sábado, 18 de noviembre de 2017

Shores of Korantia (Sesión 23)

La batalla final da comienzo.
Con esta sesión dimos fin a la exploración de La Tumba del Rey Toro, una sesión antes de lo que yo tenía calculado. Cosas de los jugadores, que fueron directos hasta el gran final. Alguno se quedó por el camino...

De nuevo, el autor del relato de las andanzas del grupo es OtakuLogan, uno de los jugadores.


***

Sin la vara de Hekateria pero con dos nuevos caminos que explorar, los héroes dejaron a Dulmodia para dirigirse por el que parecía más directo: volvieron al patio, que para su suerte estaba vacío, y se encontraron con el primer dilema, pues había dos salidas al sur, y la bruja había vuelto a no ser exhaustivamente precisa en su descripción sobre la ruta que debían seguir. 

Al sudeste una abertura daba a una zona de la fortaleza inexplorada por los aventureros, pero estos prefirieron coger la salida más centrada del sur, pensando que ese era el sitio que les había querido decir Dulmodia. La nueva sala, sin nada especialmente relevante, daba a unas escaleras que bajaban hacia otra sala con otras escaleras al final, esta vez para subir. No parecía que fuera el camino descrito por la bruja (“seguir recto el pasillo”), pero llegados a ese punto el grupo quiso seguir explorando la zona hasta encontrarse con alguna dificultad antes de volver al patio. Subidas las escaleras, unos pasos más adelante llegaron a una gran sala llena de frescos muy bien conservados para el tiempo que deberían tener colgados en sus paredes. Serat, Patroklo, Aromvelos y Belisar siguieron adelante antes de advertir que sus compañeros parecían confundidos y se habían quedado parados.

Kasadya, Disto, Regulus y Flegias se habían visto transportados a una de las pinturas, aunque no eran conscientes de ello. El suelo a sus pies había desaparecido para dejar espacio a una hierba de color vivaz y cada uno en una esquina, vislumbraban un prado donde mucha gente parecía bailar y celebrar. Entre ellos, algunos importantes conocidos… ya muertos. 

El padre de Flegias se acercó a su hijo, separándose del grupo: el marinero parecía bastante a gusto con la situación e intercambió noticias con su padre, incluso se permitió bromear sobre su afición a la bebida; el padre de Regulus miraba a su hijo, que se mostraba desconfiado, con orgullo, pero también con pesar porque tuviera que luchar con el legado que le había dejado, el hacha sagrada, y no se animara a celebrar con él en el prado; el padre de Disto no tuvo oportunidad de oír la voz de su hijo, pues este retrocedió nada más entrar en aquel lugar; y la abuela de Kasadya se mostraba complacida de verla armada, pues decía que ella también desearía haber sido una guerrera, pero no consiguió imponerse a la rigidez de roles en cuanto a sexos de la estricta sociedad korantina. 

De repente, los cuatro volvieron en sí, mirando aturdidos a sus compañeros, y decidieron salir cuanto antes de aquella sala en dirección a la siguiente. Aquella experiencia no había sido tomada por todos por igual, siendo mejor recibida por algunos héroes que por otros -aunque el concenso general era que se trataba de algún tipo de trampa-, pero en lo que estaban de acuerdo es que si se dirigían hacia el lugar donde se juzgaban las almas, puede que no hubieran tomado el camino errado. Más adelante una puerta a la izquierda iniciaba un descenso del terreno sin escaleras: aunque podían seguir andando a través de ella pues el desnivel no era excesivo, se decidieron por entrar por la puerta.

Y al hacerlo, la nueva habitación, que desde fuera estaba a oscuras, se iluminó con antorchas. No solo eso: vislumbraron al fondo unos soldados, con vestimentas y armas similares a las suyas pero de fabricación muy anterior. Los soldados les miraron y les preguntaron con un lenguaje arcaico que hacían allí: los héroes respondieron que habían venido a ver a Belerofonte, el rey, y la guardia respondió que quiénes eran ellos para pedir semejante honor. 

Entonces empezó una discusión con los aventureros enseñando el hacha sagrada y pidiendo una audiencia real y los soldados, que no parecían dispuestos a concederla, en una ambiente que los primeros sabían alterado: aquellos soldados no pertenecían a este tiempo, ni sabían del estado actual de la fortaleza, ni obviamente conocían Tirta, pues probablemente aún no fuera un pueblo en su época. 

