sábado, 21 de septiembre de 2013

Crusaders of the Amber Coast (Sesión 23 y última)

5 de abril de 1242

La situación parecía desesperada.

Adam, Tekla y Zemvaldis llegaron hasta las orillas del helado Lago Pelpus, cabalgando al frente de unas cuantas docenas de hombres cansados y asustados. Se habían cuidado mucho de explicarles la verdadera naturaleza de los caballeros que les seguían, pero los germanos y auxiliares livonios y estonios no se perdían el hecho de que estaban huyendo de ellos. De haber sabido que aquellos jinetes eran en realidad los Hermanos de la Espada salidos de la tumba para combatir engañados por las mentiras de Vytautas, habrían salido despavoridos.

Desde que se encontraron con la columna de jinetes espectrales, la tropa de Ascheradan había apretado el paso para reunirse con Dietrich von Gruningen y contarle el sacrilegio que su supuesto aliado había cometido. Antes de ponerse en marcha, Adam envió al Hermano Otto, junto con los pocos hombres montados con los que contaban, con el Ostmeister, intentando ponerle sobre aviso antes de la llegada del resto.

Casi consiguieron llegar a tiempo.

La vista con la que se encontraron llenó de temor el corazón de los tres compañeros. Ante ellos se extendía el enorme campamento de la hueste de cruzados, pero quedaban pocos hombres allí. Más adelante, junto a la orilla del lago, cuya superficie completamente helada podría sostener fácilmente el peso de ejércitos enteros, se alineaban las tropas, preparadas a recibir la orden de entrar en combate. En el flanco más cercano ondeaba la bandera de Dorpat, la insignia de Hermann von Luxhoeven, en torno a la cual se agrupaban la infantería estonia y algunos caballeros germanos.

A más de un kilómetro de distancia aguardaba el otro flanco, formado principalmente por las fuerzas danesas al mando del Barón Lars Svensson. También allí se podía contemplar la insignia de los Hermanos de la Espada, junto a la cruz negra de los Teutones, parte de los cuales estaban al mando de Andreas von Felben. También allí aguardaban el momento de entrar en combate.

No así el centro del ejército, que se había puesto ya en marcha. Sobre el lago, a varios centenares de metros ya de la orilla, la caballería avanzaba. Dirigidos por Dietrich von Gruningen, un centenar de caballeros teutones, cuyos labios musitaban las oraciones que habrían de conferirles fuerza a ellos y a sus armas en el campo de batalla, cabalgaban junto a unos seiscientos caballeros laicos, ansiosos por asestar un golpe mortal, mediante el uso de la carga de caballería, la más eficaz de las tácticas conocidas en el campo de batalla, a sus enemigos, que les aguardaban más adelante.

Allá, a un kilómetro de distancia de la orilla del lago, se alzaba una isla. Y en la orilla de la isla, apenas distinguibles en la distancia como algo más que una cerrada aglomeración, aguardaban las tropas de Novgorod, dispuestas a recibir a sus enemigos.

Imposibilitado el contraataque ruso contra Dorpat debido a la decidida defensa del Mooste, Nevski se había visto obligado a retroceder hacia sus propias fronteras, para evitar ver cortada su retirada por algunas de las fuerzas germanas. Justo en el Lago Pelpus, frontera natural entre Novgorod y Estonia, había decidido plantar batalla a los cruzados, cuyos tres ejércitos, al mando del Obispo de Dorpat, de Andreas von Felben y de Dietrich von Gruningen, se habían unido finalmente. Aun así, las tropas rusas superaban ampliamente en número a sus enemigos. A los cruzados no les importaba. Confiando en su superior caballería, esperaban que a la primera carga las filas de los rusos se rompieran, devastadas por el imparable asalto.

