonificaciones económicas si finalmente entregaban dentro de plazo.

Ante las explicaciones de Asprin de que no todos los relatos podrían estar a tiempo, los editores le propusieron una alternativa: publicamos los relatos que tenemos ahora y los que faltan saldrán en un segundo volumen. Asprin accedió, se buscó la forma para que el primer libro tuviese una extensión suficiente y comenzó a reclutar autores para completar el siguiente.

De modo que en 1980 salía Historias del vulgar unicornio, segundo de la extensa saga de antologías y novelas ambientadas en Santuario y su mundo. Para la ocasión, el lector pudo encontrar aquí historias de Philip José Farmer, David A. Drake, Lynn Abbey, Alfred E. van Vogt, Janet Morris, Andrew Offutt, y el propio Robert Lynn Asprin. Algunos de estos autores repiten de la primera antología, otros realizan aquí su primera aportación al universo literario compartido que es Santuario y el mundo en el que se encuentra esa interesante y peligrosa ciudad.

Los relatos aparecen en el orden cronológico en el que ocurren en la ficción, y esta da comienzo cuando el príncipe Kadakithis -llamado Kittycat por el pueblo- ya lleva un año en el puesto de gobernador de la ciudad de Santuario. En este lugar, llamado también por algunos el Mundo de los ladrones, la vida prosigue de la forma habitual, lo que conlleva robos, asesinatos, violaciones, torturas y similares. Una especie de cruce entre Dungeons & Dragons y Sin City.

Las autoridades imperiales rankanas siguen tratando de consolidar su autoridad a través de la edificación de templos consagrados a sus propias deidades, poniendo a estas por encima de los dioses de Islig, el panteón al que tradicionalmente se rinde culto en Santuario. Ese conflicto, y en concreto el pulso mantenido entre los dioses Vashanka y Lis, va a formar parte importante de las tramas de varios de los relatos del libro.

La historia de Philip José Farmer, Arañas del mago púrpura, es la de mayor extensión en la antología. Una mujer desesperada por escapar de la pobreza a la que parece condenada su familia -y soportando a un marido borracho y estúpido-, une fuerzas con un extranjero para llegar hasta la guarida de un poderoso brujo contra el que ambos tienen cuentas pendientes. En Diosa, de David A. Drake, un maestro de caravanas emprende la peligrosa misión de alcanzar y destruir el demonio que custodia el templo secreto de la oscura deidad Dyareeka. Lynn Abbey, con El fruto de Enlibar, trae de nuevo a la vidente szanzo Illyra, quien recibe la visita de alguien de su pasado, en una historia que presagia importantes acontecimientos en el devenir futuro del imperio, o eso me pareció a mí. Con El sueño de la hechicera, de Alfred E. van Vogt, encontramos a un curandero que tiene por costumbre cobrar favores sexuales a algunas de sus pacientes a cambio de sus servicios se mete en serios problemas cuando queda implicado en un conflicto de pareja entre dos deidades.

El esbirro de Vashanka, de Janet Morris,  nos presenta a Tempus. Antiguo mercenario del que se sospecha una edad que se mide en siglos y unas facultades casi sobrenaturales para recuperarse de sus heridas, Tempus es un escogido del principal dios imperial -al que trata con mucha familiaridad-, y ahora, además de su trabajo como miembro de la guardia personal del príncipe-gobernador -los llamados Perros del infierno-, Tempus ha de realizar una misión para su dios patrón. El relato de Andrew Offutt, El peón de las sombras, sigue la estela de la historia de Morris, siguiendo con las consecuencias de la aparición de la extraña tienda que proporcionó armas mágicas -con desgracia incluida- a numerosos habitantes de la ciudad. Hanse, apodado el Hijo de las sombras, ladrón que se enorgullece de no haber tenido que matar jamás a ninguna víctima de sus robos, acabará en medio de la lucha por la posesión por algunos de estos artefactos.

Finalmente, Guardar a los guardianes, de Robert Asprin, detalla las disputas internas entre los miembros de la guardia personal del príncipe-gobernador. Tempus por un lado, Zalbar (quién ya hizo su aparición en relatos anteriores) por el otro. Para sazonar, Jubal el esclavista y Kurd, un erudito a quien el conocimiento del cuerpo humano y su funcionamiento bien le merece la pena la vivisección de algunos esclavos. Robert Asprin termina con una nota de tintes cómicos, El lado alegre de Santuario, mostrando una suerte de panfleto que habría sido redactado por la cámara de comercio de la ciudad para atraer el turismo y los negocios a la ciudad, un texto evidentemente cargado de expresiones con dobles sentidos y medias verdades.

Como en El mundo de los ladrones, cada relato de la antología está relacionado con las otras historias, en mayor o menor medida. Cameos de los personajes de los otros autores, referencias a acontecimientos que han tenido lugar en otros relatos, etc. El rollo Marvel/DC, pero en forma de antología de relatos.

Aunque en EEUU la serie debió de funcionar bastante bien -en una etapa salieron doce libros antologías similares y varias novelas "spin-off", en la que alguno de los autores se centraba con más detalle en sus propios personajes, aquí la cosa no pasó de las dos primeras partes, que Ultramar publicó en 1989. Y es que el de las antologías es un formato que se vende peor que las novelas, según parece ser. En cualquier caso es una lástima no poder encontrar más volúmenes de esta serie traducidos, porque al menos los dos primeros me han resultado de lo más antretenido.

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