Para probar su teoría de que estaban en otra época, Kasadya pidió a varios héroes salir con ella para que vieran como desaparecían, de la misma forma que al principio ellos no les habían visto en la sala. Pero al salir, oscurecerse la sala (aunque quedaran algunos del grupo dentro, que todavía podían verse, al igual que unas estatuas de bronce armadas en el lugar que antes ocupaban los soldados) y volver a entrar tras escucharse un extraño retumbe, los soldados no recordaban el encuentro anterior: estaban anclados temporalmente y no eran capaces ni de avanzar ni de volver a su tiempo, no pudiendo crear nuevos recuerdos. 

Empezó otra discusión donde Kasadya intentaba explicarles conceptos que escapaban a su raciocinio, acabándose el asunto cuando en mitad del cruce de declaraciones, en vez de solicitar audiencia con el rey, lo hicieron con la reina, algo a lo que los guardias estaban más dispuestos. Dos soldados salieron por una abertura al final de la sala mientras el resto pedía las armas al grupo, solicitando Regulus que le dejaran llevar la suya, pues era el tema a tratar, y aunque los guardias no estaban dispuestos, la aparición de la reina dando el visto bueno les privó de autoridad. Algo titubeantes por si sus armas desaparecían en el tiempo detenido de aquella sala cuando volvieran, Aromvelos y Belisar decidieron quedarse guardando el equipo de sus compañeros, mientra el resto seguía a la reina, que les condujo a lo que parecía ser una sala destinada a su recreo personal, con mujeres cantando, tejiendo y realizando otro tipo de tareas.

Aunque sus subordinadas mostraban curiosidad por los recién llegados, no se acercaron al grupo, y la reina pudo hablar con ellos en privado: ella sí era consciente de la situación, tanto de los soldados y sus súbditos encadenados en el tiempo, como de la situación actual de la fortaleza y la división de su marido en dos partes. Escuchó el relato de los héroes y dijo que ella intentaría que el rey les atendiera, aunque debían presentarse ante él con prudencia, pues el espíritu de Belerofonte atrapado en la fortaleza no era tan considerado como el que había sido expulsado de la misma. 

Y también les solicitó un favor: su hija no era inmortal como ella, y ya fallecida estaba perdida en la fortaleza por culpa de la maldición; la reina quería darle un collar que le era muy querido en vida antes de que encontrara el camino para ser juzgada, prometiendo Disto cumplir con la tarea personalmente. Deseándoles toda la suerte posible, les llevó ante al megarón que estaban buscando, desde el cual un Belerofonte con el rostro más pétreo que el que habían conocido juzgaba una larga fila de almas que esperaban con la impasibilidad propia de un ser ya muerto su destino. 

La llegada de la reina detuvo la ceremonia. Presentó los héroes a su esposo, que le contaron a Belerofonte que habían venido enviados por su otro yo. Aquello no pareció agradar al monarca y dijo que no significaba nada para él, teniendo que ser la reina quién interviniera en la conversación para reconducirla, y decirle a su marido que tenían como misión acabar con la maldición que les tenía tanto tiempo atado. Durante un instante la cara de Belerofonte mostró un aspecto menos demacrado, pero rápidamente volvió a su anterior estado y preguntó de nuevo el motivo por el que era molestado. 

Regulus levantó el hacha y dijo que quería su bendición para liberarla, así como conocer el camino que llevaba al lugar donde se la veneraba. Con mala gana Belerofonte les concedió ambas gracias, y despidiéndose de la reina, el grupo avanzó por el camino que le habían señalado, saliendo de la estancia por la izquierda hacia un pasillo que doblaba y un par de puertas que ignoraron para seguir adelante. Una estancia más grande les esperaba, con un velo que tapaba el final de la misma. Allí también se encontraba el cadáver de un hombre-cerdo, tal vez un intruso que no había obtenido la bendición del rey para llegar hasta allí. 

Los héroes atravesaron el velo y finalmente un estrecho pasillo donde colgaban muchas hachas, similares a la portada por Regulus, acababa en un altar donde una estatua de mujer ofrecía su mano. El noble no tuvo ninguna duda: puso el hacha en la mano y la estatua, al reconocerla, cerró la mano; un pequeño temblor se apoderó de la sala y una luz escapó del hacha, hasta que finalmente la estatua dejó de apretar la mano y volvió a dejarla en su estado natural. Regulus recogió el arma y notó enseguida un nuevo vigor en ella: sin duda era más ligera y, al mismo tiempo, más afilada que nunca, más allá de lo que un herrero podría conseguir trabajando toda una vida.  El aristócrata tomó conciencia de los poderes renovados del arma, que le protegerían contra la magia y le permitirían dañar de forma efectiva al Minotauro.