De todo esto fueron informados los de Ascheradan por el Obispo de Dorpat, quien todavía aguardaba en su pabellón, mientras sus pajes le vestían con la armadura. Las advertencias de traición por parte del noble lituano Vytautas cayeron en oídos sordos, máxime cuando el propio Vytautas cabalgaba a la vera de Dietrich contra los rusos mientras ellos hablaban. Hermann no quería saber nada de muertos cabalgando, ni de ningún otro sinsentido. Nada que le distrajese de la batalla que, en esos mismos momentos, estaba comenzando.

No se le escapó a los recién llegados que los oídos del obispo estaban ya envenenados. Junto a su Ilustrísima aguardaba uno de los hombres de Vytautas, Gederts, a quien Tekla reconoció como uno de sus guerreros de confianza, y por supuesto, un vilkacis. Gederts pareció sorprendido de encontrar allí a Tekla, a quien creía aún en Kiauliai, pero se repuso pronto de su sorpresa, ayudando a mantener convencido al obispo de la lealtad de Vytautas.

-Sin duda, su Ilustrísima no olvidará la promesa hecha a mi señor. Cuando se alcance la victoria contra los rusos y Novgorod sea conquistada, mi señor Vytautas tomará posesión de la plaza, a cambio de todos los favores convenidos previamente.

El obispo asintió ante tales palabras, para desconcierto de Adam. Hasta el momento, el komtur había pensado que el plan de Vytautas era la traición y destrucción del ejército cruzado. Ahora comenzaba a pensar que, realmente, el Señor de los vilkacis deseaba la victoria de la Orden Teutónica.

Antes de que la discusión pasara a mayores, Andreas von Felben se presentó en el pabellón, alertado de la noticia de la llegada de Adam y los suyos. Sacó rápidamente a los tres de allí.

-Si continuáis presionando al obispo con esa historia, estaréis haciendo lo que quiere la gente de Vytautas. Podrían susurrar acusaciones de traición al obispo, y haceros ejecutar. Haréis mejor acompañándome.

Mientras caminaban, el caballero explicó que los rumores de diferencias entre él y Dietrich eran ciertos. Von Felben consideraba un desperdicio toda esta campaña, y así se lo había dicho al Ostmeister en una acalorada discusión. Furioso, Dietrich había apartado las fuerzas de Andreas de su lado, dejándolo en uno de los flancos.

También les explicó que ciertamente, el Hermano Otto había llegado unos días atrás. Había tratado de contar algo muy extraño y, para Andreas, preocupante, pero no había sido creído y se le ordenó guardar silencio. Ahora cabalgaba junto a Dietrich y los suyos a la batalla.

Siguiendo las instrucciones del Obispo de Dorpat, Andreas condujo a los tres, junto a la fuerza que comandaban, hasta el flanco izquierdo del ejército, el dirigido por el Barón Svensson. Presentados al noble danés, este pareció fastidiado por la presencia de los nuevos, pero pronto encontró una tarea que encomendarles.

-Los enemigos que teníamos enfrente han comenzado a retirarse. Quizá su voluntad de combatir se ha quebrado al presenciar la carga de vuestro Maestre, pero también podría tratarse de un ardid. Para asegurarnos de ello hemos de enviar una avanzadilla que explore el terreno. Encargaos vos y los vuestros, Hermano Adam.

Con tan desalentadora perspectiva, la fuerza de Ascheradan se puso en marcha, poniendo sus pies sobre la helada superficie del lago, y comenzando a caminar hacia la otra orilla. Lo peor de todo, ya podían distinguir en la lejanía, allá por donde ellos mismos habían llegado hasta el campo de batalla, a la columna de espectros, que infatigablemente cabalgaban para tomar parte en aquella lucha.

Sobre el hielo había un silencio casi sepulcral. Con las propias filas un kilómetro atrás, aún sobre la orilla, y los sonidos de la batalla llegando muy amortiguados desde la isla en la que la valiente milicia de Novgorod hacía lo imposible para contener el embate de la más perfecta maquinaria bélica de su época, también a varios centenares de metros de distancia.

