domingo, 21 de septiembre de 2025

Veinticinco libros que me dejaron impronta (siguiendo a La Frikoteca)

 Hace algunas semanas, Carlos de la Cruz escribió la soberbia entrada Los 25 libros que me han marcado, en La Frikoteca. Un repaso a los libros, cómics y manuales de rol que han sido importantes en su trayectoria vital. Cuando lo leí, me pareció muy buena idea para una entrada propia -en eso no fui el primero que pensó que podría seguir la iniciativa de Carlos en mi blog- y en eso estamos ahora.

No se trata de señalar "los mejores libros que he leído", aunque es obvio que algunos títulos se incluirían en esa lista. Pero también hay otros que, a día de hoy, tengo en mucha menos estima. Al menos en lo que a su calidad respecta, porque no reniego del hecho de que en algún momento fueron muy importantes para mí, ni del poso que me dejaron. Y de eso se trata, de mencionar libros que, para bién o para mal, resultaron relevantes, reveladores, quizá inspiradores. Que dejaron un recuerdo indeleble en la memoria, y quizá ayudaron a moldear la propia forma de ser y de pensar.

Establecer un orden de preferencias no solo es algo imposible sino que tampoco creo que resulte necesario para el tema a tratar. Algunos libros son muy difíciles de comparar entre sí, y como ya he mencionado antes, los hay que en su momento me parecían lo más y ahora, pues no. Y una lista de libros favoritos (o de películas, juegos o similares) es algo siempre cambiante, que se mueve en función del momento vital en el que uno se encuentre, de sus circunstancias concretas e incluso del estado de humor del momento, por mucho que algunos títulos puedan mantenerse invariables. De modo que trataré de ceñirme a un orden cronológico, empezando por las primeras lecturas y concluyendo con las más recientes, hasta donde alcance mi memoria.

En algunos casos, no se menciona un único título, sino una colección, trilogía o serie. Esto es así porque en mi mente no hay distinción entre las distintas entregas, el efecto lo causó el conjunto, no una única historia o libro.

Otro criterio a seguir es el de la temática. Aunque mis gustos pueden extenderse más allá de la literatura de género, este blog va de lo que va (y además, detesto educadamente esas actitudes de nariz alzada por parte de quienes menosprecian este tipo de género porque solo leen "libros de verdad" -eso se lo oí decir a alguien, y me costó lo suyo contener la risa-. A menos, por supueesto, que se trate de Borges, García Márquez, Poe, Chandler, le Carré, o cualquier otro autor de género o que ha incluido elementos de fantasía pero cuyo prestigio le blinda frente a este tipo de críticas). De modo que he priorizado los títulos de fantasía y ciencia ficción sobre otros. También dejo fuera algunos libros de política o filosofía, que si bien merecerían la inclusión en la lista, son de los que invitan a cierto tipo de discusiones que en general, y en Internet en particular, la gente suele llevar regular.

Finalmente, dado también que este blog va principalmente de cosas roleras, donde me sea posible trataré de comentar alguna relación entre los diferentes libros y algún juego. Como lectura recomendada para el juego y tal.

Al contrario que en la entrada original, dejaré fuera los cómics y los manuales de rol -eso daría para bastante más, y los veinticinco puestos ya se me quedan escasos para los libros-, pero sí incluyo algunos librojuegos.



MENCIONES ESPECIALES


Pan y tomate, de Asunción Lisson. Que pueda recordar claramente este breve cuento infantil que formaba parte de una serie con la que fui aprendiendo a leer -estoy hablando de 1º de EGB o así- ya es prueba de que dejó marca. A ver, el argumento es que el grupo de niños que protagonizaba esta serie de cuentos quieren merendar, y se preparan una merienda con pan y tomate, y zumo de naranja. Meriendan y lo pasan bien, fin.

Este es el primer libro -bueno, es generoso llamarlo así, que no llegaría a veinte páginas, con tal vez una o dos líneas en cada una- cuya lectura recuerdo. Y la razón de esto es la fuerte impresión que me causó. Tras la lectura, quería emular lo que había encontrado en las páginas. Recuerdo insistir a mi madre -yo tendría cinco ó seis años- para preparar exactamente lo mismo que había ahí. Y aunque todo eso suena un poco tonto, en realidad esta fue la ocasión en que, sin ser consciente de ello, descubrí como una lectura puede conectar e influir, hacerte reflexionar o inspirarte. Aunque solo sea a tener una merienda de pan tumaca.

Nuestra señora de las tinieblas, de Fritz Leiber. Soy bastante aficionado al género de terror -mucho menos que a la fantasía, bastante más que a la ciencia ficción-, pero lo normal es que aunque me pueda sorprender, no me causa miedo. Ni los clásicos, ni Clive Barker o Thomas Ligotti o cualquier otro. Bueno, excepto en este caso. El comienzo de Nuestra señora de las tinieblas contiene una escena que encuentro especialmente perturbadora -no es gore, no es amenazadora, pero sí extraña e intrusiva- que al leerla -con poco más de veinte años- me puso la carne de gallina. No describiré la situación porque flaco favor haría contándola en mis palabras, pero su lectura es de lo más recomendable. Además, el argumento se mueve mucho en torno a la figura de Clark Ashton Smith.

La canción de Cazarrabo, de Tad Williams. Si Nuestra señora de las tinieblas es el único libro con el que he sentido miedo, este es el único del que recuerdo una genuina preocupación por el bienestar de uno de los personajes. Ya escribí hace unos años sobre esta novela, ópera prima de su autor, aunque en aquella ocasión no mencioné el modo en que llegué a preocuparme por uno de los personajes secundarios, sobre todo cerca del final, cuando se comienza a insinuar que ha tenido un triste final. Darme cuenta de que yo lo iba a pasar mal si los presagios se confirmaban fue un descubrimiento. Es decir, se trataba de alguien ficticio, que no existe más que como palabras impresas, y aún así mi preocupación era genuina. Soy incapaz de recordar otro libro o personaje que me haya causado el mismo efecto.