Estaban por volver cuando Serat sorprendió al grupo: había escondido un cuchillo a los guardias y deseoso de obtener un arma poderosa, lo puso también en la mano de la estatua. La estatua cerró la mano… y notó que aquello no pertenecía a la forma de una de sus hachas: tomó vida y furiosa, se lanzó contra el profanador, mientras todo el grupo intentaba huir por el pasillo. Serat esquivó con fortuna un primer golpe y adquirió los rasgos de un lobo para salir de allí a mayor velocidad, pero antes de que pudiera hacerlo la estatua no volvió a fallar por segunda vez, clavándole los restos de su cuchillo, pues casi lo había triturado al cerrar la mano, en la cabeza. El hechicero cayó al suelo, medio muerto, y la estatua volvió a su lugar. El resto del grupo hizo acopio de valor y sacó el cuerpo de Serat, para que Disto le sanara la peligrosa herida de la cabeza con magia. Sin querer hablar mucho más del tema, tras las horas de trabajo del hechicero el equipo desandó el camino, sin saber que podían decirle al rey Belerofonte y a la reina, pero entonces un enorme grito, proveniente de algún lugar cercano al patio, les hizo estremecerse, y Belisar y Aromvelos salieron por una de las puertas que habían ignorado antes en el pasillo, pues al parecer se comunicaba directamente con la sala de los soldados. Les advirtieron que, unos minutos antes, había sonado un espantoso rugido por todo el lugar, probablemente por todo el palacio, y ahora las salas y pasillos se llenaban con el ruido de sus monstruosos habitantes poniéndose en marcha.

Aunque estaban a dos salas de ellos, el rey y la reina parecían lejanos en el tiempo: los soldados de la habitación habían desaparecido y la fortaleza volvía a tener aspecto de maldita, con una ebullición de movimiento hacia el patio. Los héroes se sintieron atraídos hacia el lugar y volvieron por la sala de los frescos y las escaleras que bajaban y luego subían para llegar de nuevo hasta el gran espacio abierto de la construcción. 

El lugar se había llenado de monstruos, algunos conocidos como los hombres-cerdo u hombres-perro, otros nuevos pero no menos siniestros. Sobrevolaba la estancia un gran número de arpías y otros monstruos voladores, aunque también vieron sus primeros aliados, cinco grifos. De la abertura hacia el inframundo brotaban más bestias, entre ellas un enorme dragón que se posicionó junto a su señor, el rey Toro, que al parecer había sentido la liberación del hacha y había llamado a todos sus esclavos para luchar. Se le presentaba una oportunidad única: si acababa con los portadores del hacha sagrada y la propia arma, ya nada podría detenerlo. 

Desde detrás de su posición, los héroes vieron como una puerta se abría: los hombres-lagarto, con su líder aún herido y transportado por sus seguidores a la cabeza, habían dejado el altar de la diosa de la Tierra y se preparaban para ayudarles. Y desde otra puerta cercana, los cavernícolas sorprendieron al grupo mostrándose como aliados, a pesar de que habían matado a seis de los suyos. Aún con esos dos ejércitos aliados, el combate era claramente desigual: las fuerzas del rey Toro eran muy superiores, y solo la ansiedad del minotauro por conseguir su objetivo les dio una oportunidad de victoria, pues se lanzó a por los héroes nada más verlos, ignorando el resto de la batalla. Solo el gran draco pudo seguir su ritmo, quedándose el resto de monstruos separados de él por las tropas de hombres-lagarto y cavernícolas.

Sin embargo, aquello no sería una pelea fácil ni aunque solo tuvieran dos enemigos al principio. El rey Toro apartó de un empujón a Kasadya en su carga hacia Regulus y la Labris, causándole una grave herida en el brazo en el que empuñaba su lanza, mientras el gran lagarto impedía que los ataques de Flegias y Patroklo llegaran hasta su amo. Disto gastó sus últimas energías dando aún más poder mágico al hacha de Regulus y a la lanza caída de Kasadya, maldiciendo su debilidad y quedando inconsciente por sobreesfuerzo. 