Pronto tuvieron la isla sobre la que se combatía a su derecha, la escena de la batalla quedó oculta a sus ojos tras la espesura formada por los árboles que la cubrían. Pero siguieron avanzando, esperando descubrir alguna trampa preparada por los rusos y temiendo, a su vez, el que esta saltara sobre ellos. Sabían que no eran más que un cebo, una fuerza sacrificable para evitar un daño mayor a la totalidad del ejército. Y los Hermanos de la Espada muertos seguían acercándose al campo de batalla.

De repente, sonó el restallar de un relámpago, que golpeó la copa de uno de los árboles más próximos a la orilla del lago. Tras la caída del rayo, sonó un grito de agonía, mientras una figura se precipitaba desde la copa hasta el suelo, trazando una estela humeante antes de estrellarse contra el suelo. Se trataba, vieron con asombro, de un velno, uno de los diablos a los que ya se habían enfrentado en el pasado. La leyenda decía que cada vez que un relámpago hería un árbol, se trataba del dios Perkons abatiendo una de estas odiosas criaturas. En este caso, parecía ser cierto.

Mientras Adam, Zemvaldis y Tekla, que se habían adelantado para inspeccionar el cadáver contemplaban la escena, de entre los árboles surgió el Viejo Capagrís. Era esta la tercera ocasión en que lo veían en el tiempo que habían pasado juntos, desde que el extraño anciano encargase a Adam y Zemvaldis el cuidado de Tekla, ocho años atrás. Lo habían vuelto a ver junto al Kriwe, el alto druida de la romuva, la religión báltica, y éste último trataba al viejo con sumo respeto.

El anciano saludó a sus sorprendidos interlocutores, alabando la puntería de Perkons en su afán de destruir diablos. Fue Tekla quien relacionó las experiencias pasadas para establecer la identidad del desconocido. De entre todos los Dieva Deli, los Hijos de Dios, el nombre con el que se conoce al conjunto de dioses adorados en los pueblos bálticos, hay uno cuya adoración directa está permitida sólo al Kriwe. Sólo éste puede iniciarse en el culto al propio Dievs, el padre de los dioses, creador del mundo, quien se encuentra demasiado alejado de los mortales como para que estos puedan alcanzarle con sus rezos.
Dievs, cuyo nombre se traduce simplemente como Dios.

Mientras en la lejanía la batalla se recrudecía, el Viejo Capagrís demostró estar muy al tanto de todo lo que estaba ocurriendo, así como de cuál era el plan de Vytautas. Éste había engañado a los Hermanos de la Espada muertos en el Saule, ofreciéndoles una falsa oportunidad de recuperar su honor derrotando a Alexander Nevski, a quién había descrito como un pagano, que compartía la fe de los tártaros. Pero Nevski era cristiano, aunque los generales de Batu Khan le consideraban un aliado, más que el vasallo que técnicamente era. Como siempre, las mejores mentiras son aquellas que contienen una parte de verdad.

Si los caballeros espectrales entraban en combate, no podrían ser detenidos. El ejército de Novgorod caería ante semejante enemigo, y la ciudad sería conquistada. Sería un triunfo absoluto para los cruzados. Excepto que no habría triunfo en absoluto.

Nada bueno puede surgir de lo que ha logrado recurriendo a las fuerzas del Mal, y esto no sería una excepción. Un nuevo reino, gobernado por Vytautas, conquistado mediante el recurso de la más vil de las brujerías, estaría podrido desde su inicio. Se convertiría en un sumidero de maldad y una fuente de poder para los vilkacis, que crecerían de forma imparable en toda la región.

Para detener este plan, los Hermanos de la Espada deberían ser convencidos de haber sido engañados, dándoles tiempo a contemplar a sus enemigos, para que se diesen cuenta de que les habían enviado a matar cristianos.

Pero, ay, los tártaros también estarían presentes en el campo de batalla. Y ya se aproximaban, doscientos jinetes listos para soltar la muerte emplumada desde sus poderosos arcos. Si los Hermanos llegasen a verles, ya no sería posible convencerles.