Y ahora sí, siguiendo el orden en el que los leí -si la memoria no me la juega-:


1. La flecha negra, de Robert Louis Stevenson. Recibí este libro como regalo de primera comunión, a los nueve años o así. Una edición muy bien ilustrada que todavía conservo. La historia, ambientada durante la Guerra de las Rosas en Inglaterra, describe las aventuras del joven Dick Shelton, a medida que descubre la verdad sobre su pasado y se involucra, muy a su pesar, en la contienda que azota el país, mientras trata de rescatar a su amada y derrotar a quienes desean su muerte.

Además de ser una novela de aventuras muy decente, mi recuerdo de la misma se centra en algunos momentos concretos. Hay un capítulo en el que, para una operación de rescate, Shelton y unos cuantos seguidores suyos realizan un desembarco nocturno en las cercanías de una mansión en la que traban combate con los defensores del lugar. El momento en que Dick está luchando con dos rivales a la vez, uno de ellos alto y fuerte, armado con un espadón, el otro más pequeño y rápido, con espada y daga, se me quedó grabado. Igual que la descripción de las tropas que siguen a Ricardo de Gloucester, detallando armas y armaduras. Aquí me di cuenta de que ni piratas, ni vaqueros, ni soldados modernos ni astronautas, a mí lo que me gustaba el tema de los caballeros, las espadas y demás. Y me da que esa atención al detalle en momentos como el combate de Shelton contra sus rivales que tanto me interesó, me vino de nuevo a la cabeza cuando comencé con los juegos de rol. Desde luego, me remite a cualquier título de la Familia d100 así como algunos primos cercanos, como Aquelarre.

2. La historia interminable, de Michael Ende. Hay libros que o se leen con una edad concreta o ya jamás será lo mismo. Algunos se me pasaron, como La isla del tesoro, que no leí sino hasta cercana la treintena y, claro, a esa edad no produce el mismo efecto. Pero con otros tuve la fortuna de que pasaran por mis manos en el momento adecuado. Ocurrió con El Hobbit, y también con este otro libro, que considero es la lectura fundamental de mi infancia.

Bastian Baltasar Bux es un niño que lo tiene difícil. Vive con su padre -que tiene sus propios problemas-, con el que no mantiene una relación muy estrecha. En el colegio sufre de bullyng y carece de amigos. Su refugio son los libros, y es con uno de estos con los que se dedica a pasar una jornada, evitando profesores de educación física y compañeros crueles, en el ático del colegio. Allí encuentra mucho más de lo que esperaba entre las páginas del libro que se ha llevado impulsivamente de una librería.

Sigo pensando que es una hermosa historia sobre aceptarse a sí mismo. Aunque, como todos, al leer el libro yo hubiera querido ser como Atreyu, en realidad me podía identificar mucho más con Bastian. Siendo niño me faltaba el vocabulario para explicar lo que me hacía sentir esta historia, pero no por ello dejaba de sentirlo. Cuando, tiempo después, pude ver la película, me daba cuenta de que el niño escogido para interpretar a Bastian -y que podría haber sido modelo infantil- no tenía nada que ver con el personaje que describía la novela. Es una cosa de la película que incluso hoy día me sigue molestando mucho, por cierto. En cuanto al libro, hace un tiempo encontré un viejo ejemplar en una librería de segunda mano, y me faltó tiempo para hacerme con él (el que leí en su momento, y más de una vez, pertenecía a mi hermana, a quien se lo habían regalado por su cumpleaños).

3. Las cavernas del terror, de Rose Estes. No soy muy original en esto, lo sé. Como muchos otros, el punto de contacto con los juegos de rol vino de la mano de esta colección de librojuegos, que yo iba recibiendo a través de Círculo de Lectores. En el primero de ellos el lector se pone en la piel de Caric, un guerrero que, como es buena gente, está dispuesto a salvar a una aldea de halflings cercana del brujo que maneja el cotarro en el lugar, y de paso meterse algunos tesoros en la bolsa.

Es simplón, pero era la primera vez que jugaba una cosa de estas y me enganchó. La minuciosa descripción del equipo portado por Caric es un detalle que se me quedó grabado, así como los elementos de fantasía. La página incluida al final, que describía someramente a los monstruos que aparecían en el libro me fascinaba (y cuando, años después, comencé a jugar a D&D, hizo que todo me resultase muy familiar). Lo que jamás llegué a descifrar en su momento era aquel extraño anuncio de un juego que se jugaba sin tablero, sino que todo estaba en la imaginación de los jugadores...

4. El hechicero de la Montaña de Fuego, de Ian Livingstone y Steve Jackson. Otro librojuego, este dirigido a un publico un poco mayor que la serie de Aventura sin Fin de D&D. Tanto por la temática de reglas -esta fue la primera vez que empleé dados para determinar el resultado de las acciones del personaje protagonista, aunque lo he hecho algunas veces más desde entonces- como por la estética del libro -con un impresionante Russ Nicholson ilustrando las páginas interiores, repletas de zombis pútridos, goblins a los que puedes oler la cerveza rancia y el sudor, y en general, un entorno mucho más amenazador que los representados en los de Aventura sin Fin-. La aproximación británica a la fantasía era muy diferente aséptico acercamiento de TSR y similares. Con el tiempo llegaría a apreciar más el estilo de los autores británicos. Y cuando pienso en esto, suelen ser las ilustraciones de Nicholson lo que me viene a la cabeza.

En las notas biográficas sobre los autores, por cierto, se mencionaba algo sobre el modo en que funcionaba un juego de rol, así como algunos títulos favoritos de los autores. Específicamente, Dungeons & Dragons, Traveller y RuneQuest.

5. El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle. en la biblioteca del colegio al que yo iba tenían varios libros de una colección de clásicos, creo que de la editorial Anaya. Me aficioné a esta serie y así leí El hombre invisible, El Doctor Jeckyl y Mister Hyde y La guerra de los mundos, entre otros. Pero el que más me impresionó fue El mundo perdido. Las aventuras de la pequeña expedición liderada por el profesor Challenger, que se adentra en la selva amazónica para alcanzar la aislada meseta en la que la evolución se detuvo, me tuvieron enganchado. Creo que lo leí un par de veces con pocos meses de diferencia.