El noble levantó el arma y con gran valentía, usó la carga del monstruo en su propia contra, clavándole el hacha en el pecho y abriéndole una gran herida. Tocado por el hacha, el minotauro pasaba a ser mortal y el grupo podía hacerle frente, pero Flegias no pudo alcanzarle y Patroklo se vio enredado con el gran lagarto, a quién también atacó Serat, logrando hacerle un corte en la cola por la que empezó a chorrear sangre. La criatura, molesta con el chaman, se revolvió y le endosó semejante coletazo que envió a Serat contra la pared a varios metros, quedando el chamán tirado en el suelo, con la caja torácica hendida, muerto sin remedio. 

Pero aquel momento de despiste del gran lagarto dejó indefenso al rey Toro, que aunque había herido a Flegias, tuvo que aguantar dos nuevos hachazos de Regulus en su herida abierta, haciéndole tambalear y finalmente muerto ante el arma que llevaba más de dos mil años esperando. 

El gran lagarto, viendo el destino de su amo, decidió huir después de haber herido también a Patroklo, pero antes de hacerlo recibió otro nuevo tajo de Regulus en la cola y un lanzazo de Flegias. La huida del monstruo, que regresó al grieta infernal, dejo el panorama abierto para que el resto de los combatientes, tanto los aliados de los héroes como sobre todo los otros monstruos, vieran a Kasadya sentada sobre el cadáver del rey Toro, con sus enormes astas a modo de respaldo. 

Al mismo tiempo, la fortaleza empezó de nuevo a retumbar y la grieta hacia el inframundo empezó a cerrarse; la moral de los monstruos se vino a bajo y aunque seguían teniendo superioridad, ningún líder los mantenía ya unidos, aunque fuera por el temor: empezaron a huir entendiendo que en aquella batalla no tenían nada que ganar, la mayoría entrando en la grieta antes de que se cerrara del todo (como el gran lagarto), pero otros huyendo a otras estancias de la fortaleza. 

Contra todo pronóstico, los héroes habían vencido, y lo habían hecho lo suficientemente rápido como para que su inferioridad numérica no fuera una dificultad insalvable. Los hombres salvajes se fueron en silencio, mientras que los hombres-lagarto acudieron a contemplar el cadáver del rey Toro y su líder cortó uno de sus cuernos para poder curar su herida, cogiendo el otro Regulus para llevárselo al Belerofonte de fuera de la fortaleza. Aún en la hazaña, un lobo de la parte victoriosa aullaba de dolor y los compañeros de Serat recogieron su cuerpo antes de salir de la fortaleza e ir al pabellón de los hombres-lagarto para recuperarse durante varios días de descanso.

Todo parecía haber acabado, pero no era así. Los hombres-lagarto se fueron a los tres días, tras homenajear a los héroes, a los que aún les esperaba terminar su gesta con su regreso a Tirta.

***

Me tomó por sorpresa que la batalla final tuviese lugar en esta sesión, yo pensaba que sería en la siguiente. Pero la cosa fue bastante rápida -y la sesión se alargó más de lo habitual- así que la cosa terminó con la victoria de los PJ sobre el Rey Toro.

El enfrentamiento final no encontró a los aventureros en su mejor momento; contaban con la Labris, sin la cual la victoria definitiva sería imposible, pero sus reservas de magia andaban muy escasas. Apenas dio lo suficiente para poder sanar alguna herida y mejorar algún arma antes de agotarse del todo.

Uno de los personajes, Serat el chamán tenio, encontró aquí la muerte, nada menos que luchando contra un dragón. No de los que vuelan con sus alas y eso, sino lo que creo que Tolkien llamaba "dragones fríos" y en RQ3 se denominaba "gusano dragón"; el bicho sin alas, con cuatro patas y cuerpo alargado, como Glaurung, la némesis de Turin Turámbar. Lo que, para Mythras, sigue siendo un desafío de narices. Los PJ lo superaron relativamente bien, con sólo una baja y algún herido más. Patroklo, creo que fue.

Después de esto, ya sólo restaba unas pocas cosas más que jugar antes de poner un punto y aparte en la campaña.

2 comentarios:

  1. Como curiosidad; Cuanto tiempo tardasteis en terminar esta sesión? Por que pese a decir que los jugadores fueron acertados hacia el final da la sensación que fue muy larga.

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    1. Sí, una vez comenzada la batalla final la cosa se alargó más de lo habitual por no dejar el asunto a medias. No recuerdo exactamente cuánto duró, puede que cuatro horas y media, o tal vez cinco. Lo normal es que las sesiones sean de unas tres horas y media, así que la cosa se estiró notablemente.

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