La segunda entrega de las Crónicas de los caballeros bastardos, donde continúan las aventuras de Locke Lamora y su compañero Jean . La historia nos traslada un par de años después de los acontecimientos narrados en Las mentiras de Locke Lamora; Los dos ladrones y estafadores se encuentran ahora en la ciudad de Val Terrar, urbe en la que se disputan el poder un aspirante a dictador militar y un consejo de comerciantes que cuenta con el importante apoyo de un señor del crimen, dueño del más famoso y exclusivo casino del que se tiene noticia. Y justo en ese casino se encuentra el objetivo del nuevo golpe que planean los dos protagonistas.
Por supuesto, surgirán complicaciones. El pasado de ambos les persigue desde lo ocurrido en su ciudad natal de Camorr unos años atrás. Y sus intenciones de llevar a cabo lo que es sencillamente un golpe maestro a una de las fortunas más peligrosas y protegidas se complicará un tanto cuando comiencen a verse involucrados en la escena política de Tal Verrar, llena de intrigas y coacciones. Y eso sin contar el ocasional intento de asesinato de origen desconocido. Y la historia dará un cambio de estilo y de escenario, un cambio más bien brusco, pero interesante por la variación.
Aventuras, un humor muy ácido, cierto grado de crítica social (la sociedad retratada en estas novelas, aunque tecnológicamente se encuentra alrededor del Renacimiento, está dotada de instituciones bastante sofisticadas, lo que facilita establecer analogías entre lo que se cuenta en algunos pasajes y determinados elementos del mundo real), y un buen despliegue de la astucia y los recursos de Locke y Jean. En principio, muy similar a su primera parte. Sin embargo, hay ciertas diferencias importantes entre las dos, y normalmente es Mares de sangre bajo cielos rojos la novela que sale perdiendo en la comparación.
Scott Lynch se toma mucho tiempo en disponer la parte introductoria. De hecho, es a la mitad del libro cuando la historia da un cambio importante. Otros autores probablemente habrían dedicado menos tiempo a este tramo de la novela, siguiendo el tradicional esquema introducción-nudo-desenlace. Lynch parece que quisiera confundir al lector, sorprendiéndole con un esquema atípico en la estructura. Eso, desde luego, me parece de lo más loable, pero no me dio la impresión de que le hubiese salido un resultado óptimo.
Peor todavía es el conjunto de los últimos capítulos. El final se me hizo muy precipitado, resolviendo en muy poco espacio un dilema que se ha estado alargando durante la mayor parte del libro sin que los protagonistas avanzaran apenas en su solución.
El autor intenta repetir los trucos que usara ya en Las mentiras de Locke Lamora, crearle expectativas al lector, una finta que distrae de otro movimiento más inesperado. Pero tras la lectura del primer libro, en este los trucos ya no funcionan igual de bien. Además, las funciones de algunos de los nuevos personajes resultan muy previsibles en algunos casos. No es difícil adivinar cuál es el papel que desempeñan, y también el momento en que, una vez dejan de ser útiles, probablemente pasen a ser eliminados.
Todo lo anterior no significa que el libro sea malo. Me divertí mucho con la lectura. Pero el listón queda bastante por debajo del anterior trabajo de Scott Lynch. Ahora falta saber si la tercera parte, The Republic of Thieves, vuelve a las cotas de calidad de la primera entrega, o por el contrario, no dejará de ser una lectura meramente entretenida, con ocasionales destellos de buen hacer y cierto genio malicioso. Por mi parte, espero que en Alianza se decidan pronto a publicar la traducción para la colección Runas.
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