Una lectura más moderna -y algo más cínica- de El mundo perdido podría señalar algunos matices negativos. Pero mi yo de diez años no entendería como la novela parece justificar el colonialismo, incluso en sus aspectos más brutales. Había otras cosas en las que fijarse.

O sea, en el libro salen dinosaurios. Y hombres prehistóricos luchando con lanzas.

6. El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien. Con doce años ya había leído El Hobbit, y estaba preparado -o eso pensaba yo- para entrar con el otro libro del mismo autor, la continuación de las aventuras vividas por Bilbo Bolsón. Me llevó unas tres ó cuatro semanas terminarlo; lo llevaba conmigo al colegio y durante el recreo buscaba algún rincón apartado -no había ático con animales disecados en el que esconderse, pero en fin- y leía. Y después volvía a casa y seguía leyendo.

Ya he mencionado antes que con El Hobbit tuve suerte. Lo leí con la edad para la que fue escrito, con la suficiente comprensión lectora como para que no se me escapase nada. Lo he leído alguna vez más después, pero aparte de la diversión, no encuentro nada nuevo (algo perfectamente normal). No ocurre lo mismo con El Señor de los Anillos.

Esta es una obra que tiene la cualidad de los grandes clásicos, que ofrecen una lectura distinta en función del punto en la vida en el que se encuentre el lector. A los doce años, mi comprensión no alcanzaba mucho más allá de la superficie. Mis personajes favoritos eran los pequeños y valientes hobbits, que terminaban siendo el factor que movió la balanza hacia la victoria de los Pueblos Libres. La siguiente lectura, con catorce ó quince años, me gustaba más Legolas, el arquero elfo molón. Pasados los veinte, decidí que mi personaje favorito era Boromir -desde entonces, solo muy recientemente ha cambiado un poco eso-, y comencé a apreciar la gran profundidad que contiene esta lectura. Con las siguientes lecturas descubría nuevos detalles, interpretaciones, apreciaciones. Es casi inagotable.

7. El vampiro de Ravenloft, de Jean Blashfield. El tercer y último librojuego de la lista. Este, aunque también publicado originalmente por TSR -por Timun Mas en España- pertenecía a una serie diferente a los de Aventura sin Fin (esta era Aventura Juego), pues se basaba más en AD&D que en BECMI. Al igual que en los Fighting Fantasy, aquí el protagonista contaba con datos cuantificados numéricamente para sus capacidades, y muchas de sus acciones se resolvían mediante una tirada de dados. El de esta entrega, la 6ª de la colección, era Jeren Sureblade, un paladín de alto nivel con el que el lector iba a jugar una versión de la aventura Ravenloft de AD&D. Salvar a Ireena Kolyana y derrotar a Stradh von Zarovich, y para todo eso hay que explorar su infame fortaleza, desde la que el vampiro mantiene el dominio sobre Barovia.

Durante los noventa, mis personajes favoritos en AD&D fueron los paladines y caballeros, con Jeren a modo de modelo. Me gustaba jugar siendo de los buenos.

8. Neuromante, de William Gibson. "El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto". Si hay una primera frase de una novela que yo pueda considerar que supera a esta, todavía no la he encontrado. Sintetiza el tono, estilo y ambiente de la novela en pocas palabras; urbano, industrial, tecnológico, depresivo, nihilista.

Leo más terror que ciencia ficción, pero no hay novela de terror que ponga por encima de Neuromante, que he leído varias veces. Case es un vaquero, un pirata informático al que sus jefes castigaron cuando trató de robarles. Lo hicieron dañando su sistema nervioso, imposibilitando que pueda volver a conectarse con una ciberconsola, algo peor que la muerte para alguien como él. Vive como un arrastrado en Japón cuando una misteriosa mujer, Molly Millions, se pone en contacto con él para ofrecerle un trabajo, a cambio de restablecer el daño sufrido y mucho dinero.

Es fácil quedarse con los elementos más superficiales de la novela, como Hideo el ninja clónico, los ciberimplantes y la Matriz (hasta donde llego, el término se acuñó aquí). Pero la novela tiene mucho más que eso. Sus secuelas, aunque buenas, no llegaron a la altura de esta joya, como no lo ha hecho ninguna otra novela más del autor -que me gusta mucho y del que tengo varios libros-. Y bueno, Neuromante es la principal fuente del juego Cyberpunk.

9. Dune, de Frank Herbert. Mi otro clásico de la ciencia ficción (aunque he leído varias novelas de este tipo, en realidad lo mío jamás ha sido el tema de naves espaciales, imperios galácticos al estilo de Asimov y demás tropos del género. Nada de eso me disgusta, pero no se encuentra entre mis principales preferencias). Creo que porque se apartaba de lo habitual en el género; ya había leído Fundación, que me gustó pero no me fascinó, igual que Cita con Rama y algunos otros clásicos. 

Dune era diferente. En algunos aspectos, más fantasía que ci-fi, con los mentat, las Bene Gesserit y las capacidades de las que podían hacer gala a base de controlar el propio cuerpo y mente. Las intrigas políticas y palaciegas, el empleo de la religión y la ecología. Es una obra barroca y elegante. Las secuelas no alcanzan la misma altura ni de lejos, aunque no por ello dejan de estar bien, excepto las últimas entregas, que están llenas de paja (Herbert tenía la cabeza en otras cosas en ese momento). La serie quedó inacabada por el fallecimiento del autor. Años después su hijo escribió, o le escribieron, unas cuantas precuelas y secuelas con las que supongo ganaría algún dinero. Pero yo no toco esos libros ni con un palo de tres metros.

Sobre rol, pues Fading Suns, que viene a ser una adaptación con los números de serie borrados (algo muy recurrente en el mundillo).