Así que habría que llevar a cabo dos peligrosas tareas simultáneas. Por una parte, los mongoles debían ser retenidos el tiempo suficiente como para que se pudiese hablar con los espectros. Por otro lado, los jinetes muertos debían ser convencidos de su error, mientras se les mostraba la evidencia de la fe de la gente contra la que habían sido enviados a luchar.

Después de discutirlo brevemente, se decidió que Zemvaldis y Tekla, junto con las tropas de Ascheradan, saldrían al paso de los tártaros para retrasar su avance todo lo posible. Mientras tanto, Adam se interpondría en el camino de sus antiguos hermanos para intentar hacerles entrar en razón. El Viejo Capagrís le acompañaría.

Mientras, la batalla continuaba. Los hombres luchaban y morían inconscientes de cuán importante sería el desarrollo, y el resultado, de la lucha en la que estaban tomando parte.

***

Infantes germanos, junto con los auxiliares livonios y estonios sumaban unos ochenta hombres. Los mongoles eran más del doble, montados a caballo y con sus temibles arcos, que manejaban expertamente.

Ni Zemvaldis ni Tekla se hacían ninguna ilusión respecto al resultado de lo que iba a ocurrir. Pero debían hacer lo posible para dar tiempo a Adam, si querían salvar toda aquella tierra del dominio de los Poderes Oscuros a los que servía Vytautas. Incluso si eso significaba sacrificar sus propias vidas. O las de los hombres bajo su mando.

Al principio los tártaros se detuvieron, sorprendidos de que una fuerza tan inferior les presentase batalla.  Pero su impaciencia, junto a la urgencia de unirse al combate principal les hizo tomar los arcos y comenzar a soltar descargas contra los infantes.

Aquello no era digno de ser llamado una batalla. Los soldados de Ascheradan no tuvieron ninguna oportunidad. Al principio hicieron lo posible por devolver el fuego, con las ballestas de la veintena de germanos que estaban allí. Provocaron algunas bajas entre los tártaros, pero era poco en comparación con la lluvia letal que estos hacían caer sobre ellos a cada descarga. Pronto, todos los germanos estaban muertos o demasiado heridos para poder seguir combatiendo.

Los auxiliares estuvieron a punto de perder el valor, y algunos saliendo corriendo. Pero las palabras de Zemvaldis y Tekla, junto con la visión de los fugitivos siendo pasados por las armas por algunos jinetes salidos en su persecución, dio determinación a los guerreros para mantenerse allí y morir de pie.

Pronto, en torno al grupo menguante de hombres de armas se extendía un enorme charco de sangre que enrojecía el hielo sobre el que se alzaban. Con cada descarga de flechas, más y más hombres caían derribados, muertos o heridos. Zemvaldis hizo lo que pudo para proteger a Tekla, despreciando su propia seguridad y usando su escudo para cubrir a la joven ragana. Ninguno de los dos se libró de la mordedura de las saetas disparadas contra ellos.

Finalmente, sólo unos pocos hombres quedaban con vida. La mayoría estaban tendidos en el hielo, muertos por una causa que no comprendían. Otros se arrastraban con una o más flechas hundidas en su carne. Los mongoles, considerando que habían derrotado a esta fuerza, pero conscientes de que debían apresurarse para atacar el flanco de la caballería germana, dejaron atrás a los escasos supervivientes.

Después de que Tekla atendiese las heridas de Zemvaldis y las suyas propias, ambos se pusieron en marcha, decididos a reunirse con Adam para el final de este drama.

***

Los monjes caballeros que habían regresado de la tumba se disponían ya a entrar en combate, abandonando la formación de columna para crear una línea, listos para cargar.

Pero frente a ellos surgieron dos figuras, había un anciano, que parecía deslizarse sobre el hielo sin ningún impulso aparente, sobre dos esquíes que parecían de cristal. A su lado, un caballero que portaba las mismas enseñas y colores que la hueste que se alzaba frente a él.

