viernes, 13 de marzo de 2015

Oook

Una vez, hace unos años, conocí a un tipo que había sido uno de los miembros fundadores de la Sociedad Tolkien española. Su primer presidente, o algo por el estilo, no lo recuerdo bien.

El caso es que este hombre tenía -por lo que sé, supongo que sigue teniendo- una página web dedicada a sus cosas de Tolkien y eso. Por curiosidad, me puse a revisar la página, a pesar de mi desconfianza general hacia los miembros de este grupo. Supongo que los habrá, pero creo que todavía no he conocido a un miembro de la Sociedad Tolkien que no me de un poco de repelús por su carácter casi sectario. Ya sabéis: Tolkien es perfecto, y partiendo de la aceptación de esa premisa, ya podemos discutir si quieres.

(Por cierto, me gustan los libros del Profesor, les reconozco su valía y su enorme mérito, pero eso no significa que sea ciego a sus defectos, así que por favor, no nos desviemos demasiado del tema)

Bueno, el caso es que en la página web y el blog de este señor aparecían fotos y comentarios sobre sus varios y variados actos en calidad de representante de la sociedad, o como experto en la obra de J.R.R Tolkien. Y en uno de esos actos, resulta que en una mesa redonda había estado también presente Terry Pratchett.

Joder, que envidia me dio. Había conocido a un escritor al que admiro mucho por su talento pero que, además, sospecho que debía de ser un individuo muy interesante de conocer. Alguien con quien me habría gustado compartir unas palabras. Ese sí que sería un recuerdo para guardar con afecto aun después de muchos años.

Así que cuando volví a hablar con el dueño de la página web -por el que, de forma cauta, mi respeto había aumentado considerablemente-, enseguida le pregunté por aquello ¿Había conocido a Pratchett? ¿Habló con él? Repito, aquello me causaba una sana envidia.

"Puaf. Era un chulo que iba de sobrado". Eso es lo que me respondió.

No quise entrar en detalles, pues tuve -y tengo aún- la sospecha de que la arrogancia de la que acusaba a Pratchett se basaba en no haber mostrado la suficiente humildad, y compartir el credo de que Tolkien es todo a lo que se puede aspirar en la literatura y no hay más que decir porque si piensas lo contrario es que estás equivocado y eres un berzotas. Como no tenía ganas de meterme en una discusión, y menos con un fanático tolkienita ortodoxo, dejé el tema. En fin, no dudo que habrá miembros de la Sociedad Tolkien que sean capaces de mostrarse razonables y no enseñen los dientes en cuanto alguien les cuestione mínimamente. Este señor no parecía de esos, así que preferí dejarlo estar.

Pero es que conoció al creador de Rincewind, de Vimes, de Zanahoria, de Cohen, del Bibliotecario. Y no lo supo apreciar. Menudo ooook, el tío.

Pues eso, que ahora ya nadie más tendrá ocasión de conocer a Pratchett. Sólo espero que su hora le haya llegado cuando él así lo decidiese, en lugar de tener que sufrir su enfermedad, impotente, y ver como la gente que quería sufría con y por él (Y sobre esto, podéis estar seguros de que sé de lo que estoy hablando).

Quedan sus libros, con las risas que han causado, y las que causarán. Y también esa lectura más tranquila, más profunda, en la que se advierte un análisis de nuestra realidad, nuestra sociedad y sus instituciones, con nuestras costumbres y nuestras miserias, que en muy pocos otros autores he hallado más perspicaz.

Este mundo y esta vida es lo que hay, nada más. Eso es lo que creo. Aunque a veces me gustaría poder creer otras cosas. Como por ejemplo, que la Horda de Plata, en su viaje entre los mundos a lomos de esos caballos que tan educadamente les tomaron prestados a las valquirias, tiene ahora un nuevo miembro. Sería bonito, ese final.

4 comentarios:

  1. Qué anécdota tan bien hilada, Cronista, me ha encantado.

    (Pratchett fue si no el primero, el segundo o tercer autor que leí en su lengua original... muy recomendable).

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    1. Realmente es recomendable. El primer libro suyo que leí fue Imágenes en acción, hace la tira de tiempo. Lo acabé de una sentada, sin parar de reír. Los últimos suyos que he leído ya no me hacían reír tanto -no porque fuesen menos ingeniosos, sino porque ahora es más difícil arrancarme una carcajada-, pero los he disfrutado tanto o más, por lo incisivo de sus observaciones.

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  2. Para mí tenía mucho de analista de la realidad, e incluso de filósofo en el buen sentido.

    Un genio.

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