10. American Psycho, de Bret Easton Ellis. Otro que he leído varias veces. Aparentemente, se trata de una novela muy incomprendida por muchos lectores, al punto que el autor terminó escribiendo varios años después Lunar Park, en la que se pone a sí mismo en el papel protagonista de una trama relacionada con el modo en que American Psycho es malinterpretada.

En fin, la historia es conocida. Patrick Bateman es un yuppie que vive en el Nueva York de los años ochenta; una existencia completamente alienada por un trabajo en el que nunca parece hacer realmente nada, competiciones con amigos/rivales por banalidades tales como quién tiene la mejor tarjeta de presentación o quién puede conseguir reserva en los restaurantes más exclusivos. La novela, narrada en primera persona, describe algunas actividades privadas de Patrick, cargadas de violencia y crueldad e incluyendo varios asesinatos espantosos, pero que (spoiler gordo aquí), a medida que prosigue la historia va quedando cada vez más claro que estos crímenes no son sino fantasías de Bateman, su forma de evadirse de la vida gris, vacía y llena de absurdo que mantiene. Y es que realmente la novela está escrita de tal modo que los asesinatos son para el lector momentos de alivio entre capítulos que resultan mucho más incómodos, aunque describan asuntos banales y ridículos.

He leído algunas novelas más de Ellis, y sus temas recurrentes se encuentran ya presentes en American Psycho. No sé a qué juego podría inspirar esta novela, pero probablemente sea uno al que no me gustaría jugar.

11. El bastón rúnico, de Michael Moorcock. De todos los personajes de Moorcock, probablemente el mejor sea Elric de Melniboné, con el que consiguió, a base de formar un negativo del Conan de Robert E. Howard, el que quizá ha sido el último de los grandes personajes icónicos del género (no se me ocurre ninguno posterior que esté a la altura de los ya establecidos). En comparación, Dorian Hawkmoon, protagonista de El bastón rúnico, es un héroe manido, típico y tópico, y sin demasiado interés. 

Pero otra cosa son los mundos que ambos habitan. Los Reinos Jóvenes son aquí los que siguen la fórmula ya conocida, mientras que la Europa del Milenio Trágico es algo distinto; un mundo surgido de las cenizas de un lejano Apocalipsis, donde la tecnología preindustrial y las formas medievales se entremezclan con las creaciones de los hechiceros científicos y sus psicodélicos inventos. Si Elric ha sido imitado -al menos estéticamente- hasta la saciedad, creo que la ambientación de El bastón rúnico también ha sido la fuente de inspiración de muchas obras posteriores. Por lo demás, típico del Moorcock de la primera época, un montón de aventuras que se suceden casi sin pausa (en más de una ocasión he oído que escribía estas novelas en pocos días y sin revisiones, todo bajo los efectos de ciertas sustancias).

Aunque el protagonista es en realidad algo soso, entre sus aliados y compañeros los hay mucho más inspirados. Huillam D´Averc, en particular, el espadachín, ingeniero y poeta que cambia de bando para unirse a la causa de Hawkmoon, se convirtió en modelo para alguno de mis PJ favoritos, incluyendo uno de AD&D al que le puse ese mismo nombre.

12. La leyenda de Drizzt, de R. A. Salvatore. Al bueno de Robert Arnold Salvatore le estalló el éxito de una forma inesperada. Inventó a Drizzt Do´Urden a modo de mentor para el que debía haber sido el protagonista de Los héroes del Valle Viento Helado, el bárbaro Wulfgar. Pero con su pasado trágico y misterioso, además de su famosa "danza de las cimitarras", el drow renegado se volvió muy popular entre los lectores adolescentes de estas cosas. Si lo sabré yo, que era uno de ellos.

Durante unos años, las novelas de Salvatore, además de gustarme mucho, se convirtieron en el estándar oro para las partidas de AD&D. Tenían que parecerse a eso, tener elementos similares, tanto en la caracterización de los personajes, como en lo dramático de las tramas y, desde luego, la espectacularidad de los combates.

Leía con voracidad cada nueva entrega de la serie. Al menos hasta alcanzar los veintipocos años, cuando comenzaron a parecerme un poco repetitivos, a dedicar demasiado texto para describir el modo en que le largaba un viaje a un orco, y a cargarme un poco lo bueno que era Drizzt, con su infalible brújula moral. Con todo, seguí leyendo las siguientes entregas -con mucho menos entusiasmo, eso sí- hasta la trilogía Transiciones -con las que la serie acompañaba al salto que Reinos Olvidados había dado con la cuarta edición de D&D-. Más adelante leí Gauntlgrym, pero al comenzar el siguiente, Neverwinter, no pude avanzar más de capítulo y medio antes de dejarlo. 

Ya no podía más, y no he vuelto a tocar un libro de la serie en más de diez años -ha dado tiempo para varias entregas nuevas-. Pero mientras me gustó, lo hizo mucho, así que nunca renegaré de ello.

13. Las aventuras del Capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte. El primer libro que leí de Pérez-Reverte fue El Club Dumas, en 1993. No me perdí ningún nuevo libro suyo -ni paré hasta hacerme con los anteriores- hasta El asedio (2010). Con posterioridad a ese, alguno de Falcó (2016), que no seguí porque el protagonista me caía fatal, y Sidi (2019) que me pareció magnífico.

Y los Alatriste, por supuesto. A esos les he sido fiel desde 1996. Todos ellos, en realidad, historias bastante sencillas, pero escritas de tal modo que no lo parecen, con un estilo muy cuidado. Y con unos personajes muy bien caracterizados, comenzando por el protagonista, hecho de luces y sombras. No soy de los que les asoma el orgullo patrio al leer novelas de este tipo, pero sí me despertaron curiosidad por varios temas relativos al período histórico que tratan, que alivié profundizando en algunos temas. Y no me refiero solo a las campañas de los tercios.

En fin, desde la primera entrega tanto el autor como el lector han envejecido. Hace muy poco salió la octava entrega, Misión en París, y me faltó tiempo para hacerme con un ejemplar y leerlo. El tono en el que está escrito es más amargo, con mucho menos humor. Y yo estaba más dispuesto a mostrarme crítico en algunos puntos. Pero mira, al final lo pasé bien con la lectura.