Adam podía distinguir rostros conocidos. Allí estaba Lucien, el normando de risa fácil. Gottfried von Eisenburg, quien fuera komtur de la encomienda de Lennewarden, y tío de Otto. Wilfred von Bremen, antiguo superior de Adam, que siempre se había mostrado como alguien justo.

Y al frente de ellos, el antiguo Maestre de la Hermandad de la Espada, Volkwin von Winterstein. Éste avanzó hacia Adam, hablando con una voz que no tenía nada que ver con los sonidos que podía proferir cualquier ser viviente.

-¿Quién eres para interponerte entre los Hermanos de la Espada y su honor perdido? Apártate de nuestro camino o serás hecho pedazos.

Embargado por la emoción de ver a sus camaradas muertos en semejante estado, Adam habló. Les habló sobre las mentiras de Vytautas, sobre la fe de los rusos, sobre cómo, aquello que estaban haciendo, lejos de devolverles su honor, les haría caer en el mayor de los pecados, condenando sus almas al Infierno. Les habló como alguien que velaba por su bien y como su antiguo hermano de armas, que se sentía culpable por no haber compartido su destino en la Batalla del Saule, años atrás.

A lo lejos, mientras hablaba, Adam podía ver a Vytautas, que cabalgaba acompañado de algunos de sus hombres hasta aquel lugar. Extrañado por la escena que se estaba desarrollando, el Señor de los vilkacis comenzó a proferir ensalmos sobre sus armas, preparándose para entrar en combate y matar al entrometido.
Pero Vytautas no era el único que se había percatado de que algo extraño ocurría allí. Hermann, el Obispo de Dorpat, también se había acercado al lugar. Asombrado, reconoció a Volkwin. Pero antes de poder reaccionar, cayó derribado de su montura, golpeado a traición por Vytautas. No estaba herido de gravedad, el vilkacis se había asegurado de golpear el rostro del obispo con el plano de su hacha de batalla, pero quedó tendido en el suelo, inconsciente.

El tiempo comprado con las vidas de la mesnada de Ascheradan, y la visión de los guerreros rusos en la lejanía, con sus estandartes mostrando iconos religiosos, acabaron por arrancar la venda de los ojos de los caballeros muertos. Enfurecido por el engaño sufrido, Volkwin se giró hacia el Señor de los vilkacis.

-¡Vytautas, embustero! ¿Para qué nos has traído aquí? ¡No hay honor que ganar en este lugar, no si matamos a otros cristianos! ¿Qué clase de monstruo engendrado en los infiernos eres? ¡Hermanos, preparaos para combatir! ¡Recuperaremos nuestro honor… Enfrentándonos a este diablo!

Vytautas, consciente de haber perdido el control, emprendió la fuga, perseguido de cerca por los Hermanos de la Espada. Mientras galopaba, extrajo de su vaina una espada, la que fuese la hoja de Volkwin, la espada sagrada cuyo pomo albergaba poderosas reliquias. La espada era el vínculo que Vytautas había establecido para mantener a los Hermanos de la Espada caminando por el mundo de los vivos. Ahora, gritando a los cuatro vientos poderosas y terribles palabras de poder, invocando a sus oscuros señores, deshacía ese vínculo. Arrojó la espada lejos de sí.

Una niebla surgió de la superficie helada del lago, allá donde la espada había caído. Los caballeros espectrales se precipitaron hacia aquel lugar, desapareciendo entre la bruma, como si las aguas del lago se los estuviesen tragando. Y así debió de parecer a cualquier que contemplase la escena desde la lejanía…

En la distancia, sonaba el retumbar de los cascos de caballos contra el suelo. Saliendo de su escondite al otro lado de la isla, la caballería del Príncipe Alexander Nevski, con éste cabalgando orgullosamente a la cabeza de sus hombres, entraba en las páginas de la historia mientras se precipitaba contra el flanco de los caballeros cruzados, retenidos todavía por el extraordinario esfuerzo de la infantería de Novgorod. Por el otro lado, los tártaros llegaban, y comenzaban a descargar sus flechas contra los germanos, que comenzaban a darse cuenta de que estaban desbordados.