Lástima lo del juego de rol, con lo bueno que era. Vergúenza para Devir por cancelar la línea.

14. El péndulo de Foucault, de Umberto Eco. Se cuenta medio en broma que las primeras páginas de esta novela son intencionadamente densas y obscuras para dificultar su lectura y que solo los lectores determinados -cual si de la iniciación a una sociedad ocultista se tratara- puedan merecer el conocimiento que viene después. Es cierto que el inicio puede ser un poco peñazo -yo no lo pude superar a la primera-, pero seguir adelante tiene la recompensa de una novela extraordinaria. La primera de Eco que leí, aunque luego seguirían varias más.

La historia trata sobre un grupo de amigos que dirigen una pequeña editorial y que a modo de diversión comienzan a idear una conspiranoia ficticia relacionando multitud de elementos y grupos muy dispersos. Todo ello mientras el protagonista va aprendiendo sobre tradiciones ocultistas y las creencias que mantienen, de la mano de un misterioso individuo. Al cabo, ficción y realidad comienzan a entremezclarse, poniendo a los creadores (¿descubridores?) de la conspiración en el punto de mira de gente que se toma estas cosas muy en serio.

Aparte de los valores literarios de esta novela -no he leído nada de Eco que no me haya parecido muy bueno, aunque no todas me hayan gustado por igual- El péndulo de Foucault se convirtió en mi guía para enriquecer algunas partidas y una campaña del juego Witchcraft, allá entre 2004 y 2006, más o menos. Para hacer partidas de Nephilim es poco menos que una lectura obligatoria.

15. La serpiente Uróboros, de E. R. Eddison. Hay un antes y un después de Tolkien, y desde hace años me interesa particularmente el antes, la mitad del siglo XX previa a la publicación de El Señor de los Anillos. Y si en su vertiente norteamericana esta tradición consiste en autores de revistas pulp, que escriben con un estilo moderno tanto en las tramas como en el habla de los personajes, y que ventean las tendencias y gustos del público para incluir en sus historias, la otra corriente, la británica, consiste normalmente en individuos  con formación académica, para quienes la escritura no suele ser la actividad nutricia -y por lo tanto disfrutan de más libertad para hacer las cosas al propio gusto- y que a la hora de establecer su estilo se fijan mucho en textos medievales, en sagas islandesas y recopilaciones como las Eddas y el Kalevala.

Ambas ramas han dado muy buenos frutos, y La serpiente Uróboros es uno de ellos. La historia de los tres señores de Demonlandia y su lucha contra la invasión de sus enemigos tradicionales de Brujolandia -tal vez Eddison no estuvo muy acertado poniendo nombres, pero que nadie se lleve a engaño, es un libro increiblemente bueno- viviendo todo tipo de aventuras, es una delicia de lectura. Hay un capítulo inicial que parece escrito bajo los efectos del opio, pero pasado aquello, la trama se desarrolla de forma fluida e interesante, si bien escrita con un estilo arcaico. Es más, a Eddison le interesaba describir a los villanos de la historia -que no son necesariamente malvados- de tal modo que resultan más interesantes, con sus intrigas palaciegas y sus dilemas, que los propios protagonistas. En particular uno de ellos, el señor Gro, que es uno de los grandes personajes olvidados de la literatura de fantasía.

Al poco de leer esta novela por primera vez, creo que con veinticinco años, me puse a escribir una ambientación para jugar en un entorno similar, tomando varias ideas del libro, y que jugaría con las reglas de Pendragón. A día de hoy usaría Mythras, RuneQuest o algo similar, claro.

16. La muerte de Arturo, de Thomas Malory Fue muy poca la diferencia de tiempo -no recuerdo si antes o después- entre leer La Serpiente Uróboros y este otro, seguramente uno de los mejores años de mi vida en lo que a cosecha literaria se refiere. Si llegué a encontrar fascinante la novela de Eddison, La muerte de Arturo me voló la cabeza. Leí los tres volúmenes de una edición de Siruela que saqué de la biblioteca -más adelante me hice con la edición en cartoné en dos partes- en dos semanas durante las cuales estuve atrapado en las páginas de este libro.

Lo tiene todo, y bien hecho. Tiene momentos emocionantes, cómicos, dramáticos y trágicos, todos muy bien llevados. Las andanzas de ser Dinadan acompañando a Tristán son divertidísimas. El choque entre Gawain y Arturo cuando éste exige a su sobrino que debe estar presente durante la ejecución de Ginebra está cargado de dramatismo. El momento en el que Gawain acude al lugar, después de que Lancelot rescate a la reina de la hoguera -y matando a muchos compañeros de la Mesa Redonda para ello, incluyendo los propios hermanos de Gawain- me sigue emocionando, y me parece el momento más trágico de toda la historia.

La novela, en la que el protagonismo va pasando de unos personajes a otros a medida que avanza la historia del reinado de Arturo, tiene algunas incoherencias debido a que se trata de una adaptación de la Vulgata -la versión francesa, anterior, del ciclo artúrico- y al final no todo encajaba perfectamente, quedando algunos flecos sueltos aquí y allá. Nada que me preocupe.

Después de leer esto, me volqué durante un tiempo en conseguir toda la Materia de Bretaña que pudiese, y de la que cuento con una humilde colección. Todavía tengo pendiente, ahora que lo pienso, el Lanzarote del Lago, que no me decido a comenzar (intimida un poco con sus más de mil seiscientas páginas).

Y, bueno, Pendragón.