Pero esto ocurría lejos, y otras cosas reclamaban la atención inmediata de Adam, así como de Tekla y Zemvaldis, que acababan de llegar. Vytautas, furioso por el fracaso de su plan, estaba decidido a matar al caballero, tal y como diese muerte a su hermano años atrás. Con él cabalgaban Gederts y Spidala, tan ansiosos de venganza como su señor, los tres adoptando las monstruosas formas, mitad hombre, mitad lobo, que revelaban su verdadera naturaleza. Se arrojaron contra Adam y Zemvaldis, pues no era deseo del Señor de los vilkacis el que nadie dañase a su hija Tekla.

Fue una lucha desesperada y cruel. Gederts cayó bajo el hacha de Zemvaldis, quién le derribó al suelo y la emprendió a golpes con el vilkacis, ayudado por la magia de Tekla.

Mientras, Adam derribaba a Vytautas de su caballo con su lanza. Pero el vilkacis se puso pronto en pie, arrojando un venablo contra Adam, que quedó herido en la cabeza. El caballero se abalanzó contra su enemigo, pero quedó derribado cuando el dolor de su herida le impidió reaccionar con la suficiente rapidez como para impedir un golpe del hacha de Vytautas, que le acabó derribando de su montura.

Zemvaldis y Tekla se enfrentaban a Spidala con hacha y conjuro. La que hubiese podido ser señora de Aizkrauklis usó sus conjuros y tretas contra su antiguo amante, pero éste, en un despliegue de determinación que dejó asombrados a todos los presentes, se sobrepuso a todos los ataques de la bruja, hasta que logró derribarla con un certero golpe de su hacha, dejando el cuerpo de la mujer, que era también la madre de su hijo, tendido sobre el hielo.

Fue entonces cuando Zemvaldis se dio cuenta del apuro que estaba pasando Adam, quien, tirado en el suelo, aguantaba como podía los asaltos de Vytautas, cuya sobrehumana fuerza confería una potencia terrible a los golpes de su hacha.

El livonio no se lo pensó dos veces. Arremetió contra el Señor de los vilkacis, distrayéndole el tiempo suficiente como para que Adam lograra ponerse en pie. Tekla, mientras tanto, usaba todas sus artes contra su padre, pero las defensas que este mantenía contra maldiciones y ataques que se valiesen de cualquier magia era más de lo que la joven podía superar.

Enfrentado a Zemvaldis, Vytautas lanzó un contundente golpe que el livonio no acertó a evitar, cayendo al suelo con una pierna gravemente herida. Pero Adam ya estaba en pie, y aprovechó el momento para lanzar un golpe mortal contra el cuello de su odiado enemigo, atravesándolo de una precisa estocada.

Vytautas cayó al suelo, ante la mirada impasible de Tekla, a quién contemplaba con orgullo, como si le hubiera confirmado con su propia muerte la confianza que había depositado en su hija como heredera. Después, el Señor de los vilkacis murió.

***

La batalla, ya claramente perdida, se había convertido en una retirada general de las fuerzas cruzadas. Habían sufrido una derrota contundente, que acabaría para siempre con las aspiraciones de la Orden Teutona de expandir su territorio en aquella dirección. El ejército no fue aniquilado, pero si sufrió suficientes daños como para que en el futuro, tan sólo pudiese mantenerse a la defensiva.

Adam no quiso dejar abandonados a los pocos hombres que habían sobrevivido tras seguirle durante tanto tiempo, y dejó a Tekla y Zemvaldis, así como al Obispo de Dorpat, ya despierto aunque dolorido tras el golpe de Vytautas, para que huyesen. Él se dirigió a reunirse con los pocos auxiliares que quedaban con vida, y compartir su suerte.