17. Máscaras de matar, de León Arsenal. Lo expresé hace años en una entrada reseñando la novela, y lo sigo manteniendo hoy día: este libro me parece lo mejor que se ha escrito del género de fantasía en España. El mundo que describe, con sus diferentes culturas, sus costumbres y tradiciones mágicas, su forma de gestionar la sociedad y de hacer la guerra. La historia en sí es sencilla, pero todo lo que la adorna y rodea es material de primera. A Corocota, el cazador de cabezas, se le encarga encontrar y matar a la bruja Tuga Tursa, para castigar el saqueo de un santuario. Mientras, un ejército avanza sobre los Seis Dedos, la región en la que se desarrolla todo. A la cabeza marcha el Cufa Sabut, la máscara del poder. Los diversos pueblos de la región habrán de unirse para hacer frente al invasor.

Lo dicho, aunque su trama parezca manida -hasta cierto punto lo es, pero solo hasta cierto punto- el mundo que describe merece de sobra la lectura. Es una pena que el autor renunciara a escribir nada más sobre los Seis Dedos (ni sobre la fantasía en general, lo suyo es la novela histórica).

Hace un tiempo alguien trató de escribir y publicar una adaptación rolera de esto, pero el proyecto no debió de cuajar -creo que iba a ser publicado por Nosolorol, pero no estoy del todo seguro- porque el blog en el que se hablaba sobre el proyecto dejó de tener actividad después de una temporada. La adaptación se haría con Fate (como he dicho, hace ya bastantes años de esto). Yo, claro, tiraría de Mythras o quizá RuneQuest. Reglas de Animismo para las máscaras, Hechicería, Misticismo y Magia Común para otras cosas y a correr.

18. El lobo estepario, de Hermann Hesse. Con esta novela me ocurrió algo curioso, y es que más de una persona, sin conocerse entre sí ni tener conocimiento de lo que me habían dicho otros, me recomendaron este libro porque tras leerlo u oído hablar del mismo les había recordado a mí. Me picó la curiosidad y terminé por leerlo. Tras terminarlo, no supe si debía sentirme halagado o preocupado. Pero sí que habían tenido razón al recomendármelo. 

La historia de Harry Haller, su extraña desaparición de la pensión en la que vivía y los aún más extraños papeles que dejó detrás y que forman una historia a ratos surrealista, en ocasiones incluso cargadas de realismo mágico. Es un estudio de personajes, un intento de desentrañar la madeja que es Haller -un trasunto del propio Hesse, que había pasado por similares dificultades existenciales por aquella época-, en una crisis existencial en lo personal y lo social (Alemania en 1927 no debía de ser una fiesta).

Es una novela corta, pero de gran intensidad y carga emocional.

19. Los ciclos de Averoigne/Hiperbórea/Zothique, de Clark Ashton Smith. Aparte de alguna historia suelta -creo que se incluía una en Los Mitos de Cthulhu, la antología editada por Rafael Llopis- lo primero que leí de Clark Ashton Smith fue la recopilación de los relatos de Averoigne publicados en la edición pirata de Pulp ediciones, contando yo entonces con veintiseis ó veintisiete años. Compré algunos libros más de la colección Avalon, la que sacaba cosas de fantasía, pero a excepción de Lankhmar (y creo que de Nuestra señora de las tinieblas, si formaba parte de la misma), todo lo demás palidecía en comparación con Averoigne. Solo varios años más tarde podría completar mis lecturas del autor gracias a Valdemar, que publicó las antologías Zothique e Hiperborea.

Aunque Averoigne se mueve en torno a una ficticia región francesa, Hiperbórea lo hace en un supuesto pasado prehistórico de la tierra y Zothique describe el lejano y crepuscular futuro de nuestro mundo, en los tres casos, el esquema es el mismo. Una serie de relatos dispuestos en orden cronológico que, en conjunto, cubren un período que abarca varos siglos y generaciones. Historias con magia y seres sobrenaturales, y pasiones descontroladas y terror y en ocasiones aventura. Pero sobre todo un lirismo mórbido y exótico que lo impregna todo.

Las tramas no parecían preocupar a Ashton Smith, al punto que en algunos casos parecen inexistentes. Pero cuesta darse cuenta debido a lo hipnótico de su prosa.

Hay algunas aproximaciones roleras a Averoigne desde los tiempos de TSR y la primera edición de AD&D. De Hiperbórea encontramos elementos en el Dreamlands de Chaosium. No me consta que haya algo similar con Zothique. En cualquier caso, es posible -muy fácil, en realidad- adaptar estas ambientaciones a un entorno rolero. Captar el estilo que las hace tan especiales, eso ya es otro cantar.

20. Música para camaleones, de Truman Capote. Tratándose de Capote, lo normal es señalar A sangre fría, su obra maestra, o quizá Desayuno en Tiffany´s. Pero aunque ambos libros son muy buenos -y A sangre fría es decididamente mejor- el que a mí más me marcó fue Música para camaleones, que es una suerte de cajón de sastre en el que caben varias historias, ensayos, incluso una novela corta escrita con el mismo estilo de "novela de no ficción" ideado para A sangre fría. También hay entrevistas, reportajes, y varias pequeñas piezas más.

El conjunto, y por lo que este libro me gusta tanto, ofrece una imagen del autor, con su talento y sus vivencias y sus problemas y miserias. Se disecciona a sí mismo con tanta frialdad como lo hace con los asesinatos a los que dio celebridad con su pluma.

El rigor con el que escribió sobre algunos casos criminales, como en la novela corta Ataúdes tallados a mano, puede venirle bien a cualquiera que desee preparar casos para juegos de investigación como Hardboiled o La Llamada de Cthulhu.

21. La última partida, de Tim Powers. Powers es uno de esos autores que durante un tiempo me volvían loco pero que al cabo terminé por relegar, sin una razón clara para ello. Lo descubrí gracias a Gigamesh, que lo publicaba a menudo -debe de gustar bastante a Alejo Cuervo, imagino-, y la verdad es que todas sus novelas me resultan muy gratas, desde la bisoña Esencia Oscura, pasando por la famosa Las Puertas de Anubis, hasta la magnífica Declara. Vamos, que todas son buenas. Pero La última partida es mi favorita.

Una historia situada en Las Vegas, donde el juego se entremezcla con un submundo ocultista y donde las apuestas son más altas que el mero dinero. El gran premio que todos buscan es, digamos, convertirse en el Rey de la Baraja.