Eso resultó ser capturado por los rusos, aunque fue liberado unos meses después, tras el pago de un rescate. Se reunió con sus compañeros en Dorpat,. Allí aguardaba también el obispo, quién le comunicó lo avergonzados que se sentían los señores que habían sido embaucados por Vytautas. Y era necesario, añadió, que tal engaño quedara en secreto, por temor a lo que podría ocurrir si la noticia de lo ocurrido se acabara filtrando entre la población. Todos se mostraron de acuerdo.

Así que, un tiempo más tarde, Adam regresó a Ascheradan para volver a ocuparse de aquellas tierras. Zemvaldis iba con él, a la vez temeroso y ansioso por encontrarse con su pequeño hijo.

Pero Tekla no regresó allí, y en su lugar, marchó a Lituania, esperando poder curar la tierra de Kiauliai, que tan dañada había quedado por la influencia de los vilkacis gobernados por su padre. Ella misma era también uno de tales seres ahora. Su corazón, fuerte y bueno, albergaba un lobo que, paciente, roía y mordía las paredes de su prisión, esperando el momento de poder hacerse con el control…

Aunque las luchas no habían acabado para ninguno de los tres, lo cierto es que a lo largo de sus vidas no volverían a encontrarse con los vilkacis, y no volverían a contemplar una batalla tan importante como la que habían vivido sobre el Lago Pelpus, la mayor de su generación en aquella tierra.

FIN

***

Uff, ha quedado muy largo. Pero bueno, de todos modos, poca gente iba a leer esto del Diario de Campaña, que normalmente sólo interesa a los implicados en el asunto. Y bueno, era la última sesión de esta historia, la ocasión lo merecía, me parece.

Bueno, la campaña ha terminado. El malo ha muerto, la tierra está a salvo. Los héroes pueden regresar a sus hogares y retomar sus vidas. El final no ha estado mal. Y se podría retomar el asunto, de forma hipotética, en algún momento del futuro. Aunque probablemente con un salto de unos cuantos años de por medio…

Lo cierto es que, si tuviese intención de continuar la campaña justo después del Lago Pelpus, lo mejor habría sido permitir la victoria de Vytautas. Que los germanos venciesen en esta batalla habría creado una línea temporal completamente nueva, con un montón de interesantes alternativas. Con los líderes cruzados en el bolsillo, al vilkacis sólo le quedaría eliminar a sus principales rivales en el dominio de las tierras con las que comenzará su imperio; Alexander Nevski en Novgorod y Mindaugas en Lituania. Lo que pudiese ocurrir a partir de ese momento, podría ser tan interesante que casi me sentí tentado de llevar las cosas hasta ese extremo, y seguir la campaña a partir de ahí, en Terra Incognita.

Pero sólo casi. Hay otros escenarios que jugar, y otros entornos que explorar. Y ahora empezaremos uno nuevo, de fantasía. Comenzaremos con Book of Quests, pero es mi intención el poder revisitar ese entorno –que, como ya he dicho alguna vez, se sustenta sobre una versión de las Tierras del Sueño de Lovecraft, rellenada con regiones tipo Portal de los Mundos- una y otra vez, pausando las etapas jugadas allí con otras cosas, como si fuesen temporadas de una serie de televisión, vamos.

Lo que no creo que vaya a hacer es seguir con un Diario de Campaña, al menos no en la misma forma en que he llevado este. Puede que algo más tipo “Actual Play”, para comentar aspectos del sistema de juego que hayan destacado en la sesión, y los comentarios que susciten durante la misma.

Lo cierto es que, ahora que ha terminado, puedo decir que Crusaders of the Amber Coast es una de las mejores campañas que he tenido ocasión de dirigir en mucho tiempo. Y aún con la campaña oficial concluida, la guía contiene suficientes elementos –muchos de los cuales no hacen aparición en la campaña- como para dar juego durante mucho, mucho tiempo. Un suplemento excelente, ya os digo.


Pues creo que nada más, esto ya ha salido mucho más largo de lo que esperaba, y si alguien ha llegado hasta aquí debe de estar bastante harto. En fin, ya se acabó.

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