El modo en que Powers describe la magia y los procedimientos mágicos me asombró en su momento. Donde alguien como Brandon Sanderson concibe la magia como superpoderes regidos por unas pocas reglas muy claras y las técnicas con las que se emplean, la magia en las novelas de Powers es misteriosa, simbólica y moderna.

En lo que respecta a adaptaciones roleras, no es que La última partida quede bien en Unknown Armies. Es que un día John Tynes y Greg Stolze leyeron el libro y pensaron: "Eh, molaría hacer algo así en forma de juego de rol". Y si la verdad no es esa, no debe de ser muy distinta.

22. El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell. Con los años, mis opiniones sobre Campbell se han ido matizando. Su mayor virtud fue, creo, su valor como comunicador, porque con su modelo de monomito descrito en esta obra no descubrió nada, en realidad, excepto al público lego en la materia (ya había modelos similares anteriores y mejor preparados para hacer encajar cualquier elemento). Pero su forma de escribir transmitía la pasión que sentía por estos temas, algo que se contagia con facilidad en el lector. Tengo varios otros libros de este autor, entre los que destaco su monumental obra Las máscaras de dios, y de Campbell pasé a otros expertos en mitología y religiones antiguas.

Pero bueno, El héroe de las mil caras describe la estructura del monomito, una historia universal, o casi, según el autor, entre todas las culturas de la tierra. Se trata del viaje del héroe, dividido en una serie de episodios o estadios que siguen una estructura similar -una estructura que ha influido en muchos escritores y guionistas-. Con el tiempo, cuando se profundiza más, puede observarse que Campbell, como individuo de su tiempo, tenía sus propios sesgos y prejuicios, y que lo de universal no lo es tanto, a menos que se esté dispuesto a hacer pasar círculos por agujeros con forma cuadrada. Pero independientemente de eso, lo que cuenta, y cómo lo cuenta, hacen muy recomendable esta lectura.

El viaje del héroe es algo actualmente tan sobado en la cultura popular que no merece la pena detenerse demasiado en su estudio. Greg Stafford era fan de Joseph Campbell, y le citaba a menudo, supongo que le tendría en cuenta a la hora de crear Glorantha. Puede ser una lectura interesante y útil para alguien que busque cotas similares con el tratamiento de la mitología en una ambientación rolera de fantasía.

23. Filosofía a mano armada, de Tibor Fischer. Ya he mencionado que Neuromante contiene la mejor primera frase de un libro -en mi ranking personal, ojo- entre todos los que he leído. Pero el inicio de esta otra novela se quedaría en un ajustado segundo puesto. No reproduzco la frase aquí porque a) es un tanto extensa; y b) contiene elementos que podrían ser fácilmente -o maliciosamente- malentendidos y ahora no tengo ganas de movidas.

El protagonista de la novela, Eddie Féretro, profesor de Filosofía en Cambridge, ha huido de Reino Unido tras haber sido descubierto que metía mano en los fondos de la universidad para vicios propios, de los que tiene en gran cantidad. Fugado a Francia, y tras algunas desventuras más bien sórdidas, entra en contacto con Hubert, un delincuente recién salido de prisión. Ambos establecen una improbable amistad y deciden convertirse en atracadores de bancos.

El humor es negro y cínico, pero hay pocas novelas con las que me haya reído tanto como con esta. Posteriormente seguí leyendo algunas más del autor, británico de origen húngaro. Pero aunque El coleccionista de coleccionistas, Viaje al fondo de la habitación y Quién fuera Dios son entretenidas y divertidas, ningun se acerca a Filosofía a mano armada.

24. Trilogía del Bas-Lag, de China Mieville. Más que una trilogía, en puridad son tres novelas (La Estación de la Calle Perdido, La Cicatriz, El Consejo de Hierro) ambientadas en el mismo mundo creado por su autor. Un mundo que es tanto o más protagonista de las diferentes historias que los personajes, pues ese es el punto fuerte de China Mieville, de una imaginación tremenda a la hora de crear especies y sociedades. Hoy día sus tropos están más extendidos, empleados por otros autores, así que no sorprenderá tanto. Pero cuando leí por primera vez La Estación de la Calle Perdido, me quedé con sed de más; saber más sobre Nueva Crobuzón, la ciudad que sirve de escenario -y que resulta muy importante en las siguientes novelas-; y saber más sobre el mundo que rodea esta ciudad. Mieville alteró los tópicos más habituales del género, cambiando lo medieval por lo victoriano, lo rural por lo urbano e industrial. Un amigo me comentó una vez que con una sola de las ideas que este autor incluye de pasada en un capítulo cualquiera, un escritor menor podría montarse una trilogía. Le di la razón.

El propio Mieville ha sido rolero, lo que se nota e incluso se incluye algún guiño al respecto en alguno de sus libros. En una antigua Dragon Magazine, de cuando todavía la publicaba Paizo, le dedicaron varias páginas, incluyendo no solo una entrevista con el escritor, sino también una decente adaptación a la tercera edición de D&D, con mapas, bestiario, objetos mágicos y demás, todo extraído de las novelas.

25. Microsiervos, de Douglas Coupland. El canadiense Douglas Coupland es algo así como el reverso luminoso de gente como Bret Easton Ellis o Chuck Palahniuk. Se tratan temas parecidos, hay cierta familiaridad, pero al final los de Coupland son personajes más simpáticos, sus tramas son menos oscuras, sus finales son más esperanzadores. Leí esto con unos veintinueve años, y resultó un alivio en comparación con mis lecturas más habituales.

Coupland publicó Microsiervos en 1995, y por aquel entonces tuvo mucho éxito aquella historia de un grupo de trabajadores informáticos de Silicon Valley empleados en Microsoft. O sea, curran para Bill. Cada uno con sus particularidades, sus manías y sus problemas, trabajando a destajo en algo que, lejos de aliviar sus inquietudes, les consume y aliena. Pero en serio, es divertida, en absoluto una lectura depresiva.

Los libros posteriores del autor -la fama le había llegado anteriormente, con su primera novela, Generación X, término acuñado por él, según creo- que he llegado a leer me resultaron entretenidos, pero no alcanzan las cotas de Microsiervos. Planeta Champú, de 1992, también me gustó mucho. Jpod, de 2006, es casi como revisitar los temas de Microsiervos, pero de una forma algo más amarga.

Como ocurre con American Psycho, no se me ocurre un juego que pudiese albergar el tipo de historia que es Microsiervos. Pero al contrario que con la novela de Easton Ellis, si hubiese un juego así sí que me gustaría probarlo.

26. Conan el cimmerio, de Robert E. Howard. Aunque leí algunos relatos de Conan -no los cómics, sino las historias originales- por primera con unos quince años (un amigo me prestó uno de los libros publicados por forum allá por los ochenta), y más adelante leí algunos de los que formaban parte de la colección Fantasy de Martínez Roca, no fue hasta ya alcanzada la treintena que leí la colección completa, en los seis libros publicados por Timun Mas. 

Leer a Howard, y en particular sus historias de Conan, resulta liberador, sobre todo si se viene de inacabables series con tramas enrevesadas. Esta es la piedra fundamental de la Espada y Brujería; relatos rápidos, directos, emocionantes y con buena prosa. Como respirar aire fresco después de pasar mucho tiempo en un ambiente viciado. Todavía las leo de vez en cuando, sobre todo cuando quiero hacer una pausa entre otro tipo de lecturas. 

27. Cuentos de un soñador y otras fantasías, de Lord Dunsany. La primera historia que leí de Lord Dunsany, siendo yo todavía un adolescente, fue Días de ocio en el país del Yann, incluida en la antología de Rafael Llopis Los Mitos de Cthulhu, pero a ese relato tan maravilloso le han seguido muchos otros. Hace años leí la antología Cuentos de un soñador -es posible encontrarla en Alianza-, y con el tiempo varios otros libros de Lord Dunsany (La hija del rey del país de los elfos, El crepúsculo de la magia, La espada de Welleran y alguno que otro más). Muchas de sus historias aparecen en un reciente volumen de Valdemar, que aglutina muchos de estos relatos que yo llevaba leyendo a lo largo de varios años. 

Dunsany es otro de esos autores británicos pre-Tolkien. Espejo para muchos autores, inspiró a Lovecraft, a Clark Ashton Smith, a Tolkien, a Jack Vance. En algún sitio leí que quizá fue el autor de fantasía más influyente del siglo XX, por encontrarse tan cerca de la raíz del género en su versión moderna y la forma en que condicionó a todos los que le siguieron. No me parece una idea descabellada.

28. La Primera Ley, de Joe Abercrombie. Cada escritor tiene sus puntos fuertes. Allá donde China Mieville es un autor centrado en el desarrollo de mundos, y George R. R. Martin se apoya en sus tramas con giros más o menos imprevistos, Joe Abercrombie se dedica los personajes. La caracterización de sus personajes me parece excelente, incluso aunque sus tramas sean sencillas y el mundo en el que suceden apenas esté algo más que esbozado.

Las tres partes que conforman esta historia (La voz de las espadas, Antes de que los cuelguen, El argumento definitivo de los reyes) nos hacen seguir los pasos de unos cuantos personajes, los más importantes de entre los mismos son el Inquisidor Glokta -amargado y cínico- y el afamado guerrero norteño Logen Nuevededos -que trata de huir de su sanguinario pasado-. Leí estos libros por primera vez con treinta y tres, quizá treinta y cuatro años. Me engancharon desde la primera página. Lo disfruté terriblemente, incluso cuando su lectura me ponía de mala leche. Lamenté terminarlos.

***

Pero los terminé. A estos les siguieron otros, muchos otros, algunos incluso del mismo Abercrombie, pero ya nunca más he vuelto a tener la misma sensación con la lectura de un libro. Es decir, puedo disfrutarlos, me entretienen, me hacen reír o me entristecen. Pero ya no me provocan esa excitación, esa sensación de maravilla, el notar como se acelera la sangre por la emoción. El que me parece mejor libro que he leído en lo que llevamos de año, La espada fulgurante, de Lev Grossman, no dejó de parecerme interesante y entretenido. No porque no me pareciese bueno (lo es y mucho), sino porque los libros ya no afectan como antes.

Cosa de la edad y la vida, supongo, que te insensibilizan. Imagino que ya hace tiempo que dejé de ser como Bastian, y me he ido convirtiendo cada vez más en alguien como Karl Konrad Koreander, el viejo librero al que ya no le queda sino pasar el testigo para que otros sigan manteniendo viva esa Fantasía que él ya no puede visitar.

Con todo, sigo leyendo todo lo que me resulta posible. 


¿Cómo, que he puesto algunos títulos de más? Como si solo veinticinco me fueran a resultar suficientes. Y los que me dejo fuera: Ébano, de Ryszard Kapuscinsky; Terry Pratchett; Los mitos de Cthulhu, la antología editada por Rafael Llopis; Charles Bukowski; Argonáuticas, de Apolonio de Rodas; Mircea Eliade; La máquina blanda, de William Burroughs; Chuck Palahniuk; El túnel, de Ernesto Sabato; H. P. Lovecraft; Historia de las cruzadas, de Steven Runciman; El último deseo y La sangre de los elfos, de Andrzej Sapkowski; La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán; Los libros de sangre, de Clive Barker; las novelas de Battletech escritas por Michael A. Stackpole; Guy Gavriel Kay; El Señor de la Luz, de Roger Zelazny; Los mitos griegos, de Robert Graves. James Ellroy; Warlock, de Oakley Hall. Y muchos más. 

Pero creo que los más decisivos, para bien o para mal, son los que he listado más arriba. Que, puestos en perspectiva, no forman la pandilla más alegre. Hay una buena dosis de pesimismo y de "el mundo es una mierda", pero creo que también podría ser peor. Ah, qué más da.

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